Las vueltas de Tevez

Perfiles de La Previa

Las vueltas de Tevez

03/02/2019 | 14:57 |

El jugador del pueblo volvió a Boca tras una excelente temporada en la Juventus. Sin embargo, Carlitos jugó más con los micrófonos que con la pelota.

Mauricio Coccolo

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La cifra impacta: 42 días. Sí, apenas 42 días después de haber jugado una final de Liga de Campeones de Europa, Carlos Alberto Tevez volvió a ponerse la camiseta de Boca. Pasó de enfrentar al Barcelona en Berlín, por el trofeo más importante del viejo continente, a jugar contra Quilmes en la Bombonera por la fecha 17 del campeonato argentino.

La vuelta fue tan increíble como impensada: ni el más optimista hincha de Boca podía creer lo que decían los periodistas; la mayoría pensaba que se trataba de una bomba de humo más, entre tantas. Hasta que las interminables reuniones un día se terminaron y el 13 de julio, a las siete de la tarde, unos 60 mil xeneizes peregrinaron hacia la Bombonera para recibir al hijo pródigo.

La tardecita fue mágica. El jugador del pueblo era más que nunca del pueblo: volvía por la gloria y no le importaba la plata. Maradona colgó una bandera. Riquelme recibió sus correspondientes elogios. La gente dejó sus donaciones y se llevó el alma llena de sueños, y el celular lleno de fotos. Claro que no faltaron los cazadores de leyendas gritando a los cuatro vientos que el verdadero motivo de la vuelta se llamaba Daniel Angelici, que había planeado todo para ganar las elecciones a fin de ese año.

Como sea, el círculo se cerró a la perfección en noviembre de 2015, cuando Tevez y Boca coronaron la vuelta con dos vueltas en tres días: primero ganando el torneo de primera y luego la Copa Argentina. Y para completar el cartón: un mes más tarde Angelici fue reelecto como presidente.

Carlitos, portador de la cinta y la 10, fue el abanderado de todas las causas. Hablaba adentro y afuera de la cancha. El físico le respondía a la altura de la lengua. Hasta que el castillo de naipes empezó a tambalear. El primer aviso lo dio San Lorenzo con una goleada en Córdoba por la Supercopa Argentina, después vendría la salida del Vasco Arruabarrena y la llegada de Guillermo Barros Schelotto. Mientras tanto, el gran objetivo estaba en marcha: la Copa Libertadores.

La flechita que antes estaba para arriba, ahora amenazaba con darse vuelta. Carlos Tevez no entró en la lista de la Selección para la Copa América del centenario. Los optimistas empedernidos pensaron que sería mejor porque así podría prepararse para lo que importaba de verdad: las semifinales de la Copa contra Independiente del Valle.

Los camaleónicos cronistas del mundo Boca estaban exultantes porque según les informaban Tevez acababa de terminar la mejor pretemporada de su vida: contaron que les contaban que el Apache estaba mejor que nunca, que había bajado tres kilos y que tenía una obsesión. Pero el sueño se convirtió en pesadilla, y la carroza en calabaza, la noche del 14 de julio de 2017 cuando los hinchas Xeneizes veían, sin poder entenderlo, cómo un grupo de entusiastas ecuatorianos les cerraban las puertas de la final.

Tevez y Boca trataron de hacer como si nada, pero las rajaduras del jarrón no se podían disimular aunque intentaran pegarlas. Otra eliminación en un mano a mano, esta vez con Central en Córdoba, renovó el alerta, que rápidamente quedó en el olvido porque el equipo se sacudió la tierra de los hombros, puso en fila a San Lorenzo, Racing y River, les ganó a los tres y cerró el 2016 puntero. El mejor Carlitos había renacido, nada podía salir mal, hasta que los billetes metieron la cola.

