La quinta pata del gato
09/07/2025 | 10:50
Redacción Cadena 3
Adrián Simioni
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Todos "psicopateados" por el dólar
En Argentina, el dólar es más que una moneda: es un termómetro de nuestras ansiedades colectivas. El martes, la divisa, que venía subiendo como si quisiera tocar el cielo, se estacionó en 1.280 pesos.
Hoy, no se moverá. Ni sube, ni baja. Quieto, quieto, quieto. Y en este país donde el dólar es una obsesión, esa quietud nos desconcierta. Porque si sube, tememos que la inflación nos aplaste; si baja, lloramos por el turismo que no va a Calamuchita y las empresas que quiebran por no poder competir con importaciones baratas. Siempre, de una u otra forma, sentimos que el mundo se nos cae encima.
Lo cierto es que, por primera vez en mucho tiempo, el dólar está flotando. Sí, flotando, como en esos países "normales" como Chile, Uruguay o Brasil, donde el tipo de cambio actúa como una válvula automática que ajusta la economía.
Si nos entusiasmamos demasiado con las compras en Brasil o con ropa barata de China, el dólar sube, nos frena y nos devuelve a la realidad. Si sacamos los dólares del colchón porque todo está "regalado" afuera, el dólar baja. Es un mecanismo simple, pero en Argentina, donde décadas de controles y cepos nos han deshabituado a la normalidad, este comportamiento nos genera vértigo.
Desde que se levantó el cepo, el dólar subió un 17%, pero la inflación, por ahora, no siguió su ritmo. Esto es una buena noticia: nos estamos abaratando en dólares, lo que nos hace más competitivos frente al mundo, sin que los precios internos se disparen (crucemos los dedos).
Pero esta transición hacia la normalidad no es gratis. Para que el dólar flote sin desbarrancarnos, el Gobierno mantiene una disciplina fiscal férrea: no gasta más de lo que recauda, evitando emitir pesos que alimenten la inflación o la demanda de dólares.
/Inicio Código Embebido/
/Fin Código Embebido/Sin embargo, esta estrategia enfrenta resistencia. El kirchnerismo, gobernadores e intendentes empujan paquetes de leyes que podrían romper este delicado equilibrio.
Por otro lado, el Banco Central restringe la cantidad de pesos en circulación para evitar que se vayan al dólar. Esto encarece el peso, sube las tasas de interés y, sí, genera un efecto recesivo. La economía crece poco, y ese es el costo de transitar este desfiladero estrecho hacia la estabilidad.
Además, aunque el Gobierno insista en que el dólar flota libremente, no es tan así. El Tesoro ha comprado 400 millones de dólares en el mercado en el último mes, un movimiento que, aunque no es intervención directa del Banco Central, tiene efectos similares a acumular reservas.
Y en el mercado de futuros, se dice que el Banco Central ha ofrecido dólares a 1.280 pesos para diciembre, una jugada que aplana la cotización presente y evita subas bruscas. ¿Trampa? No exactamente. Es una forma de intervenir sin admitirlo.
No, no está todo bien. Estamos en un proceso de normalización que nos cuesta entender porque venimos de décadas de distorsiones. La estabilidad del dólar hoy es un alivio, pero también un recordatorio de lo frágil que es este equilibrio.
Si el Gobierno afloja en la disciplina fiscal, si el Banco Central no controla los pesos o si las presiones políticas rompen el esquema, volveremos a la psicopatía del dólar que sube, baja y nos tiene a todos al borde del infarto. Por ahora, el dólar está quieto. Pero en Argentina, la quietud siempre parece el preludio de algo más grande.
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