SAGRISTANI
Alberto Fernández y Mauricio Macri, juntos en Casa Rosada.

Negocios públicos

Macri-Fernández: la guerra de los relatos

06/12/2019 | 11:56 |   

Carlos Sagristani

La transición cierra con una renovada guerra de relatos. Es una guerra simbólica por imponer una interpretación del ciclo político que finaliza.

En las guerras simbólicas, como en las reales, la verdad suele salir dañada u oscurecida. Para la política no es lo relevante. La verosimilitud importa más que la verdad. El objetivo del relato es persuadir, generar aprobación social.

En tiempos electorales la meta obvia es la caza de votos para conquistar o retener el poder.

En el ejercicio del poder la aquiescencia pública es un sostén básico. Se construye con gestión y también con narrativa. “Gobernar es persuadir”, definía Perón.

Todo relato eficaz enraíza en el pasado. Evoca épocas doradas o, por el contrario, previene el riesgo del fracaso propio arrojando culpas sobre el fracaso ajeno.

Macri omitió ese capítulo del manual. “Nunca explicó con crudeza la crisis asintomática que heredó”, le enrostra su amigo de otros tiempos Carlos Melconian.

Si bien el economista le reprocha también la “mala praxis” posterior, entiende que si cumplía aquel ritual tal vez hubiera podido amortiguar el desgaste y aun el costo de sus propios errores.

Para el kirchnerismo, en cambio, la exaltación de la herencia negativa es un dogma de la práctica política.

“Tierra arrasada”, bajó línea Axel Kicillof la noche del triunfo electoral. "Tierra arrasada”, tituló el futuro funcionario K Tristán Bauer su documental sobre el ciclo macrista. Es el primer ataque en la nueva “batalla cultural”.

Cambiemos careció hasta de un discurso coherente para exponer y defender el rumbo y las medidas de su Gobierno. No hizo política, en el sentido clásico.

Confió la comunicación al laboratorio de Marcos Peña y Jaime Durán Barba. En gran medida sustituyó el debate en el espacio público por una guerrilla de trolls en las redes sociales.

Macri detectó tardíamente la insuficiencia de esa estrategia. Fue después de las PASO. Descubrió las movilizaciones, la palabra pública, el encuentro cara a cara como herramientas para empatizar con la base electoral.

Su último acto de Gobierno fue la primera cadena de radio y TV. Intentó allí plasmar un relato articulado de su gestión que, en el epílogo, sólo convence a los convencidos.

En las guerras simbólicas, como en las reales, la verdad suele salir dañada u oscurecida. Para la política no es lo relevante. La verosimilitud importa más que la verdad. El objetivo del relato es persuadir, generar aprobación social

Por supuesto, dedicó la mayor parte del tiempo a inventariar logros.

Priorizó algunos progresos en la institucionalidad democrática, tal vez lo que más valoran quienes lo acompañaron en las calles y en las urnas en la etapa final. Subrayó el clima de libertad, el acatamiento de fallos de la Justicia que el Gobierno anterior ignoró, el nuevo INDEC, el respeto a las reglas del federalismo.

Destacó el ambicioso plan de obra pública –trunco por el ajuste del último año–, a precios muy inferiores a los del Gobierno K, la “revolución de los aviones”, las mejoras ferroviarias y la baja en los costos de operación portuaria. Datos claves, estos últimos para una mayor competitividad sistémica de la economía.

En este tipo de piezas retóricas, el nivel de desarrollo de los temas suele ser inversamente proporcional a su importancia. También la dosis de autocrítica.

Sucedió con el balance de la gestión económica. Cuando la realidad es tan crítica se impone a cualquier ocultamiento o maquillaje dialéctico.

“Durante dos años quisimos resolver los problemas de a poco, pero nos pusimos nosotros mismos en una situación frágil”, reconoció el Presidente.

Módico mea culpa para el tamaño del fracaso en el intento de resolver los problemas de fondo de la economía. El ciclo cierra con la mayor inflación y la recesión más prolongada de la década. Una profundización de los cuatro años previos de estancamiento.

Lo peor de la estanflación fueron las consecuencias sociales: caída del salario real, aumento de la desocupación, precarización del empleo. Con el efecto devastador del 40,8% de pobreza relevado por la UCA.

Tal vez, la medición del INDEC sea algo inferior, como predijo el titular del organismo, Jorge Todesca. De todos modos será también el peor de la década.

La discusión sobre el sesgo político que se le atribuye a la oportunidad del informe de la UCA parece trivial si se lo compara con la realidad que refleja.

Macri afirmó que deja mejores cimientos para que la economía vuelva a crecer. Es una verdad parcial. 

Redujo a la mitad el rojo fiscal que recibió. Revirtió el grave déficit energético. Y dejó un superávit comercial externo, aunque acentuado por un desplome de las importaciones consistente con la recesión.

Deja también un lastre poderoso. La duplicación de la deuda para financiar los déficits viejos y nuevos. Y una grave crisis de confianza de los mercados que, aunque se pontenció por la incertidumbre sobre la nueva gestión, se montó sobre la fragilidad financiera previa.

Levantó el cepo y debió reimplantarlo, recargado. Canceló el default con los holdouts y deja un default selectivo. Y un país sin crédito. A veces los hechos tienen tanta o mayor fuerza simbólica que las palabras.

Todo indica que las hostilidades retóricas van a escalar. No frenarlas a tiempo puede bloquear consensos necesarios para una salida sustentable de la crisis. Es un aprendizaje pendiente. 

Por ahora, la pulsión de poder manda.