La economía de la mesa navideña, analizada desde la macro en la micro

Hay fenómenos económicos que se entienden mejor lejos de los gráficos y cerca del plato. La mesa navideña es uno de ellos. No hace falta un tratado académico para explicar qué hizo la inflación en la Argentina durante la última década: alcanza con mirar cuánto cuesta hoy cenar en familia.

Desde 2015, un mismo ejercicio se repite año tras año: medir el valor de una mesa navideña económica, pensada para cuatro personas, con productos de consumo masivo y sin lujos. Lechón en proporción, ensalada de papa y huevos, gaseosa cola segunda marca, vino económico, helado de supermercado, pan dulce con frutas, budín sin frutas, garrapiñada, turrón de maní, espumante de ananá y sidra. Nada sofisticado. Nada extraordinario. Apenas una Navidad promedio.

En 2025, esa mesa cuesta 98.266 pesos. Casi 100 mil. El dato aislado ya impacta, pero el contexto es todavía más revelador: el aumento interanual fue del 13%, por debajo de la inflación general. ¿La razón? Un elemento inesperado: el alcohol, especialmente el vino, tuvo un mal año. Caída de precios en dólares, exceso de oferta, ventas deprimidas en el mercado interno y alto nivel de stock empujaron promociones agresivas. El champagne, por ejemplo, apenas subió 1% interanual. Ese comportamiento tiró hacia abajo el promedio del menú.

Ahora bien, cuando se mira la película completa, la foto cambia drásticamente. En 2015, esa misma mesa costaba 763 pesos. En 2020, cinco años después, 3.800 pesos. En apenas un lustro más, pasó de 3.800 a casi 100.000. En términos acumulados, el aumento en diez años fue del 12.779%. No es un error de tipeo. Es la macroeconomía reflejada en la micro.

Para dimensionar el fenómeno, basta cruzar la cordillera. En Chile, donde la inflación proyectada ronda el 3,4% anual y donde las reglas monetarias no cambian con cada ciclo político, un ciudadano necesitaría 147 años —casi un siglo y medio— para acumular la inflación que la Argentina concentró en solo diez. Dos vidas completas para igualar una década argentina.

La comparación sirve para desmontar argumentos cómodos. En Chile también hay empresas privadas, márgenes de ganancia y cadenas de comercialización similares, incluso con actores que operan en ambos países. La diferencia no está en la “avaricia empresaria”. Está en la moneda. Uno emite sin respaldo. El otro no.

Por eso resulta preocupante escuchar, todavía hoy, que emitir no genera inflación. La inflación no es una batalla ganada en la Argentina; es, a lo sumo, una batalla en curso. Bajar de tres dígitos a dos fue un primer paso, políticamente relevante, pero relativamente más sencillo. Lo difícil empieza ahora: llevar la inflación a un dígito y sostenerla en el tiempo.

La experiencia regional es clara. Bolivia tardó nueve años. Perú, seis. Brasil, ocho. El presupuesto nacional proyecta 10% para el próximo año; el mercado estima entre 16% y 20%. Incluso en ese escenario, pasar de niveles superiores al 200% a ese rango es un mérito inicial. El verdadero logro histórico será otro: que nadie pueda desarmarlo.

La inflación cae de verdad cuando deja de ser una herramienta electoral y recaudatoria. Cuando las políticas pasan, pero las instituciones quedan. La mesa navideña no miente. Solo cuenta, en silencio, la historia económica de un país.