Nosotros, los expertos

Ya ni nos acordamos de la etapa dura de la pandemia porque, afortunadamente, el panorama cambió, pero hubo una época -oscura, larga, dramática- en la que las figuras mediáticas de mayor relevancia eran los infectólogos. Arrancaban a la madrugada y nos íbamos a dormir con ellos.

Ni la experiencia ni el conocimiento se transmiten por ósmosis pero a los 15 días de la irrupción del Covid ya había columnistas y conductores de radio y televisión en condiciones de discutirle al más pintado cualquier información relacionado con virus, bacterias y pandemias.

Como además ningún tema, por científico que sea, puede quedar fuera del sesgo ideológico, rápidamente cada medio eligió a su infectólogo de cabecera y en función de su cosmovisión se elaboraban las noticias más o menos certeras y/o alarmistas acerca del comportamiento del virus.

Machacar obsesivamente sobre un tema transforma a todo el mundo en experto.Y aún los más conscientes de su ignorancia en esa materia, empezaron a animarse a hacer pronósticos y manifestar opiniones terminantes. Todo eso se incrementó exponencialmente cuando llegaron las vacunas.

En ese preciso momento, de cada 10 personas, cuatro o cinco, se sentían en condiciones de elaborar un ranking de calidad sin haber pasado ni siquiera por la puerta de una facultad de medicina o bioquímica.

Pero todo es historia. Después de un tranquilo interregno en el estuvimos a punto de convertirnos en matemáticos de entre casa calculando cuántas veces había que acudir al kiosco para llenar el álbum de figuritas del Mundial, se registró el dramático episodio del intento de magnicidio y ahora nos aguardan semanas enteras y horas de radio y televisión con otra clase de expertos.

Hay que reconocer que era más fácil encontrar infectólogos que especialistas en custodia de personalidades. Hasta que aparezca alguno que mida bien en el minuto a minuto, hay que arreglárselas con el sentido común, barnizado con alguna referencia cinematográfica.

Hasta el momento no superan la media docena los que dicen conocer formas casi perfectas o, al menos, más adecuadas de proteger al custodiado/a. En función de lo ocurrido, los más tranquilos califican la conducta de los guardaespaldas de la vicepresidenta de “relajada” y los que dicen hablar sin pelos en la lengua, la tildan de “desastrosa”.

Nos faltan apenas un par de programas para planificar, sin sombra de duda, el cuidado de Vladimir Putin durante un hipotético viaje a Kiev. Y si falta algún dato para aprender a ser guardaespaldas en un par de lecciones, siempre se puede acudir a las plataformas de streaming para ver “En la línea de fuego” y disfrutar de la cinematográfica capacidad de Clint Eastwood que no sólo consigue neutralizar a John Malkovich e impedir la muerte de Jim Curley, sino también enamorar a René Russo. Pero hasta en el cine suele haber fallas porque Frank Horrigan, el personaje que interpreta Eastwood, es un veterano siempre triste y acomplejado porque integraba el plantel del servicio secreto que no pudo impedir la muerte de Kennedy.

Todos los canales tenían preparados el domingo a los expertos en seguridad para hablar de lo mal que se custodia en el país, pero inesperadamente llegó la información acerca del presunto reseteado del teléfono del atacante de Cristina Fernández y reaparecieron en el escenario mediático los ingenieros especializados en telecomunicaciones.

Y de esos hay, al menos, una docena que están en la agenda de cualquier productor debido a la extensa participación que han tenido en casos anteriores como el triple crimen de General Rodríguez, la muerte de Nisman o la de Natacha Jaitt.

Hay que armarse de paciencia, aguardar que los que realmente saben actúen y completen la investigación y resistir, en la medida de las posibilidades, la tentación de creerse en condiciones de hacer el perfil psicológico del frustrado magnicida, reelaborar el plan de los custodios y descifrar el contenido del teléfono celular con una clave infalible.