“Wanchope” Ábila, un muchacho de barrio con la clave del gol

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"Wanchope" Ábila, un muchacho de barrio con la clave del gol

03/07/2022 | 14:22 | El delantero hizo inferiores en Unión Florida y debutó en Instituto, su gran amor. Es amado en Huracán, fue multicampeón con Boca y sueña con volver a "La Gloria", aunque su vida no estuvo exenta de luchas.

Redacción Cadena 3

Gabriel Rodríguez

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“Wanchope” Ábila, un muchacho de barrio con la clave del gol

Hay jugadores que son símbolos del lugar en el que nacieron y se transforman en un patrimonio de sus tierras natales. Así es que, por ejemplo, decir Lionel Messi o Diego Armando Maradona es decir Argentina. O decir Cristiano Ronaldo es sinónimo de Portugal. O Zinedine Zidane, de Francia.

La analogía se replica con grandes estrellas de todos los tiempos del fútbol mundial, pero también podría espejarse un escalón más abajo, ya en un plano regional. Y ahí es donde aparece un abanico compuesto de muchos otros nombres. Y ahí también es donde, por ejemplo, emerge la figura de Ramón Ábila, o “Wanchope”, que es algo muy parecido a decir “barrio”. Y Córdoba. Y lucha.

Ramón Darío Ábila nació un 14 de octubre de 1989 en Córdoba capital. Criado en el seno de una familia trabajadora, creció en barrio Remedios de Escalada, ubicado al norte de la ciudad, un poco más allá de los límites de la Circunvalación. Al ritmo del cuarteto de “La Mona” Jiménez y de pelotazos cruzados en la cuadra, se ilusionaba con seguir los pasos de su papá, futbolista amateur.

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A poco de nacer, su ropa tenía bastones verticales rojos y blancos: los de la camiseta de Instituto. La que hoy lleva tatuada, más allá de los colores que le toquen vestir. Su gran amor. Sin embargo, curiosamente, el que lo hizo de “La Gloria” no fue su papá, sino su hermano. Y él fue el que lo llevó desde chico a Alta Córdoba.

Ramón hacía rutina cada fin de semana la peregrinación a la popular del Monumental, donde se sacaba la garganta alentando y se trepaba al alambrado esperando una remera de regalo, o simplemente un mimo de algún jugador de “La Gloria”, algo que quedó retratado para la eternidad en más de una foto.

Pero, a la par de su faceta de hincha, también tenía el amor por jugar. Y sus primeros pasos fueron cerca de su casa: Unión Florida fue el club que lo vio crecer. Empezó siendo arquero, pero al poco tiempo, por consejo de los profesores, pasó a ser delantero. En las inferiores la descosía, por lo que tuvo, con solo 14 años, la posibilidad de vestir la camiseta del primer equipo en la Liga Cordobesa.

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Los goles del muchacho de barrio que idolatraba a Carlos Tevez llamaron la atención de Instituto, que lo fue a buscar. Para Ramón, era empezar a cumplir su gran sueño. Se pagaron los 800 pesos que salía en ese entonces el pase y fue a “La Gloria”, donde se convirtió en figura en la quinta del club.

En un partido ante Boca, Ábila la rompió y desde “El Xeneize” lo invitaron a probarse. Fue dos semanas a Buenos Aires y su rendimiento encantó a la institución de la Ribera, que quiso llevarlo, pero Instituto se negó. Para él fue un golpe duro y decidió dejar el fútbol antes de debutar en primera.

Su vida parecía encaminada a dedicarse a trabajar en la cerámica con su papá, pero en junio de 2008, Jorge Ghiso, técnico en ese entonces del “Albirrojo”, lo fue a buscar a su casa. “Vitrola” le preguntó si quería jugar y le dijo que lo esperaba al otro día en el entrenamiento. Y ahí volvió todo a empezar de cero para Ramón.

Debutó en un triunfo ante All Boys, en un partido en el que hizo dupla con “El Chino” Romero. De la tribuna a la cancha. Sueño cumplido. Otro momento inolvidable en su vida fue el de su primer gol en el Monumental, ante Defensa y Justicia. El grito de un hincha.

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Sin embargo, tuvo pocos minutos y rodaje, y pasó a préstamo a Sarmiento de Junín, que militaba entonces en la B Metropolitana. Con 9 goles y grandes rendimientos, ayudó al “Verde” a un festejado ascenso a la B, tras lo cual regresó a Alta Córdoba. Sin embargo, no fue tenido en cuenta y lo cedieron a Deportivo Morón, para luchar nuevamente en la tercera categoría.

