Cristina se sinceró: no cree en la democracia republicana

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Cristina se sinceró: no cree en la democracia republicana

26/04/2019 | 12:51

Carlos Sagristani

Cristina honró el título de su libro autorreferencial (cuándo no).

Un pasaje de “Sinceramente” desnudó sin pudores la aversión de la ex mandataria a los rituales republicanos básicos. Se ufanó de no haber entregado a Mauricio Macri los atributos del mando. “Hubiera sido un acto de rendición”, justificó.

El razonamiento abreva en la lógica amigo-enemigo que signó toda su práctica política. Y se emparenta con la consigna setentista “al enemigo, ni justicia”. 

Es una concepción bélica de la política. Consiste en la imposición de la voluntad al enemigo. O, de minima, la resistencia militante a que el enemigo imponga la suya. El triunfo da derecho a ir “por todo”, a ejercer el poder sin límites. La oposición es una guerra de guerrillas para erosionar el poder del oficialismo.

La fórmula invierte la definición del teórico militar Carl von Clautzevitz. Entiende a la política como la continuación de la guerra por otros medios.

La contracara de la democracia republicana. Un régimen plural donde las mayorías gobiernan y las minorías controlan. Donde ganadores y perdedores reconocen y respetan la legitimidad del adversario. La ceremonia de traspaso del mando es un momento solemne que simboliza el compromiso con esos principios esenciales del sistema.

Cristina considera indignos de reconocimiento al sucesor, por su ideología, y a quienes lo votaron, por “bobos”. 

El párrafo impacta: “Quien se asumía como representante y significante de lo nacional, popular y democrático –escribe-- le entregaba el gobierno a quien había llegado en nombre del proyecto neoliberal y empresarial de la Argentina, más allá del marketing electoral cazabobos”.

Una reivindicación del “derecho” a la intolerancia y casi una apelación al voto calificado.

Cristina ya había elevado su anti-republicanismo a la categoría de doctrina al exponer, el año pasado, en el “Foro del pensamiento crítico”.

Abogó por “nuevas arquitecturas institucionales” (¿también habrá ejercido esa rama de la arquitectura en otra vida?). Consideró que la división entre los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial es una idea “vieja”, de la época de la Revolución Francesa.  ¿El poder debe ser uno e indivisible, como en el absolutismo?

Tan perturbadora  como las ideas es la condición emocional que revelan las confesiones de Cristina. 

El texto refiere que cada vez que pensaba en el traspaso del poder se le “estrujaba el corazón” al imaginar la escena: “yo, frente a la Asamblea Legislativa, entregándole los atributos presidenciales a... ¡Mauricio Macri!” 

Si no lo es, se parece bastante a una megalomanía desbordada.