Las batallas históricas de Belgrano contra el descenso

La Previa

Las batallas históricas de Belgrano contra el descenso

01/12/2018 | 16:21 |

La dirigencia de "El Ciclón", aparentemente, quiere al futbolista del Hebei Fortune de China para 2019. Una trayectoria en la que pasó por Europa y conquistó corazones con la Selección. Escuchá.  

Mauricio Coccolo

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La estadística es contundente: Córdoba es la ciudad del interior del país con más descensos desde que se juega con plaza fija en Primera División. El ascensor registra diez caídas en total: tres de Belgrano, tres de Instituto, tres de Talleres y una de Racing. Para comparar: todos los clubes de la provincia de Santa Fe bajaron nueve veces desde la temporada 85/86, y los dos tucumanos acumulan cuatro descensos.

Por supuesto que corresponde meterse en los matices y, si se quiere, atenuantes, pero lo primero que impacta es el número: diez descensos en poco más de tres décadas.

Belgrano se había olvidado de usar la calculadora. Desde el ascenso del 2011 lleva siete años consecutivos en Primera, lo que significa la mejor racha de toda su historia, superando los cinco años de permanencia que disfrutó entre el 91 y el 96. Pero el declive pronunciado de los últimos torneos amenaza con ponerle punto final al mejor ciclo pirata de todos los tiempos, ese que empezó en el Monumental y llegó hasta Brasil incluyendo tres participaciones en copas internacionales, un tercer puesto en el Inicial 2012 y una semifinal de Copa Argentina.

Resulta difícil, y hasta innecesario, fijar el momento exacto en el que comenzó la debacle, pero sirve para entender algunas cosas del presente. Durante la última etapa del extenso y exitoso trabajo de Ricardo Zielinski, entre algunos hinchas de Belgrano comenzó a instalarse la idea de que para ir por más había que retocar el estilo de juego. Fue ahí cuando asomó la figura de Esteban González, que había vuelto al club como refuerzo para encarar el primer torneo en Primera después del ascenso, jugó hasta que se retiró y se convirtió en entrenador. Hizo las inferiores en el banco y su oportunidad le llegó a mediados del 2016.

El arranque del ciclo de Teté González como técnico Pirata tuvo los vaivenes lógicos de todo comienzo, pero con la perspectiva que da el paso del tiempo se puede advertir que hubo una noche que marcó el quiebre: miércoles 28 de septiembre de 2016, Belgrano en media hora de partido disfrutaba de su mejor momento en meses, ganaba 1 a 0 y estaba dos goles arriba del Coritiba, con un pie en cuartos de final de la Sudamericana, mientras miles de hinchas deliraban en un Kempes repleto. Pero de repente, como si alguien hubiese bajado la perilla, se apagaron las luces. A Gastón Álvarez Suárez le atajaron el quinto penal y empezó el derrotero.

Desde la eliminación contra los brasileños, Belgrano solo ganó 5 partidos de 29 hasta el final de la temporada y cambió tres veces de técnico. Se fue Teté González, que había dejado al equipo en semifinales de la Copa Argentina, pasó Madelón al que lo cacheteó Rosario Central y se despidió con solo un triunfo en 9 presentaciones y los caminos desembocaron en Méndez, el ciclotímico.

Belgrano terminó como pudo, y no como quiso, la temporada 2016/17: sumó apenas 26 puntos, quedó 28º entre 30 equipos y hoy está sufriendo por ese lastre. Pequeño gran detalle: en el medio de aquella campaña hubo elecciones y los socios respaldaron de manera contundente a la gestión de Armando Pérez, que le dejaba el sillón a Jorge Franceschi, uno de sus hombres más cercanos.

El paso de Sebastián Méndez por Belgrano no dejó muchos hitos que merezcan ser recordados: acomodó un poco el plantel, no perdió ninguno de los tres clásicos (aunque tampoco pudo ganar) y se fue, sorpresivamente, después del último que dirigió. Claro que antes, había quedado afuera de la Copa Argentina en Santa Fe contra Atlanta envuelto en un clima raro porque los jugadores se fueron de la cancha sin saludar a la multitud, que había viajado para seguir al equipo un lunes a las seis de la tarde.

Lo que vino después es pintura todavía fresca: Pablo Lavallén potenció a un plantel que algunos habían visto jugar con nivel de “amateurs”, aprovechó al máximo la localía en el Gigante de Alberdi y redondeó una campaña de 40 puntos, que él mismo empañó con una salida poco clara después de la oscura noche contra el descendido Temperley.

De Lucas Bernardi alcanza con decir que se fue después de ganar un solo partido en ocho fechas y dejó un fierro caliente que agarraron las curtidas manos de Diego Osella, un técnico con buena fama en este tipo de batallas.

No hace falta que nadie les explique a los hinchas de Belgrano lo que significa sufrir fecha a fecha, punto a punto, milésima a milésima, sacando cuentas para quedarse en Primera. En los comienzos de la década del 90, extasiados por el primer ascenso, los Piratas pasaron el temblor inicial y se acomodaron sin mayores problemas en la máxima categoría del fútbol argentino. Un octavo puesto en el Apertura 92 y el 3º escalón del podio en la Copa Centenario, todo con Fernando Areán como técnico, significaban un rendimiento aceptable. Después, con la dupla Ramacciotti-Sbrissa, el equipo llegó a estar puntero en tres ocasiones y finalizó sexto en el Apertura 94. Pero los problemas empezarían en 1995, cuando el Celeste quedó 17º y último en los dos campeonatos del año, se gastó los ahorros y terminó sufriendo el primer descenso de toda su historia el 18 de agosto de 1996 en cancha de Banfield.