Tras pelearla de abajo, con 24 años y más experiencia regresó una vez más a Instituto en 2013 para tener su revancha. Lo logró sumando minutos y goles, con uno muy recordado, el día de su cumpleaños, en el clásico ante Talleres, que celebraba su centenario.

Su elevado nivel lo llevó a ganarse el apodo de “Wanchope”, por su parecido al goleador costarricense de apellido homónimo. Huracán puso los ojos en él, y decidido a llevarlo pese a que el delantero había sufrido una lesión, lo compró en 2014.

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En “El Globo”, el cordobés ratificó lo que venía mostrando y alcanzó su mejor versión, siendo el estandarte del equipo que logró el ascenso a Primera y goleador del torneo.

Por si fuera poco, sus tantos comenzaron a cotizar alto también en la Copa Argentina 2013/2014, donde “El Quemero” dio una inolvidable vuelta olímpica ante Rosario Central que le puso fin a largos años de sequía.

Con un temible promedio de casi un gol cada dos partidos, “Wancho” se ganó rápidamente el cariño de los hinchas de Huracán, algo que se potenció al sumar una nueva estrella: la Supercopa Argentina 2014, frente a River.

En 2015, su momento dorado se extendió y sus cinco goles en la Copa Sudamericana ayudaron al “Globo” a acceder a una histórica final, en la que no pudo coronarse ante Independiente Santa Fe de Colombia.

Sus gritos en el certamen internacional hicieron que desde el exterior pusieran el radar en él, y Cruzeiro, uno de los colosos de Brasil, se llevó al vecino país los goles del pibe de barrio Remedios de Escalada.

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“Wanchope” tuvo grandes actuaciones, anotó 25 tantos en 60 partidos y se consagró campeón de la Copa de Brasil. A pesar de ello, fue perdiendo la titularidad, y de golpe se abrió otra puerta, que parecía de película.

Por pedido de Carlos Tevez, su ídolo de siempre y después amigo, Boca, el club al que casi va siendo adolescente, lo fue a buscar. Con un préstamo previo de seis meses en Huracán, finalmente Ramón llegó al club de la Ribera, donde cumplió dos sueños en uno: jugar en un grande y al lado del futbolista que siempre admiró.

En diciembre de 2017 comenzó su ciclo en “El Xeneize”, donde llegó a construir un envidiable promedio de gol y alzó, al poco tiempo de llegar, la Superliga y la Supercopa Argentina.

Un año después, en el ocaso de 2018, fue partícipe de la “final del siglo” de la Libertadores ante River. Anotó el primer tanto de la serie, en el 2-2 en La Bombonera, pero terminó sufriendo la dura derrota en Madrid, donde “El Millo” lograría el título más importante de su historia.

“Wanchope” mantuvo su poder goleador al año siguiente, pero las lesiones le jugaron una mala pasada y perdió consideración. Una nueva caída ante River, esta vez en semifinales del certamen continental, y posteriores amenazas que recibió hacia su familia coronaron un año complicado.

Sin embargo, Boca adquirió la totalidad de su pase, y le esperarían dos alegrías más: las vueltas olímpicas en la Superliga 2019/2020 y en la Copa Diego Maradona.

En 2021, el cordobés fue cedido a la MLS de Estados Unidos, donde tuvo pasos por Minnesota United y DC United antes de retornar al elenco azul y oro, donde no fue tenido en cuenta. Molesto por la situación y en medio de un conflicto, tras varios idas y vueltas fue transferido a Colón.

En “El Sabalero”, el delantero busca enamorar a los hinchas de la mano de sus goles, que con el paso de los partidos comenzaron a llegar.

Hasta el momento, el más importante se dio en la ida de octavos de la Copa Libertadores, justamente en Córdoba y ante Talleres, en lo que fue un empate 1-1 que dejó la serie abierta.

Más allá de lo que ocurra en su estadía en Santa Fe, el delantero tiene la mirada puesta en volver en no mucho tiempo a Instituto, su gran amor, para hacer historia.

Hay jugadores que son símbolos del lugar en el que nacieron y se transforman en un patrimonio de sus tierras natales. Y Ramón “Wanchope” Ábila es uno de ellos. Sinónimo de Córdoba, de Instituto y de resiliencia, el muchacho de barrio Remedios de Escalada quiere seguir escribiendo páginas gloriosas en el fútbol.

*Por Gabriel Rodríguez, textos de Juan Schulthess y edición de Erika Andújar.

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