Indignados, por María Rosa Beltramo.

Maravillas de este siglo

Indignados

28/06/2021 | 12:30 | Por María Rosa Beltramo.

María Rosa Beltramo

La indignación está sobrevalorada. Todos los días desfilan ante las cámaras y los micrófonos personas que, supuestamente, tienen sobradas razones para hacerle conocer al mundo su enojo. A menudo, los que abren el camino a la queja justiciera son periodistas, empeñados en usar la información que consiguieron para esclarecer a la ciudadanía sobre las cosas que están mal, señalar a los eventuales responsables y abogar por un futuro más ético, armónico e igualitario.

Nadie sabe si hay una correlación directa entre los que tienen un olfato mejor entrenado para la corrupción y los que pretender forzar resultados inmediatos con sus propios recursos, pero con peligrosa frecuencia aparecen escrachadores que despiertan la simpatía callada del público y la anuencia de los medios de información que destacan ese tipo de acciones.

Le puede ocurrir a funcionarios del gobierno anterior o a los actuales; a presuntos responsables de delitos tipificados en el código penal o a simpatizantes más o menos conocidos de tal o cual ideología. Hace algunos días una mujer descubrió que Alberto Samid estaba almorzando en un restaurante cuando debería encontrarse en su vivienda cumpliendo con la prisión domiciliaria con la que fue beneficiado. La señora en cuestión amonestó al recluso y logró que se levantara y se fuera.

Convertida casi en el personaje de la jornada fue aplaudida y entrevistada y además inspiró a los editores a ordenar notas varias sobre cantidad de condenados que cumplen la sentencia en la casa y la periodicidad y tipo de controles a que son sometidos, o la completa ausencia de ellos.

Cinco días después del episodio Samid, cuando Daniel Filmus retornaba al país desde Nueva York tras asistir a un encuentro del Comité de Descolonización de la ONU , se le acercó un hombre que lo filmó, lo fotografió con su celular y le gritó. Todo ocurrió en el avión de American Airlines que los trasladaba a ambos y, al parecer, el enojo de Andie Say -así lo identifica su cuenta de Twitter- se debió a que el secretario de Malvinas, Antártida e Islas del Atlántico Sur estaba en el sector de primera.

Empezó con un “la próxima vez que te subas a un avión americano te debería dar vergüenza. Viajá en AeroCámpora, hijo de puta” y después amplió el repudio al espacio político del funcionario. “Nos están hundiendo, nos están haciendo pobres. Hace un año que no laburo. Te debería dar vergüenza. No sabés lo que es que un pibe de mi edad se quiera ir del país por culpa de gente como ustedes. Son una lacra”.

Cuando el escrache ya circulaba por los medios Say disparó un nuevo tuit reconociendo que “me fui un poco a la mierda”, pero no obstante se justificó inmediatamente al sostener que “este señor saca lo peor de mí”, una expresión sospechosamente parecida al “mirá como me ponés” del violador a su víctima.

Para los delitos hay escalas, vale decir, no tienen la misma pena un hurto simple que un homicidio. En los escraches, en cambio, el énfasis está puesto más en el que quiere denunciar que en el que resulta objeto de su furia. Aunque la mayoría parece convalidar la iniciativa de los justicieros, sería mejor advertir que casi siempre están al borde de perpetrar una injusticia mayúscula y que la indignación no les servirá eternamente como escudo.

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