Espionaje
21/05/2025 | 11:00
Redacción Cadena 3
Rusia usó Brasil para crear identidades falsas de espías "ilegales" destinados a infiltrarse en occidente. Tensiones personales y familiares, detrás de la trama.
Una investigación publicada por The New York Times reveló cómo los servicios de inteligencia rusos convirtieron a Brasil en una plataforma clave para la creación de espías encubiertos, conocidos como "ilegales", quienes operaban bajo identidades falsas con el objetivo de infiltrarse en países occidentales.
Este esquema, descrito como una "fábrica de espías", fue desmantelado silenciosamente por un equipo especializado de agentes federales brasileños, lo que expuso una operación audaz y de largo alcance orquestada por Rusia.
El reportaje de Michael Schwirtz y Jane Bradley detalla cómo Rusia utilizó Brasil como un centro estratégico para fabricar identidades falsas para sus espías de élite.
Estos agentes, denominados "ilegales" por operar sin inmunidad diplomática, abandonaban sus pasados rusos para asumir nuevas identidades como ciudadanos brasileños.
La operación no tenía como objetivo espiar a Brasil, sino utilizar el país como un trampolín para enviar espías a destinos como Estados Unidos, Europa y Medio Oriente.
Un caso paradigmático es el de Artem Shmyrev, un oficial de inteligencia ruso que operaba bajo el alias de Gerhard Daniel Campos Wittich, un supuesto ciudadano brasileño de 34 años.
Shmyrev vivía en Río de Janeiro, donde dirigía un exitoso negocio de impresión 3D y compartía un apartamento de lujo con su novia brasileña y un gato Maine Coon.
Su cobertura era impecable: poseía un certificado de nacimiento y un pasaporte auténticos que respaldaban su falsa identidad.
Tras seis años manteniendo un perfil bajo, Shmyrev estaba ansioso por iniciar misiones de espionaje activo.
Los espías, según la investigación, construían sus nuevas identidades a lo largo de años, con negocios, amistades y relaciones amorosas que reforzaban sus alias.
Estas actividades cotidianas eran los cimientos de identidades creíbles que les permitían pasar desapercibidos mientras se preparaban para misiones en el extranjero.
A diferencia de operaciones de espionaje previas, como la desmantelada en Estados Unidos en 2010, esta iniciativa rusa tenía un enfoque global.
Los espías no buscaban recolectar inteligencia en Brasil, sino establecerse como ciudadanos brasileños para luego operar en otros países.
La investigación de The New York Times señala que los agentes, una vez consolidadas sus identidades, se trasladaban a destinos estratégicos donde comenzaban a realizar labores de espionaje activo.
Este enfoque convirtió a Brasil en una "línea de ensamblaje" para operativos encubiertos, aprovechando la relativa facilidad para obtener documentos auténticos en el país.
El reportaje también destaca el caso de Irina Shmyreva, esposa de Artem, quien operaba bajo una identidad falsa en Grecia como Maria Tsalla, una fotógrafa greco-mejicana.
A diferencia de otros casos, donde los espías ilegales suelen trabajar en pareja en el mismo país, los Shmyrev operaban en naciones separadas, lo que añadía una capa de complejidad a su misión.
Sus mensajes de texto, recuperados de los dispositivos de Artem, muestran la frustración y soledad que enfrentaban al mantener sus identidades falsas, así como la presión de cumplir con las expectativas de sus superiores en Moscú.
La operación rusa en Brasil aprovechó las vulnerabilidades del sistema de registro civil del país, que permitía la obtención de documentos auténticos para respaldar las identidades falsas.
Sin embargo, un equipo de élite de la Policía Federal de Brasil comenzó a desmantelar esta red de manera discreta.
La investigación brasileña, apoyada por servicios de inteligencia extranjeros, logró identificar y neutralizar a varios de estos operativos, incluyendo a Shmyrev, cuya desaparición en enero de 2023 desató una búsqueda frenética por parte de su novia brasileña, quien desconocía su verdadera identidad.
La colaboración internacional fue clave para desarticular esta red. Por ejemplo, las autoridades griegas identificaron a Irina Shmyreva como una espía rusa, y la información compartida con Brasil permitió conectar los casos de ambos agentes.
Este esfuerzo conjunto expuso no solo la magnitud de la operación, sino también las tácticas sofisticadas de los servicios de inteligencia rusos, particularmente el SVR (Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia), que entrena a estos agentes durante años para operar bajo identidades falsas.
El reportaje también arroja luz sobre el costo humano de estas operaciones.
Los mensajes entre Artem e Irina revelan las tensiones personales de vivir bajo identidades falsas. Artem instaba a Irina a redactar informes detallados para impresionar a sus superiores en Moscú, mientras ella sentía que sus tareas cotidianas, como traducir sitios web o crear campañas publicitarias, no justificaban tales reportes.
La separación geográfica y las exigencias de sus misiones generaron frustración y, en ocasiones, conflictos entre ellos.
Irina expresó su desilusión, señalando que el trabajo no era como se lo habían prometido y que sentía que los habían engañado al reclutarlos.
Además, los espías dejaron un rastro de dolor emocional en las personas que los rodeaban.
La novia brasileña de Shmyrev, una veterinaria que trabajaba para el Ministerio de Agricultura, quedó devastada tras su desaparición, sin sospechar que su pareja era un espía ruso.
En Grecia, la pareja de Irina también quedó en shock al descubrir su verdadera identidad, evidenciando el impacto de estas operaciones en las vidas de quienes creyeron en las falsas identidades de los agentes.
La práctica de los "ilegales" no es nueva. Rusia, y antes la Unión Soviética, ha utilizado este tipo de espías desde la década de 1920, cuando Lenin impulsó el programa para infiltrarse en sociedades occidentales.
Durante la Guerra Fría, países como Canadá fueron centros para la creación de identidades falsas, y en la actualidad, América del Sur, particularmente Brasil, ha emergido como una región clave para estas operaciones debido a la flexibilidad de sus sistemas de identificación.
El caso de Brasil resalta la sofisticación y persistencia del programa de espías ilegales de Rusia, especialmente bajo el liderazgo de Vladimir Putin, un exoficial de la KGB que valora estas tácticas de espionaje.
Sin embargo, la exposición de esta red también pone en evidencia las vulnerabilidades del programa, ya que la captura de agentes como los Shmyrev sugiere la existencia de posibles desertores o filtraciones que están ayudando a Occidente a desmantelar estas operaciones.
La revelación de esta "fábrica de espías" en Brasil plantea preguntas sobre la seguridad de los sistemas de identificación en América del Sur y la capacidad de los servicios de inteligencia rusos para operar globalmente.
Aunque Brasil no era el objetivo final de los espías, la operación subraya la importancia de la colaboración internacional para contrarrestar estas actividades.
La investigación de The New York Times también destaca el papel crucial de los agentes federales brasileños, quienes trabajaron discretamente para desarticular una red que podría haber comprometido la seguridad de múltiples países.
A medida que las tensiones entre Rusia y Occidente persisten, especialmente en el contexto de la guerra en Ucrania, es probable que Rusia continúe invirtiendo en su programa de "ilegales".
Sin embargo, la exposición de casos como el de Brasil podría forzar a los servicios de inteligencia rusos a adaptar sus métodos, mientras los países occidentales y sus aliados refuerzan sus esfuerzos para detectar y neutralizar a estos agentes encubierto
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