La historia de Alejandro Orfila, un rústico arrepentido

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La historia de Alejandro Orfila, un rústico arrepentido

13/03/2021 | 11:59 | El director técnico de Belgrano fue un volante aguerrido del ascenso, pero hoy es un defensor del buen fútbol, el juego ofensivo y el fair playConocé al nuevo líder del "Pirata".

Raúl Monti

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La historia de Alejandro Orfila, un rústico arrepentido

Alejandro Orfila es la prueba viviente de que aquella vieja frase que dice que “las personas nunca cambian”, no es más que una simple excusa. Basta con recorrer su historia de vida: el Orfila entrenador y el Orfila jugador son, prácticamente, dos personas distintas.

 Aunque dicha transformación no pueda apreciarse en fotos, se hace muy evidente al escucharlo hablar. Porque su apariencia física no cambió tanto con el paso del tiempo, pero sí lo hizo su forma de pensar el fútbol y la vida.

Con apenas 12 años y la rebeldía propia de un adolescente, Alejandro Orfila tomó una de las decisiones más importantes de su vida: dejar la escuela para dedicarse de lleno al fútbol. Abandonar los estudios a tan corta edad no parecía la mejor opción para un chico de una familia trabajadora de Montevideo, pero él estaba totalmente convencido.

Sentía que su vida se terminaba en cuanto salía de la cancha, la pelota era lo único que le generaba interés. Ante una posición tan firme, su papá no tuvo más remedio que aceptar su deseo con la condición de que, si no estudiaba, tenía que salir a trabajar. Y con tal de seguir jugando, el joven Alejandro aceptó sin quejarse.

Cuando sus amigos empezaron la secundaria, él salió a vender diarios, fue panadero, lavó colectivos en la terminal, entre otros trabajos que iban surgiendo. En su mente, todo ese sacrificio iba a valer la pena cuando fuera un futbolista consagrado y llegara al fútbol italiano, como su ídolo en aquel entonces, Enzo Francescoli. 

Sin embargo, con el correr de los años y en las inferiores del Defensor Sporting se fue dando cuenta de una verdad amarga: con su nivel, no le iba a alcanzar para cumplir el sueño europeo. Tras esa revelación, tuvo que pensar en su futuro con una mirada un poco más realista.

En 1999, cuando ya tenía 22 años, se ganó sus primeras ovaciones. Fue un momento distinto al que había imaginado cuando era un niño: no lo aplaudían por un gol, sino por una patada a un delantero rival. 

Fue en Tigre, el club que le abrió las puertas de nuestro país, donde escuchó por primera vez aquel cantito que se convertiría en su obsesión: “¡U-ru-guayo! ¡U-ru-guayo! ¡U-ru-guayo!”. A partir de allí, arrancó una odisea por el ascenso argentino que lo llevó por 14 clubes en 16 años, un periodo que estuvo lejos de ser un camino de rosas.

Orfila, que fue un volante central rústico y raspador, conoció lo mejor y lo peor del fútbol en el ascenso. Tuvo su experiencia más traumática en su primer año en Argentina, cuando un grupo de barras de Almirante Brown lo interceptaron en la calle y le dieron una paliza tan brutal que un noticiero llegó a darlo por muerto. 

A pesar de ello, algunos años más tarde aceptó jugar en Almirante, donde se reencontró con sus agresores. No les tenía miedo: hoy, a la distancia, reconoce que en aquella época vivía el fútbol con una intensidad que no era saludable.

En su etapa como jugador, pensaba en la pelota las 24 horas del día. Su obsesión con el juego lo absorbió a tal nivel que llegó a alejarlo de su familia, porque para él nada era más importante que el próximo partido. 

Se fue convirtiendo en una especie de técnico dentro de la cancha, atento a todos los detalles, y cuando colgó los botines con casi 40 años supo que el siguiente paso era ser entrenador. Fue allí cuando su pareja habló con él seriamente y le explicó que tenía que cambiar su relación con el deporte, por el bien de su familia. Alejandro la escuchó, entendió su preocupación y actuó en consecuencia.

Orfila inició su carrera como técnico desde bien abajo, entrenando a jugadores amateurs. Tiempo después llegó al equipo de jugadores libres de Futbolistas Argentinos Agremiados y dio el salto al fútbol del ascenso, su hábitat natural. Llegó a Comunicaciones en 2017 y ganó fama nacional tras una polémica definición contra Riestra, por el ascenso a la B Nacional. 

Cuando el partido se terminaba y el equipo de Orfila necesitaba un gol para empatar, hinchas de Riestra invadieron el campo de juego para suspender el partido y asegurarse el ascenso. Los minutos restantes se jugaron días más tarde y el resultado fue el mismo, pero el técnico fue reconocido por los valores que proclamó en aquella derrota.

Sumó experiencia en Ferro, fue campeón de la B Metropolitana con Atlanta y llegó a dirigir en el fútbol uruguayo antes de aceptar el mayor desafío de su carrera: ser el director técnico de Belgrano, de la mano del “Luifa” Artime.

Ya no quedan rastros de aquel jugador que esperaba que el árbitro se diera vuelta para patearle el tobillo a un rival. Como entrenador, evita hablar de los árbitros, sacar ventajas injustas y generar polémicas. Vive la profesión con la misma pasión que antes, pero entendiendo que su prioridad es su familia, y que hay cosas en la vida que importan más que un resultado. 

Esa es la historia de Alejandro Orfila, el hombre que logró cambiar, y que ahora quiere hacer lo mismo con el destino de Belgrano.

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