¿…Un matecito?

Maravillas de este siglo

¿…Un matecito?

07/05/2019 | 11:57

María Rosa Beltramo

Aunque depende de los recursos que, al fin, siempre son escasos, fabricar un candidato y conducirlo a la victoria, requiere de una ingeniería compleja y costosa que tiene apenas un leve parecido con lo que han sido las campañas políticas del siglo 20. 

Siguen en pie, por supuesto, el valor genuino del postulante y el trabajo territorial, pero ahora hay focus groups, tuiteros, encargados de redes y expertos en algoritmos que dicen saber lo que quiere el votante y ofrecen la propuesta clave para volcar una elección.

No es cuestión de derechas o de izquierda, y no porque las ideologías hayan muerto, sino porque el empleo de esas herramientas es común a todo el espectro. Internet, las nuevas tecnologías, las acechanzas de los ejércitos de trolls que operan como fuerzas de choque virtuales, hacen que los que no puedan costear ese andamiaje vean recortadas las posibilidades de llegar con éxito a la meta, al margen de sus merecimientos.

En ese ámbito casi futurista, donde algunos tienen la ilusión de manejar a voluntad las respuestas a las demandas de la gente, hay tradiciones inamovibles que ningún experto se ha animado a discutir. La primera y más importante  es el protagonismo del mate.

Para los comicios de la última década, más de un comité de campaña de los importantes se ha nutrido del asesoramiento de especialistas que se jactan de poner en práctica lo más novedoso y, sin embargo, a la hora de plantear la foto que ilustrará la portada del diario de mañana o el video que abrirá el noticiero nocturno, sucumben al viejo armado del candidato sonriente, mate en mano y sonrisa ganadora.

Vaya a saber por qué en más de 200 años de vida política independiente no ha aparecido otro símbolo tan concluyente. Los que mueren por un voto nuestro son capaces de cantar aunque desafinen; bailar sin gracia; confesar pecados juveniles; revelar  simpatía por un autor al que no quiere nadie, pero jamás hubo un valiente que se animara a rechazar un mate o a pedir que no se lo incluyan en la foto.

El mate funciona como el anclaje perfecto de lo popular, lo argentino, lo sencillo y lo auténtico. Y el que toma mate, o el que aparece en la foto aferrándolo como a un amuleto, no puede ser malo. Esas imágenes tienen una especie de efecto calmante aunque de tan naturales las vemos sin pensar demasiado en lo que se despliega ante nuestros ojos.

 No habría que descartar, sin embargo, que nos produzcan cierta inexplicable complacencia porque es evidente que alguna fibra íntima se conmueve cuando vemos a Kevin Bacon disfrutando de un amargo o nos sorprendemos por la “adicción” de Antoine Griezmann por los verdes -aunque al goleador del Atlético de Madrid le enseñó a tomar un uruguayo- o nos llama la atención Paul Pogba, más entusiasta que el Viejo Vizcacha, mateando en una pausa del entrenamiento del Manchester United.

Aunque siempre estuvo ahí como una medida de nuestra argentinidad, no fue hasta julio de 2013 que una ley del congreso declaró al mate “infusión nacional”. Los legisladores debieron recurrir a esa precisión porque el estatus de “bebida nacional” ya había sido concedido al vino.

La norma dispuso que "en eventos y actividades culturales, sociales o deportivas de carácter oficial que se encuentren previstos en las agendas oficiales nacionales e internacionales deberá preverse la presencia de la expresión y logotipo de Mate Infusión Nacional y la promoción de dicha bebida y sus tradiciones".

No menciona las campañas, pero nadie se habría enojado si incluían la obligación de que los candidatos a cargos electivos aparezcan con un mate en los afiches.