En el mismo lodo...

Maravillas de este siglo

En el mismo lodo...

17/04/2018 | 06:56 |

Aunque más de una vez se afirma que el mundo está enfermo de realidad, no hay nada como la ficción para agitar las aguas de la polémica. 

María Rosa Beltramo

Uno de los últimos refugios de la ética y la seriedad acaba de estallar y la deflagración se llevó para siempre esa imagen de excelencia que había logrado sobrevivir a decisiones controvertidas, atribuídas, con frecuencia, a factores políticos e ideológicos. La Academia Sueca que cada octubre elige a un hombre o una mujer para incorporarlo al Olimpo del Nobel, acaba de perder a cinco de sus integrantes y quienes todavía transitan por sus recoletas habitaciones han quedado irremediablemente salpicados por el espeso lodo de la sospecha.

Pobres ingenuos los que creyeron que las denuncias de acoso que el año pasado conmovieron a Hollywood eran un fenómeno que se agotaba en la escenografía de Los Angeles. La caída del productor Harvey Weinstein y el alud que fue cobrando vigor y arrastrando a su paso reputaciones, siguió imparable y se replicó en ámbitos políticos y laborales a escala global.

El puñado de académicos, con cargos vitalicios, leales a la corona sueca y encargados de la preciosa tarea de marcar el rumbo de la literatura, parecía inmune al riesgo de contagio de conductas impropias.Sin embargo, hace cinco meses el diario Dagens Nyheter, el más leído de
Estocolmo, se despachó con el testimonio de 18 mujeres que dijeron haber sido abusadas entre 1996 y 2017 por el dramaturgo francés Jean-Claude Arnault, esposo de la jurado Katarina Frostenson.

El revuelo que provocó la publicación creció poco después con una denuncia de otra naturaleza, pero igualmente grave, también vinculada a la misma persona y que atacaba el principio de discreción imprescindible para que siga teniendo sentido la expectativa que rodea cada año el
otorgamiento del premio más valioso del mundo.

Arnault, según el Dagens Nyheter, habría revelado anticipadamente el otorgamiento del Nobel a la austríaca Elfriede Jelinek (2004), el británico Harold Pinter (2005) y el francés Patrick Modiano (2014). Esas filtraciones no son la peor falta del marido de Katarina Frostenson, porque el diario averiguó que oportunamente se ufanó de haber tenido una participación destacada en la designación de su connacional Jean-Marie Gustave Le Clézio (2008), una inesperada situación de tráfico de influencias.

En este último caso hay un detalle llamativo; la casa de apuestas británica Ladbrokes tuvo que cerrar los pronósticos horas antes del fallo porque el autor había pasado de estar 15 a 1 a 2 a 1.

Peter Englund, uno de los académicos que ha renunciado a un sillón que tenía de por vida, dejó las formas educadas que caracterizan a los de su clase y, refiriéndose al marido de su colega, sostuvo “es un cabrón”. Es que toda la información reunida ensombrece la actuación del
dramaturgo y arroja sospechas sobre distintas actividades que desarrollaba bajo el protector paraguas de la Academia.

Frostenson, su mujer, era copropietaria de la sociedad que controla el club literario Forum, una institución que habría recibido varias subvenciones, y que tenía oficinas que pagaba la Academia y por la que habrían pasado varias de las mujeres-la mayoría de ellas escritoras-que denunciaron por acoso a Arnault. Sin chances de resistir denuncias que hora a hora empeoran la situación de Jean Claude, Katarina se fue al igual que tres de sus colegas y la secretaria de la institución.

Abril es un mes clave porque si bien falta mucho para el otoño sueco, es el mes tradicionalmente elegido para que los expertos pasen a los candidatos al premio por la criba de la calidad. A fines de abril, cuando el resto del mundo disfruta de las obras del Nobel del año anterior, los
académicos se concentran en los libro de los tres o cuatro que han considerado dignos del último tramo de la carrera. La situación está tan complicada que la Academia no se puede dar el lujo de perder a ningún otro de sus miembros, porque sino, se quedará sin quórum para escoger al ganador.