Eduardo "El Gato" Romero, el hombre de las mil anécdotas

Eduardo "El Gato" Romero falleció este domingo a los 67 años, en el trascurso de una grave enfermedad que lo había obligado a solicitar licencia de sus funciones de intendente de Villa Allende. 

"Quien hace trampa en el golf, hace trampa en la vida", le dijo una vez su padre y maestro de uno de los tres mejores jugadores argentinos en la historia de este deporte. Para Alejandro Eduardo "El Gato" Romero, aprender a jugar golf fue, también, aprender a vivir. De esto trata su biografía "El Gato". 

De orígenes extremadamente humildes, nació frente al campo de golf de Villa Allende, donde su padre fue caddie e instructor, hecho fortuito que sería clave en su carrera. De chico aprendió el valor del trabajo, en el seno de una familia muy humilde, pero nunca agachó la cabeza más que para mirar la pelota, antes de un tiro perfecto.

La tesón lo llevó a recorrer el mundo con un palo de golf: ganó setenta torneos, entre los que se cuentan diez títulos en el circuito europeo y dos majors en el circuito senior de los Estados Unidos. 

Ganó 11 veces el Olimpia de Plata en golf y una vez el Olimpia de Oro, como el mejor deportista del país. 

Quien hace trampa en el golf, hace trampa en la vida

Más tarde la vocación lo llevó a dedicarse a la política y a ser intendente de su querida Villa Allende. 

En sus innumerables viajes, recolectó una serie de anécdotas que fascinaban a sus interlocutores. Estas son algunas de las perlitas que quedaron en su biografía y que dejan traslucir la personalidad de un hombre íntegro, más allá de su legado en el deporte y en la política. 

Algunas anécdotas 

"Iba primero en un torneo y me agarró un cólico renal un sábado a la madrugada. El médico que me atendió se ofreció a acompañarme el domingo en un carrito de golf para ponerme inyecciones para el dolor. Íbamos detrás de los árboles y ahí me pinchaba. Me puso 14 inyecciones en 18 hoyos. Terminé con las nalgas moradas, pero gané. Lo más gracioso fue que cuando volví a Córdoba, un juez me contó que tenía que condenar a un reo y su abogado pidió postergar la audiencia porque el preso tenía un cólico renal. El juez le respondió: A Romero le pusieron 14 inyecciones y jugó 5 horas al golf con un cólico. Tráigame ya al reo que lo condeno".

"Mi caddie se enteró de un fanático mío que vivía en Mar del Plata y tenía un cáncer terminal. Se llamaba Fernando y dos semanas antes de ir al British pasé a visitarlo de sorpresa. El tipo tenía hasta álbumes de fotos mías. Le regalé una gorra y le dije que cada vez que emboque un putt y me enfoquen las cámaras iba hacer un gesto con mi gorra. Era un saludo que sólo él y yo íbamos a saber. Como arranqué bien y estuve entre los diez primeros me enfocaron bastante. Cuando terminó el torneo lo llamé esa noche. Me atendió su esposa y me dijo que Fernando había muerto el día anterior. Me agradeció porque en dos semanas había hecho todo lo que no había hecho en dos años: fue a ver a los vecinos, sacó a pasear al perro, fue feliz. Lo enterraron con mi gorra dentro del cajón, tal como lo pidió", detalló emocionado. 

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"Cruzábamos de Portugal a España con otros cuatro golfistas profesionales, y de pronto se nos quedó el auto. Nos habíamos quedado sin una gota de nafta.

Uno se ofreció para ir a pie a la estación de servicio. Empezó a caminar y a los pocos metros pasó un tipo con una moto. El casco le tapaba la cara.

"¿A dónde vas?", le gritó el de la moto.

"A buscar nafta", contestó nuestro compañero.

"Subí, te acerco", le dijo el tipo.

Lo llevó, lo esperó y lo trajo de vuelta hasta el auto. No sabíamos cómo agradecerle. Ahí nos hicimos los cancheros: "Lo queremos recompensar", le dijimos. "Nosotros somos profesionales de golf, acá está nuestra tarjeta".

El tipo se sacó el casco... era Juan Carlos, el rey de España.