Perspectiva Argentina
29/12/2025 | 11:05
Redacción Cadena 3
Adrián Simioni
Audios
Dólares al banco, un mar de papelitos para ocultar a los elefantes de siempre
El viernes, el Congreso sancionó el llamado proyecto de “inocencia fiscal” y, apenas dos días después, "Toto" Caputo salió a decir lo obvio para su propia lógica: vayan al banco, depositen los dólares y que nadie los moleste.
Detrás del ruido político y técnico, la idea central es clara. El Estado deja de pararse, al menos en el discurso, en el rol de acusador automático. En lugar de asumir que todo el que ahorró en dólares es un evasor, un lavador o un delincuente, parte de la presunción de inocencia: la mayoría guardó sus ahorros para protegerse de la inflación y de un sistema que durante años empujó a la informalidad.
El esquema no es ilimitado ni anárquico. Hoy el tope para depositar sin que se presuma evasión es de 100 millones de pesos, unos 67 mil dólares. Recién a partir de ahí podría configurarse una evasión simple y habilitar una eventual investigación. Además, no es para cualquiera: solo pueden adherir personas humanas o sucesiones con ingresos anuales menores a mil millones de pesos y un patrimonio que no supere los 10 mil millones. No es, al menos en los papeles, un perdón para grandes fortunas.
La condición clave es entrar al régimen simplificado de Ganancias. Con eso, el ahorrista puede llevar su dinero al banco sin declaraciones juradas adicionales ni explicaciones sobre el origen. Caputo lo dijo sin demasiados eufemismos y dejó flotando una advertencia: si algún banco complica el trámite, la puerta del Banco Nación está abierta. El propio Nación salió a confirmar que desde este lunes recibe los depósitos sin exigir nada extra.
La reacción de algunas entidades fue previsible: no se gobierna el sistema financiero a fuerza de tuits. Y tienen razón en un punto. Los bancos necesitan resoluciones del Banco Central, reglamentaciones claras y respaldo normativo. La ley ya está, pero los engranajes burocráticos se mueven más lento que la ansiedad política.
Ahora bien, el debate de fondo es otro. Muchos advierten que así se abre la puerta a cualquier cosa, que se facilita el lavado y se desarma el control. La pregunta incómoda es si el sistema anterior funcionaba mejor. Porque mientras a cualquier ahorrista le hacían firmar montañas de papeles por unos pocos dólares, los elefantes pasaban sin problemas.
Ahí están los ejemplos. Las investigaciones en Estados Unidos sobre movimientos millonarios vinculados a la AFA, con transferencias a sociedades fantasma y circuitos financieros que jamás pasaron por el sistema bancario argentino. O las causas que hoy involucran a funcionarios de carrera del Banco Central, sospechados de habilitar maniobras durante el cepo: importaciones simuladas, dólares oficiales baratos y una bicicleta perfecta hacia el mercado "blue". Todo eso ocurrió en pleno "reino del formulario", con controles infinitos para el ciudadano común.
El contraste es brutal. El pequeño ahorrista, que compraba dólares como podía para no perder todo, era tratado como sospechoso permanente. Los grandes jugadores, en cambio, se movían cómodos entre resquicios, contactos y firmas invisibles. Un océano de papeles para frenar a los peces chicos, mientras los elefantes cruzaban sin mojarse.
La apuesta del Gobierno es riesgosa, pero no ingenua. Presumir inocencia, blanquear sin castigo y después cobrar los impuestos que correspondan. No es un perdón fiscal eterno ni un cheque en blanco: lo declarado pasa a existir, a ser visible, a tributar. Lo que se elimina es la lógica punitiva previa, esa que castigaba antes de probar.
Queda por ver si la medida prospera, si genera confianza o si se diluye en la desconfianza estructural que los argentinos tienen con el sistema. Pero hay algo que ya quedó expuesto: el viejo modelo, cargado de controles y sospechas, no evitó los grandes desvíos. Tanto papel no impedía el delito, solo lo ocultaba mejor.
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