Señoras y señores

Maravillas de este siglo

Señoras y señores

21/06/2018 | 07:20 |

Aunque más de una vez se afirma que el mundo está enfermo de realidad, no hay nada como la ficción para agitar las aguas de la polémica. 

María Rosa Beltramo

Mucho antes de que buena parte del país descubriera la existencia del lenguaje inclusivo, la sociedad ya se había trenzado en un debate interminable y por momentos, desconsiderado y violento, sobre otra cuestión lingüística que parecía más sencilla pero llevó años zanjar y aún hoy subsiste como recordatorio en las redes sociales.

En 2007 Cristina Fernández ganó las elecciones y su entorno decidió hablar de “la presidenta” y la reacción fueron escritos furibundos en los que se descalificaba por ignorantes a los que habían osado introducir la cuestión de género en el discurso.

Hubo dudas y enojo. Aunque los expertos sacaban a relucir las reglas gramaticales y se sumergían en la etimología en defensa de “la presidente”, la discusión agarró para el lado de lo ideológico y lo que en el inicio pareció una honesta intención de esclarecer apelando al diccionario de la Real Academia Española, pronto dejó al descubierto a dos grupos que se maltrataban sin elegancia, con la excusa de una palabra.

Cuesta un Perú convencer a los ortodoxos de que la estructura de la lengua es una construcción que depende entre muchos otros factores, de cómo está organizada una sociedad y que, en consecuencia, los cambios terminan impactando en el habla. Diez años atrás lo de presidente o presidenta parecía un problema estrictamente argentino.

Convencidos o a regañadientes, quienes se encolumnaban detrás de una u otra consigna terminaban sometiéndose al dictamen de la RAE, esa compleja, tradicional e intocable institución que gobierna el idioma común, desde una sala principesca en Madrid, frente a uno de los laterales del Mudeo del Prado.

Los expertos designados para cuidar si no la pureza al menos la corrección del español, suelen tomarse su tiempo para emitir un pronunciamiento, pero cuando lo hacen pretenden acallar cualquier protesta porque, se supone, sus decisiones son infalibles.

Aunque los académicos de la lengua se arroguen esa condición, no todos sus fallos obtienen el mismo grado de aprobación. Por caso, muchos siguen suponiendo que tal vez reinaba un clima desusadamente festivo el día en la que acordaron incorporar “almóndiga” y “toballa” como modismos válidos de “albóndiga” y “toalla” y, en cambio, se habían levantado con el pie izquierdo cuando aprobaron propuestas normativas como las de suprimir la tilde diacrítica en el adverbio "solo"; o en los pronombres demostrativos.

Pero más allá de esa clase de resoluciones, la tarea de la RAE se vuelve apasionante cuando se conecta con demandas relacionadas con cuestiones de género. Este año modificó la quinta acepción del adjetivo "fácil" para que no refiera a "mujer" que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales, sino a una "persona".

Pero los hombres y mujeres que se sientan en los sillones del palaciego edificio del Paseo del Prado han demostrado que sus reparos se esfuman con rapidez cuando los roza el viento de la política. En tres días cambiaron de opinión, o acomodaron la que tenían, para contentar al nuevo gobierno español.

Sucede que por primera vez en la historia de ese país, el gabinete quedó conformado por 11 mujeres y 6 varones y, de repente, el sector mayoritario planteó su incomodidad por apegarse a la norma que implicaba designar al elenco de colaboradores como “consejo de ministros”.

Naturalmente, los académicos se horrorizaron cuando surgieron voces que reclamaban, en función de una supuesta democratización del lenguaje, que se empleara “consejo de ministras” y, por una vez, los varones se dieran por incluídos aunque no los nombraran.

Como en la época de las discusiones en torno a “presidenta”, hubo expertos que se escandalizaron, gente que lo tomó con humor, y otros que presionaron sin disimulo y en menos de 72 horas desde la fomación del gobierno que encabeza Pedro Sánchez, la RAE apeló a una de sus filólogas y el problema quedó resuelto. Ahora, con la bendición del mismo organismo que había recordado que lo correcto era “consejo de ministros”, se dice “consejo de ministras y ministros”.

Inés Fernández-Ordóñez, la especialista en cuestión, sostuvo que el uso del masculino genérico puede suponer que no se dé a entender la presencia de mujeres. "Desde un punto de vista psicolingüístico, es verdad que hay bastantes estudios que dicen que cuando se usan los plurales masculinos el hablante no suele entender que el grupo incluya a las mujeres. Es decir, que cuando a un niño se le dice ‘los niños’ no necesariamente piensa en un colectivo de niños y niñas".

Y concluyó: "En el lenguaje administrativo, en el que se ofrecen puestos de trabajo, todos aquellos documentos que tengan una alocución pública que tenga una audiencia masculina y femenina pueden contemplar perfectamente los dobletes si se cree necesario para evitar ambigüedades”. Santo remedio.