Señor Juez

Maravillas de este siglo

Señor Juez

04/10/2018 | 11:27 |

Aunque más de una vez se afirma que el mundo está enfermo de realidad, no hay nada como la ficción para agitar las aguas de la polémica. 

María Rosa Beltramo

A casi tres meses de que Donald Trump nominara a Brett Michael Kavanaugh para la Suprema Corte, la reputación del candidato sigue cayendo, los senadores republicanos sienten que satisfacer los deseos de su jefe les está costando una campaña de descrédito y la postulación se ha convertido en una comedia de enredos que suele virar al drama cuando emergen los detalles más oscuros de la trayectoria del aspirante.

Colocar a un correligionario en la cúspide de uno de los poderes del estado y en un cargo que, además, es vitalicio, no podía ser un trámite sencillo, pero nadie esperaba tantas dificultades. Y no se trata de negociar con la oposición demócrata, ni alinear a las distintas vertientes del conservadurismo; hay que neutralizar las denuncias de abusos y conducta sexual impropia formuladas por tres mujeres además de impedir que la propia tropa se disperse escandalizada por los relatos sobre las borracheras juveniles del hombre que hasta hace noventa días veían como una especie de santo.

Cuando un jefe de Estado elige a un juez para el principal tribunal de la Nación, la lógica indica que antes de pronunciar su nombre en público tiene en sus manos el dossier con el detalle preciso de la vida privada, pública y profesional. La investigación se hace cuando ni siquiera se ha producido la vacante. El informe suele contener, a lo sumo, un par de interrogantes sobre cuál podría ser la postura del magistrado en los dos temas que históricamente han preocupado a los norteamericanos: armas e impuestos.

Es impensable que los encargados de preparar la biografía escriban el informe para el presidente y a la semana, cuando el nominado está en la portada del Washington Post, surjan, imprevistamente, denuncias de abuso sexual, relatos de épicas borracheras y descripciones sobre la actitud de niños “bien” que se movían en patota y no dudaban en administrar tranquilizantes si encontraban resistencia a sus deseos.

La psicóloga Christine Blasey Ford, profesora de la Universidad de Palo Alto, ya pasó por el Senado y aseguró que Brett Kavanaugh la atacó sexualmente durante una fiesta celebrada en Maryland en la década del 80.Veinticuatro horas después de su testimonio, la comisión integrada mayoritariamente por republicanos consideró que no había razones para frenar la postulación.

Además, el presidente Trump le pidió disculpas a la esposa y las dos hijas  del juez, “por toda esta mierda “(sic) y lamentó estar viviendo una época en la que un ser humano ejemplar tiene que estar demostrando su inocencia. Los que conocen cómo funciona el poder en los alrededores del Capitolio y la Casa Blanca están casi seguros de que Kavanaugh terminará jurando y que las denuncias en su contra pasarán a la historia como parte de una campaña opositora, interesada en frenar el ascenso de un hombre del presidente.

Hasta que formalmente se archiven los cargos, continuarán la tensión y el suspenso que acompañan cada día la novela del magistrado que tiene 53 años, prestigio académico y ha sacado del placard un calendario de más de 30 años para tratar de demostrar que mientras versiones interesadas lo ubican en medio de una fiesta que terminó mal, el estaba, en realidad,ocupado en cuestiones académicas.

Parece estar seguro de que no hay forma de probar lo uno ni lo otro. Los 80 son anteriores a la telefonía celular y a las redes sociales. Lo que ocurre en el presente es factible de formar parte de un contenido digital que se viraliza a la velocidad de la luz, pero en esa época se necesitaba una cámara convencional para cualquier clase de registro. Hasta ahora no han aparecido videos y  es la palabra de él contra las de sus acusadoras.

Hasta que los senadores se decidan a clausurar la recepción de testimonios, la historia seguirá al ritmo de un capítulo de Scandal o de House of Cards. BK niega todo; sus denunciantes subrayan con trazo grueso los períodos más oscuros de un pasado sombrío y el presidente insiste en atribuir las acusaciones a la misma usina de falsedades que, dice, no ha podido con él.