Sociedad

Juntos son dinamita

23/06/2014 | 20:03

“No trabaja, ni estudia…Servicio Militar Obligatorio”. Cualquier argentino que navegue por internet se ha topado el último mes con esa consigna. El acoso publicitario es casi de la magnitud del que ejercen cualquiera de los sponsor del mundial, por lo que cinco, seis o siete veces por día el aviso puede eludirse pero invariablemente se termina haciendo click sobre el video en el que, con admirable poder de síntesis y en 1 minuto y 31 segundos, un adolescente atrapado en las redes del alcohol y la droga se transforma gracias a la colimba, en un joven sonriente, canchero y ejemplar.

El efecto hollywoodense que, según el subtitulado, incluye instrucción física, capacitación técnica, formación en oficios, capacitación en tecnología, nuevos valores y nuevas oportunidades, no es menos espectacular que la imagen que cierra el video clip: el kirchnerista Mario Ishii y el conservador Alfredo Olmedo juntos, sobre el fondo de la bandera argentina, reclamando apoyo para el plebiscito que debería disponer el retorno al Servicio Militar Obligatorio.

Veinte años atrás, en 1994, el presidente Carlos Saúl Menem disponía su derogación, dejando definitivamente en el pasado un siglo de vigencia. Por entonces, la opinión pública estaba conmovida por la muerte del soldado Omar Carrasco. Prestaba servicios en el Grupo de Artillería del cuartel de Zapala y tres días después de su incorporación, fue reportado como desaparecido y considerado desertor. Al cabo de un mes su cuerpo sin vida fue hallado en las mismas dependencias militares y sus superiores afirmaron que lo más probable era que se había suicidado o muerto de frío, pese a las marcas que los golpes habían dejado en su humanidad.

La historia es conocida; por el crimen de Carrasco fueron condenados a prisión el subteniente Ignacio Canevaro y los soldados Cristian Suárez y Víctor Salazar y el servicio obligatorio fue reemplazado por otro voluntario y rentado. Ahora la dupla Ishii-Olmedo propone volver a las viejas épocas, no ya con propósitos de defensa y de servicio patriótico como se justificaba la instrucción militar en el siglo pasado, sino como una suerte de guardería armada para la generación de los que no estudian ni trabajan.

El ex intendente de José C. Paz y el ex titular del bloque “Salta somos todos” trabajan sobre terreno abonado. Con alguna frecuencia aparecen ciudadanos nostálgicos del servicio militar, convencidos de que puede ser útil para que un díscolo que ignora las enseñanzas familiares comience a valorar las comodidades que desdeña a diario en su casa. Una suerte de “Canuto Cañete, conscripto del 7” actualizado que no le hace mal a nadie y que trabaja sobre la fantasía de que las personas y los objetos adquieren su verdadero valor cuando la distancia permite otra perspectiva.

Es un poco más complicado, en cambio, concebir el SMO como una barrera para la inseguridad. El senador bonaerense y el diputado nacional mandato cumplido evidencian algunos prejuicios a la hora de considerar el problema de los ni – ni. Si el publicista que eligieron fue más o menos fiel a lo que le sugirieron, los militares deberían hacerse cargo de modificar la situación de “pibes chorros” que roban para drogarse y a quienes habría que poner en vereda apostando a que los cuarteles pueden desintoxicarlos y devolverlos sanos al seno de la sociedad.

Ishii y Olmedo no quieren, como en el pasado, un servicio para todos. La propuesta de ellos es exclusivamente para los que no estudian ni trabajan y que, al parecer, además de cargar con esas carencias deberían ir a parar a los cuarteles con un doble propósito: dejar de ser una amenaza para la sociedad y modificar su escala de valores.

Mario Ishii, que debutó políticamente en el duhaldismo, pasó por las filas del ex carapintada Aldo Rico y recaló en el kirchnerismo, no ha podido conseguir ni un solo apoyo político en su actual partido. Su socio tiene un historial de fuerte exposición pública durante el tratamiento del proyecto que terminó aprobando el matrimonio igualitario.

Célebre por una franqueza que orilla el límite de la brutalidad declaró entonces “yo tengo la mente cerrada y la cola también” y cuando apenas se acallaban las críticas por sus expresiones, su nombre volvió a la palestra tras ser acusado de someter a trabajo esclavo a los obreros golondrinas de uno de sus campos en La Rioja.

Los dos tienen serias aspiraciones de seguir escalando posiciones en la política pero más allá de que lo consigan , nadie cree seriamente que puedan imponer el proyecto de retorno al SMO. Para la historia quedará, sin embargo, como un hecho excepcional que hayan saltado por encima de las barreras partidarias para unir fuerzas en torno a un propósito común.