Felipe VI y el Rey Juan Carlos.

Maravillas de este siglo

Sus graciosas majestades

18/03/2020 | 10:59 |  

María Rosa Beltramo

Con reservas en la prensa convencional y de manera incendiaria en las redes, muchos españoles reclamaban la presencia del Jefe del Estado para que hiciera oír su voz y le pusiera el cuerpo a este momento de incertidumbre y temor por la pandemia del coronavirus.

Las informaciones sobre el aumento de los casos generaron nuevas preocupaciones pero Felipe VI solamente rompió el silencio para comunicar formalmente la renuncia expresa a la herencia de su padre y, simultáneamente, el retiro de la asignación que el Rey Emérito recibía de la Casa Real y que sumaba unos 200 mil euros anuales.

Esa cifra es poco significativa pero su cancelación intenta contrarrestar un escándalo que amenaza con destruir lo que queda del prestigio que el ahora anciano monarca supo ganarse cuando era joven, vital y le hizo a su país el servicio de evitar el golpe del 23 de febrero de 1981.

Figura insustituible en la transición democrática, el representante de la dinastía Borbónica fue durante décadas el monarca que sobresalía por su capital político ante cualquiera de sus pares europeos que no pasaban de ser carísimos elementos decorativos, con aptitudes especiales para la pompa de los festejos patrios.

Pero, ya se sabe, en los últimos años de su reinado dilapidó alegremente su fama en escapadas con sus amantes y cacerías que tal vez en otra época hubieran alimentado su leyenda, pero en este siglo generan cuestionamientos. Con encuestas que revelaban que cuatro de cada diez españoles reprobaban sus acciones, Juan Carlos abdicó en favor de su hijo Felipe a quien encomendó la compleja labor de salvar la institución, lavándole la cara.

El heredero aportó un perfil de seriedad, una vida privada en apariencias más ordenada y cercana a lo que se espera de semejante figura y hasta se dedicó a restringir los límites de la Casa Real, desplazando a una de sus hermanas y a su cuñado, involucrado en un caso de corrupción. Pero la justicia suiza siguió investigando al Rey Emérito y sus amantes aparecieron en escena no para alimentar la crónica amarilla, sino como receptoras de giros millonarios.

Se sabe que Juan Carlos habría tenido presuntamente una cuenta en el banco suizo Mirabaud, con sede en Las Bahamas a nombre de una supuesta fundación, que en realidad sería una estructura offshore para encubrirlo. A esa cuenta habría llegado en 2008 una transferencia de 100 millones de dólares realizada por el rey de Arabia Saudita y que, se sospecha oficiaba como una super coima para que su destinatario alentara el proyecto del tren de alta velocidad a la Meca. La fiscalía suiza determinó que en 2012 el padre de Felipe VI transfirió 65 millones de euros a Corinna Larsen y un millón de euros más a otra antigua amante que residía en Ginebra.

Es el avance de esa investigación así como la difusión de sus resultados lo que hizo que el Rey de España decidiera esa anticipada renuncia a la herencia que sólo le correspondería tras la muerte de su progenitor. Una vez más tendrá que arremangarse para tratar de salvar a la monarquía aunque para ello deba atacar la figura de su propio padre.