La noticia se oficializó justo un 28 de diciembre, pero no fue una broma por el Día de los inocentes: Carlos Albero Tevez se iba de Boca para jugar en el Shanghai Shenhua, de China, donde ya tenía un título asegurado: sería el futbolista mejor pago del mundo. Ochenta millones de dólares por dos años eran una cifra imposible de rechazar para cualquier persona del mundo, y Tevez no fue la excepción. Como pasa siempre: con la dentadura ajena todos mastican turrones. Algunos lo entendieron y otros no.

La excursión del Apache por China tuvo mucho shopping, compras, familia, amigos, algunas lesiones, algunos partidos, poquitos goles y muchas ganas de volver. En definitiva, aguantó un año. Rompió el contrato antes de tiempo y pegó a la vuelta. Los chinos abrieron los ojos como nunca, sorprendidos y estafados.

Como el perro arrepentido del Chavo, Carlitos volvió con el rabo entre las piernas. No hubo recepción multitudinaria y los debates se extendieron hasta el infinito entre los que otra vez lo entendían y los que otra vez no lo entendían. Cuando le tocó hablar a la Bombonera, la ovación no dejó dudas: el romance con el ídolo estaba intacto, más allá de las heridas.

Y la rueda empezó a girar de nuevo. El 2018 de Boca traía en el almanaque un campeonato que ganaría más temprano que tarde, una final contra River que todos esperaban y otra final contra River que nadie podía ni siquiera imaginar.

La lengua de Carlos Tevez seguía tan rápida y filosa como siempre, pero las piernas ya no. Por la Supercopa Argentina, en Mendoza, ante el rival de toda la vida, el diez de Boca jugó más con los micrófonos que con la pelota: apuntó contra el estilo de juego del ganador y las esquirlas saltaron hasta sus compañeros, especialmente Cardona.

Después vendrían los días del lobby para meterse en la lista de convocados al Mundial de Rusia, en la volteada cayó Lautaro Martínez, que aparecía como el principal competidor.

Sin selección, otra vez, los cronistas del mundo Boca insistieron con la importancia de la pretemporada del Apache, que asumiría su nuevo rol de líder desde el banco sin enojarse, y lo demostraba haciendo bromas con los ayudantes del técnico.

Boca salió campeón en mayo, como era de esperar. Avanzó en la Copa Libertadores, como era de esperar. Pero lo que nadie esperaba terminó siendo lo más importante: las finales con River.

El rol de Tevez fue el de un actor consagrado, pero en decadencia, que insistía con ocupar el centro de la escena mientras el director se empeñaba en empujarlo hacia los costados. Las imágenes son elocuentes: ahí está, sentado en el banco de la Bombonera, palmeándole la rodilla a Guillermo para después entrar, hacer un desparramo y servir la pelota del partido, pero el destino tenía planeado otro final. Un ropero anaranjado se cruzó delante de su compañero, la victoria que pudo ser y no fue sabe a poco. El insistente muchachito de la película termina quedándose con todos los flashes después de una arenga transmitida en vivo y en directo para el mundo.

El último tramo de la historia todavía se está discutiendo: es de noche en Madrid, Carlos Tevez no siente el frío, con los ojos inflados y la boca a medio abrir, mira sin poder creer, parado al costado del campo, cómo la Copa se le escapa entre los dedos.

Exagerados, o no, todos en Boca hablan de luto. Tevez esquiva las balas, tiene el chaleco protector de la idolatría, aunque está un poco deshilachado. Sale magullado, pero sale del foco del huracán. No tiene ningún problema en mandarlo de cabeza a ese lugar a su ex técnico, aquel al que entendía y con el que bromeaba en la pretemporada. Otra vez las esquirlas alcanzan a un compañero, ahora le toca a Zárate.

Los vientos parecen haber cambiado, el nuevo técnico, Gustavo Alfaro, eligió el camino de la seducción, aún con el riesgo de quedar esclavo de sus palabras. Cada día, cada partido, es un nuevo round. Los que lo amaban lo siguen amando, algunos un poco más y otros un poco menos. Los que lo cuestionaban lo siguen cuestionando, algunos un poco más y otros un poco menos. Mientras tanto -nunca más adecuada la frase hecha-,  Carlos Tevez quema sus últimos cartuchos.