Ser padres -de futbolistas-, hoy

Perfiles de La Previa

Ser padres de futbolistas hoy

17/02/2019 | 14:13 |

Jugadores a los que les gusta la noche y la joda, hubo, hay y habrá mientras el fútbol exista y el mundo sea mundo. ¿Los que juegan bien merecen privilegios? ¿Deben ser todos iguales ante la ley?

Mauricio Coccolo

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El fútbol es un mundo que tiene sus propias reglas: la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal, muchas veces, depende de un gol más o de un gol menos. Sobran los casos de jugadores, técnicos, dirigentes, hinchas y periodistas que tapan todo con la manta del resultado. Es la lógica del “mientras gane”: mientras gane, y rinda, y haga goles, y juegue bien, y salga campeón, no pasa nada.

El de Ricardo Centurión es un rompecabezas que además de las piezas tradicionales, que encajan con los prejuicios habituales, tiene otras que son más difíciles de acomodar e incomodan. Por un lado se pide a gritos una intervención del club porque el Centurión jugador de fútbol le faltó el respeto al técnico, pero, por el otro, muy pocas voces reclamaron sanciones cuando al Centurión hombre y novio le aplicaron una restricción perimetral por haberle pegado a una mujer. 

¿Cuál es la vara de los valores que tiene el mundo del fútbol? ¿Las sanciones duras y ejemplificadoras son solo para las infracciones que rozan lo deportivo? ¿No importa tanto si se comprueba que el crack cometió un delito? ¿Es más grave un desplante al entrenador o una trompada a la novia? ¿El famoso predicar con el ejemplo no debería aplicarse también en esos asuntos que se buscan tapar? ¿Por qué al ganador hay que soportarle que haga lo que quiera? ¿Los que juegan bien merecen privilegios? ¿Deben ser todos iguales ante la ley o hay algunos más iguales que otros?

Jugadores a los que les gusta la noche, el baile y la joda, hubo, hay y habrá mientras el fútbol exista y el mundo sea mundo, pero ese es un ámbito privado, propio de cada uno, y da lo mismo que sea futbolista o albañil. Nadie tiene porqué meterse a cuestionar cómo eligen vivir su vida los demás, aunque existe una extendida doble moral: si salen cuando ganan está bien, no pasa nada, que disfruten, pero cuando pierden tienen que encerrarse y arrodillarse sobre granos de maíz.

En cualquier ámbito, cada profesional, se supone, sabe cómo administrar mejor sus condiciones. Así, el futbolista que se cuida, como el albañil que se cuida, puede tener más posibilidades de rendir bien, de estirar su carrera, de hacer mejor su trabajo, de ganar más plata, de no faltar el lunes, de tirar bien una pared… el que no lo entiende, o no lo quiere entender, conoce las consecuencias. En una primera instancia, esas consecuencias son personales, ahora, ¿qué pasa cuando se trabaja en grupo? ¿Cómo reaccionan los jefes? ¿Cómo deberían reaccionar? ¿Y los compañeros? Además, el futbolista tiene algo que el albañil no tiene: hinchas que lo siguen. ¿Y los hinchas qué dicen?

Siempre que ocurren situaciones similares vuelve a ponerse sobre la mesa de discusión el ya archivado expediente Ariel Ortega, un jugador de un nivel superior a la media al que le costaba respetar las reglas. Cuando jugó en Newell’s, por ejemplo, la situación fue expresamente aclarada por el presidente: el "Burrito" tenía privilegios porque, según las autoridades del club, se los merecía y al compañero que no le gustaba le señalaban la puerta. Ortega tenía permiso para llegar tarde o faltar a un entrenamiento porque era la figura del equipo, y no se discutía.

Con otros niveles de exigencia y repercusiones, durante el último tramo de la película de Orteguita en River se discutió mucho sobre las actitudes del profesional, pero también las de Diego Simeone, el técnico, que dejó toda la sensación de apañarlo mientras le sirvió para ganar y descartarlo cuando dejó de ser útil. Este cubo mágico imposible de armonizar plantea en ese punto otro gran dilema: ¿los clubes ayudan por interés, por conveniencia, o ayudan de verdad? ¿Tienen más paciencia con los buenos jugadores? ¿Reciben el mismo trato los que no son tan buenos y se equivocan?

El mundo todavía discute si es más difícil hacer reír o hacer llorar. Hay dudas sobre las dificultades de una cosa y de la otra, pero lo que es innegable son las ventajas que consiguen aquellos que pueden hacer una de las dos -si pueden las dos, mejor-. Los que provocan risas o lágrimas cruzan la línea. El tema es qué línea. Un ejemplo emblemático, e histórico, es el de Héctor Veira, que con el paso del tiempo se convirtió en un personaje simpático al que sus anécdotas le sirvieron para enterrar una condena que nunca cumplió por violar a un menor.

Los vientos renovadores de la actualidad parece que están sacudiendo viejas, y arcaicas, estructuras. Dos casos recientes se abren como ventanitas al futuro: el de Tifner en Gimnasia y el de Rossi en Estados Unidos.

El volante tripero fue denunciado en la justicia por su  pareja por “comportamientos violentos”, la mujer no solo fue al ámbito que corresponde sino que además presentó pruebas para que no puedan acusarla de nada. En ese contexto, los dirigentes de Gimnasia decidieron intervenir y lo hicieron con mucho criterio: salieron del rol habitual de los clubes que tratan de tapar la situación e iniciaron las acciones legales que corresponden para aclarar la posible comisión de un delito.

Lo que pasó con Rossi, y su frustrado pase a los Estados Unidos, tiene algunos ribetes más repugnantes porque un sector del famoso “mundo del fútbol” trató de hacernos creer que la transferencia no se hacía debido a una cuestión de papeles. Esa vieja costumbre de meter la basura debajo de la alfombra. Con todas las letras debe decirse que un grupo de hinchas del club a donde iría el arquero pidió que no lo contrataran debido a una denuncia que tiene por violencia doméstica.

El sentido común es muy sabio cuando señala que todos somos humanos, podemos equivocarnos y merecemos otra oportunidad. Es cierto. Tan cierto como que los errores tienen consecuencias y hay que enfrentarlas. Es un círculo de enseñanzas: después del error sigue un castigo, con su correspondiente sanción y cumplimiento; luego llegan las etapas de arrepentirse y aprender para no volver a equivocarse. Tan simple como la mamá que pone en penitencia a su hijo y lo manda al rincón para que aprenda. Claro que en las familias del fútbol las cosas suelen ser más complicadas porque los ganadores tienen padres de sobra, mientras que los perdedores casi siempre son huérfanos.