Sociedad

En la línea de fuego

07/10/2014 | 13:03

Barack Obama acaba de designar jefe del servicio secreto a Joseph Clancy, un veterano de 58 años que estaba virtualmente retirado y tuvo que volar de urgencia a Washington cuando el comité de Seguridad de la Cámara de Representantes arremetió contra Julia Pierson, la responsable del cuerpo encargado de cuidar al presidente, luego que ella admitiera dos errores que pudieron terminar con el hombre más poderoso del mundo herido o muerto.

Calvo y algo excedido de peso, Clancy pasó sus mejores años cuidando a Bill Clinton y George Bush y, aunque alejado del estado atlético de entonces, goza de toda la confianza del actual ocupante de la Casa Blanca para decidir cuándo y cómo hay que desplazar a la familia presidencial y mantener seguros a sus miembros.

Es que en el término de una semana, la vida de Obama peligró en dos ocasiones sin que los agentes que tienen que ser su sombra, lo advirtieran y adoptaran medidas de prevención eficaces. Un veterano de la guerra de Irak, armado con un cuchillo, saltó la valla que rodea la sede del gobierno y los guardaespaldas se dieron cuenta de lo ocurrido cuando ya estaba en el interior del salón Este, ese utilizado, por ejemplo, para anunciarle al mundo la captura de Osama Ben Laden.

Tres días antes, durante la visita presidencial a Atlanta, un hombre armado y con tres condenas por asalto y agresión, se subió al mismo ascensor que Barack. Los guardias recién se dieron cuenta de que algo andaba mal cuando el intruso situado a 15 centímetros de su jefe sacó el celular e intentó una selfie.

Interesados en salvar su propio pellejo, los agentes cerraron la boca y esperaron que los deslices fueran olvidados. Como suele suceder, una vez más quedó demostrado que es imposible conservar en secreto una información compartida por más de dos personas. A las pocas horas leyeron lo ocurrido en la portada del Washington Post.

La publicación selló la suerte de Julia Pierson, la primera mujer a la que los norteamericanos le confiaron la dirección del cuerpo que el mundo conoce por esas películas que muestran a sus integrantes imperturbables, de traje y anteojos oscuros, subiendo y bajándose de las Escala de negras o corriendo al costado del vehículo que traslada al presidente.

Dieciocho meses atrás, la criminóloga nacida en Florida había llegado a esa jefatura por una jugada política nacida de la necesidad de limpiar la imagen del cuerpo, salpicada por ciertos excesos.

En Colombia todavía se acuerdan de que los agentes enviados a Cartagena para preparar el arribo de BO a la cumbre de las Américas de 2013 disfrutaron de una noche de esparcimiento que incluyó alcohol, drogas y prostitutas, combo por el que un par de ellos no quisieron pagar. Mark J. Sullivan, el responsable de entonces fue eyectado del cargo.

Sin embargo no la pasó tan mal como su sucesora que fue convocada por la Cámara de Representantes para brindar explicaciones que no satisficieron a nadie y le permitieron a la oposición republicana hacerse un pic nic con la presunta vulnerabilidad del comandante en jefe.

Es que aunque parezca mentira, las alarmas de seguridad que debían haber saltado cuando el ex soldado Omar González entró en la Casa Blanca estaban silenciadas, ya que los oficiales de la entrada consideraban que funcionaban mal y se encendían sin motivo.

Ahora es el turno de Joseph Clancy, un tipo confiable y obsesivo, que –excepto por el físico– es parecido al Frank Horrigan que encarnaba Clint Eastwood en “En la línea de fuego” y parece dispuesto a abandonar la tranquilidad del retiro inminente por la adrenalina de cuidar a un hombre que se las ha ingeniado por sembrar el mundo de enemigos.