Así como te digo una cosa, hago y te digo la otra

Relatos de campaña

Así como te digo una cosa, hago y te digo la otra

29/05/2019 | 09:35

Carlos Sagristani

Los veteranos lo recordarán. Saúl Ubaldini, el líder de la CGT que pasó a la historia por los diez paros generales a Raúl Alfonsín, era tal vez la máscara más celebrada del cómico Mario Sapag en su auge de los ‘80. Un latiguillo caricaturizaba las contradicciones que poblaban su discurso: “efectivamente, todo lo contrario”.

Su compañero de viejas luchas Hugo Moyano acaba de sentar doctrina semiológica al respecto: “Los peronistas somos así, un día decimos una cosa y otro día decimos otra”.

Pero ni Ubaldini ni Moyano ni el peronismo pueden reclamar derechos de autor. Las idas y vueltas del relato, que encubren virajes más ligados a la conveniencia que a las convicciones, atraviesan a todo el arco político.

Es una práctica universal y tan antigua como la política. Ya Maquiavelo instruía al Príncipe sobre el modo más eficaz de incorporarla al difícil arte de la persuasión. Lo nuevo en los escarceos preelectorales de la Argentina es la intensidad con que se generalizó y se devaluó ese recurso dialéctico.

INCOHERENCIA VIRAL 

En la era del video y las plataformas digitales, la constatación de tales incoherencias es casi instantánea.

No había transcurrido una hora de la entronización de Alberto Fernández como acompañante de Cristina Kirchner y los videos de las diatribas del elegido a la jefa ya habían inundado las redes sociales.

Regresan también los videos de Mauricio Macri en la campaña de 2015, cuando prometía “pobreza cero” y acabar con el Impuesto a las Ganancias a los trabajadores.

A las puertas de una cruzada por la reelección, termina su mandato con la misma cantidad de pobres que recibió. Y viene de negociar el levantamiento de un paro de colectiveros que se rehúsan a trabajar los feriados porque la AFIP se lleva todo el premio.

El kirchnerismo viene de rechazar la división de poderes y de postular una nueva Constitución que la elimine. Allí están los videos de Cristina, Leopoldo Moreau, Mempo Giardinelli y Eugenio Zaffaroni. La versión “moderada” de Alberto desdice ahora aquel proyecto fundacional. Pero amenaza jueces por televisión (hay otros tres videos).

MARXISTAS DE GROUCHO

Hay casos de historieta de políticos que zigzaguean de trinchera en trinchera con un argumento apropiado para cada una. Son marxistas de Groucho: “Tengo estos principios, pero si no te gustan tengo estos otros”.

El itinerario de Julio Bárbaro, es la parábola perfecta: peronista “de Perón”, isabelista y luderista en los ’70; luego fue menemista, kirchnerista, votó a Mauricio Macri, se enroló en el delasotismo, el massismo, el barrionuevismo (durante la efímera intervención del PJ) y lavagnista, para recalar ahora con los Fernández.

El GPS de Felipe Solá, para mencionar otro emblema del transfuguismo, registra un slalom parecido: fue cafierista, menemista, duhaldista, kirchnerista, antikirchnerista (con Macri y De Narváez), massista y ahora cristinista. 

MENTIRAS VERDADERAS

No sólo de incoherencias se construye el relato político. También de medias verdades y mentiras.

¡Cómo olvidar el INDEC de Guillermo Moreno!

La inflación bajaba aunque los precios aumentaran todo el tiempo, para horror de un ministro de utilería que desnudaba en cámara su desesperación por irse si le preguntaban por la inflación.

Otro ministro explicaba que se dejó de medir la pobreza para no “estigmatizar” a nadie. Sin embargo, tenían la certeza de que en Argentina había menos pobres que en Alemania. Cristina lo celebró ante la asamblea de la FAO, el organismo de las Naciones Unidas que lucha contra el hambre en el mundo.

AGUANTE LA FICCIÓN

Ahora es el turno de la política-ficción. El hit del momento es la convocatoria a diálogos y acuerdos que jamás ocurrirán.

Juan Schiaretti invitó por las redes a participar de su espacio a un precandidato, Daniel Scioli, que ya había manifestado su voluntad de hacerlo en otro espacio. Y a la estrella de la tele Marcelo Tinelli, quien venía de manifestar que, al menos este año, sólo quiere seguir en la tele.

Alfredo Cornejo acaba de lanzar un convite para incorporar a Cambiemos a Roberto Lavagna y a Juan Schiaretti, que han saturado los micrófonos con su negativa a sumarse a Cambiemos. (Digamos, de paso, que Cornejo le reclama a Macri que comparta el poder con los radicales, luego de tratarlo de perdedor y de fusilar a su
Gobierno en una arenga televisada).

Martín Lousteau se define como un radical que no está en Cambiemos, como sí lo está el radicalismo. Igual pidió ir a una “gran” PASO en Cambiemos, de cuyo Gobierno fue embajador en Estados Unidos, sin bajar sus críticas.

El ex ministro del kirchnerismo, que desatara la guerra con el campo, se entusiasma ahora con la ficción de Cornejo para “ampliar la base de sustentación” de la coalición gobernante, pero avisa que si no consigue nuevos aliados a él no lo llame.

Lavagna asume como una epopeya propia la construcción de un “amplio consenso”, capaz de sobreponerse a la grieta. Asegura que ese espacio imaginario es tan vasto que el peronismo no K apenas podría ser “una partecita” de él. Hasta ahora sólo tiene una media palabra, sometida a revisión, de Miguel Lifschitz y Magarita Stolbizer.

Sergio Massa se saca una foto por semana con los federales del peronismo. Pero no termina de blanquear en qué canasta electoral pondrá sus votos.

Tanta retórica inverosímil fatiga al más entrenado. Por suerte los argentinos somos capaces –o algunos de nosotros lo son– de las mayores proezas en la alta competencia.

Messi y Ginóbili no son héroes de cartón, después de todo.