La vuelta no fue un trámite, pero tampoco costó tanto: apenas dos años después de su primera caída, Belgrano estaba jugando nuevamente en la élite del fútbol argentino y para sus hinchas empezaría la era de las infartantes promociones. Aprovechando el impulso del ascenso, de la mano de Ricardo Rezza, y gracias a un pacto de beneficio mutuo con Talleres en la penúltima fecha de la temporada, alcanzó para asegurarse un lugarcito en la máxima categoría.

En un carril paralelo al deportivo, la crisis institucional y económica de Belgrano avanzaba a pasos agigantados hasta el punto de que los jugadores eran obligados a andar de gira por la ciudad para encontrar un lugar donde entrenarse. Como si fueran una banda de cuarteto hacían el Chateau, la Isla de los Patos, el Liceo Militar, el Aeropuerto, el Círculo de Suboficiales en Saldán y los predios de Luz y Fuerza, Fiat, Banco de Córdoba y Banco Nación. Las fotos de los futbolistas corriendo en escenarios inadecuado son todo un símbolo de la época.

La bomba estuvo a diez minutos de explotar, pero la desactivó Luis Ernesto Sosa con un golazo de tiro libre, en el viejo Chateau, para empatar la Reválida del 2000 contra Quilmes. El 4 a 4 global dejó a Belgrano en Primera.

Las condiciones críticas, lejos de mejorar, empeoraron. Abundaron las conferencias de prensa, las amenazas de paro, y los paros efectivos, de los jugadores. Luis Fabián Artime, como se dice en la tribuna, fue el encargado de aguantar los trapos, con Chice Sosa, Goux, Teté González, Liendo, Pontiroli y Lujambio como laderos. Pero serían dos figuras impensadas las que dejarían su sello en la segunda Promoción contra Quilmes. Uno fue Carlos Ramacciotti, que volvió a dirigir al club cuando parecía que lo único que quedaba era la esperanza, y el otro, Julio Mugnaini que mandó a la red una pelota caliente cuando efectivamente lo único que quedaba era la esperanza.

El fútbol, que parece tener su propia Ley de Murphy, le recordó una vez más a Belgrano que tarde o temprano todo lo malo que puede pasar, termina pasando. Después de jugar con fuego durante tres temporadas consecutivas, la cuarta fue la vencida: el 4 de mayo de 2002 las milésimas dejaron de ser milagrosas y el 1.052 se convirtió en el número final. Los Piratas descendieron por segunda vez en su historia después de perder por 1 a 0 con Unión en Santa Fe.

Con el paso del tiempo, el descenso terminaría siendo el mal menor: Belgrano, quebrado y descendido, quedó empantanado en un barrial económico e institucional del que le llevaría años salir. Las ruedas empezaron a traccionar cuando se hizo cargo del club Armando Valentín Pérez, un empresario al que la mayoría miraba de reojo porque casi no tenía experiencia en el mundo del fútbol.

Se recuerdan los orígenes de la administración de Pérez por las famosas carpetas con los proyectos que derivaron en la elección de Julio Zamora como primer entrenador, pero sería un viejo conocido, Carlos Ramacciotti, el que alinearía los planetas para volver a Primera en el 2006.

La estadía fue breve, Belgrano duró apenas una temporada en Primera División y el 17 de junio de 2007 volvió a morder el polvo de la derrota: no fue suficiente ganarle a Banfield por 3 a 0 en el Chateau, porque Nueva Chicago, con Ramacciotti en el banco, ganó en Rosario y lo condenó a bajar a la B Nacional por tercera vez en su historia.

Acostumbrados a remarla, los hinchas piratas soportaron no una, sino cuatro temporadas en el ascenso y perdieron no una, sino dos promociones, hasta que, como dice el tango, aprendieron a sufrir, después amaron, después partieron, de un lugar incomodo, y al fin anduvieron sin pensamientos desde aquella bolea eterna de Farré, que todavía sacude las redes del Monumental.

La curva de crecimiento que nació en el ascenso contra River llegó a tocar techos históricos a los que Belgrano nunca había accedido, pero en las últimas tres temporadas una conjunción de decisiones equivocadas derivaron en un nudo difícil de desatar. Ya pasaron seis entrenadores, de diferentes estilos. Los dirigentes contrataron 29 refuerzos y alcanza con recordar algunos nombres para entender los motivos de semejante crisis deportiva: Barbieri, Aquino, Martínez Pintos, Bandiera, Ramis, Riojas, Amoroso, Guevgeozián, Epifanio García…

Lo mejor para Belgrano es que todavía está a tiempo y, aunque falta cada vez menos, aún queda mucho campeonato por delante. La cruda realidad de los números le pinta un futuro complejo, pero no imposible. Después de todo, los rivales tampoco están mucho mejor y los hinchas del Pirata saben que no existen las pócimas mágicas para salvarse del descenso, pero confían en ese no sé qué que tantas veces los hizo delirar hasta perder la conciencia, cuando la cosa parecía sentenciada, mientras gritaban uno de esos goles que se gritan distinto: los goles de la angustia para quedarse en Primera.