Maravillas de este siglo

Amistades peligrosas

21/11/2019 | 09:07 |  

Las monarquías en general y la británica en particular han demostrado una resistencia admirable a guerras, hambrunas, complots internos y nuevas teorías políticas, no obstante lo cual sus miembros saben que la inmunidad de la que disfrutan no los convierte en invulnerables y que sus privilegios son un legado que hay que custodiar, proteger y, en la medida de lo posible, apartar de la vidriera para no exponerlos a la envidia ni al hartazgo de los súbditos.

Es probable que en otras épocas la nobleza debiera estar especialmente atenta a la traición de los más próximos. Hoy, en cambio, no importa el porcentaje de sangre azul que corra por las venas del heredero, lo que tiene que cuidar es la imagen; no más ni menos que un jefe de Estado, un candidato a concejal de una pequeña ciudad del interior o un futbolista estrella.

Por eso Inglaterra no logra recuperarse de la decisión del príncipe Andrés, hijo de la reina Isabel II, de brindar una entrevista a la BBC en la que su amistad con Jeffrey Epstein, el magnate norteamericano que se ahorcó en su celda, lo puso contra las cuerdas y agigantó todas las dudas que esa relación provocaba.

Los medios consideraron catastrófico el reportaje y en medio de una auténtica catarata de críticas, Andrés anunció que se aleja de sus actividades, para lo cual contaba con la aprobación de la reina. Antes del comunicado que suscribió para dar cuenta de la interrupción temporal de sus funciones British Telecom advirtió que no continuaría financiando un programa educativo si el duque de York seguía siendo el padrino del programa

Tres universidades australianas avisaron que ya no querían colaborar con él en una asociación que ayuda a los empresarios y a las compañías emergentes. Antes de que el hombre que figura octavo en la línea de sucesión apareciera el sábado ante la periodista Emily Maitlis, uno de sus asesores le presentó la renuncia, seguro de que era un error fatal someterse a un cuestionario para el que no tenía respuestas convincentes.

Y después de un comienzo convencional la entrevista rumbeó hacia el punto más oscuro de la historia del príncipe, su amistad con Jeffrey Epstein, considerado un depredador sexual, condenado y convicto y dueño de un imperio que empezó a desmoronarse en 2005 cuando los padres de una adolescente de 14 años acudieron a la Policía y lo acusaron de abusar de su hija.

El hijo de la reina de Inglaterra no era el único amigo famoso de Epstein que aparece en varias fotos junto a un todavía joven Donald Trump o a Bill Clinton, pero a diferencia del actual y el ex presidente de Estados Unidos, el príncipe continuó frecuentándolo y se alojó en la mansión del millonario cuando ya había sido condenado por delitos sexuales.

Tampoco pareció preparado para responder sobre la denuncia de Virginia Giuffre, una mujer que dice haber tenido relaciones con él cuando era menor de edad. Para respaldar sus expresiones, ella describió que el príncipe se veía muy sudoroso. La desmentida fue entonces dirigida a esa cuestión más que a la central y el aludido se metió en un auténtico berenjenal al negar el tema de la transpiración copiosa, “No sudo desde un problema que sufrí en la guerra de las Faklands”, sostuvo.

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Desde la entrevista han pasado sólo unos días pero en el Palacio de Buckingham nadie se privó de exhibir su enojo y su estupor con alguien que a sus 59 años debería tener experiencia suficiente para saber lo difícil que es salir bien parado de la curiosidad de la prensa.