Anabella María Oggero, la pianista que hace de la música un lenguaje del alma

Pasión y disciplina

Anabella María Oggero, la pianista que hace de la música un lenguaje del alma

24/12/2025 | 08:03

Anabella tiene 46 años, es de Santa Rosa de Calamuchita y encontró en la música su forma de expresarse. Con pasión y disciplina, el piano es su voz, su refugio y su motor de vida.

Redacción Cadena 3

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Anabella María Oggero, la pianista que hace de la música un lenguaje del alma

La música apareció temprano en la vida de Anabella María Oggero. Tan temprano que ni ella misma recuerda un comienzo claro: a los tres años y medio, un piano de juguete —un pianito de cola y otro en forma de corazón— abrió un camino que nunca se cerró. Lo que empezó como un juego se transformó en una pasión profunda y sostenida que hoy define su identidad.

Anabella tiene 46 años, vive en Santa Rosa de Calamuchita y es pianista. Tiene Síndrome de Down, no es tímida y sorprende a quienes la escuchan no solo por su talento musical, sino también por la claridad y sensibilidad con la que habla de lo que siente cuando se sienta frente al piano. “Siento una pasión. Es algo que llevo dentro de mi corazón y de mi alma”, dice, con una convicción que no admite dudas.

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Desde chica la música fue su lenguaje natural. Cantaba, bailaba, escuchaba discos y jugaba con instrumentos. A los 15 años, un regalo clave marcó un nuevo paso: su abuelo paterno le obsequió un órgano. Poco después comenzó su formación formal en el Conservatorio Sebastián Bach, en la ciudad de Córdoba, donde aprendió a leer partituras y a descifrar ese “idioma” que tanto la apasiona. Tuvo profesores que dejaron huella, como Susana Ferrari, a quien recuerda como alguien que “siempre escribió en mi corazón”.

Su repertorio es amplio y exigente. Interpreta música clásica y estudia en profundidad la vida y la obra de los compositores. Nombra con naturalidad a Mozart, Bach, Béla Bartók y autores del siglo XX como Héctor Iglesias Villoud, entre muchos otros. “Todos son mis favoritos”, afirma cuando le preguntan por uno en particular. Para Anabella, la música clásica no solo es técnica: es emoción, calma y un refugio frente al ruido cotidiano. “Da paz, tranquilidad. Te ordena por dentro”, resume.

Esa conexión íntima con la música la ha llevado a tocar en distintos espacios: instituciones culturales, museos, capillas y también de manera espontánea. En un viaje a Punta Cana, se sentó a tocar el piano en un restaurante de un hotel y dejó al público fascinado. Hoy toma clases en Santa Rosa con un profesor que fue compañero suyo y que recientemente se recibió en el conservatorio.

Anabella es la mayor de tres hermanas —Gisella y Fabiana— y una tía muy presente de cuatro sobrinos, a quienes ayudó a criar y con quienes comparte canciones y melodías. “Son los hijos que no tuve”, dice con orgullo. Vive con sus padres, y su familia es un pilar fundamental en su historia.

Su mamá, Cristina, recuerda el momento del diagnóstico apenas nació. “Los médicos nunca me dijeron nada. Me di cuenta por un gesto”, cuenta. Desde entonces, se ocupó personalmente de su estimulación y acompañó cada etapa de su crecimiento. Anabella tuvo una educación integrada: cursó la primaria en la Escuela Mariano Moreno y el secundario en el Parroquial Quinto Centenario de Calamuchita, donde fue elegida abanderada papal por sus valores como persona. También trabajó en bibliotecas, destacándose por su memoria y su capacidad para recomendar lecturas a quienes ya conocía.

Antes de la pandemia trabajaba fuera de su casa, pero hoy su energía está puesta casi por completo en el piano. Es disciplinada, estructurada y sueña con seguir perfeccionándose. Entre sus deseos está conocer el Teatro Colón, un anhelo que sintetiza su amor por la música y su curiosidad constante.

Anabella Oggero es, ante todo, pasión. Pasión por el piano, por el estudio, por la emoción que surge cuando una melodía empieza a sonar. Su historia no solo habla de talento y constancia, sino también de cómo la música puede convertirse en un puente poderoso hacia la expresión, la identidad y la felicidad.

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