Héroes de un día para toda la vida

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Héroes de un día para toda la vida

14/06/2020 | 13:57 | Hay jugadores que son recordados porque brillaron en el momento justo y luego no volvieron a aparecer. Tal es el caso de Sergio Goycochea, Nelson "Pipino" Cuevas o Matías "Pucherito" Donnet, entre otros.

Mauricio Coccolo

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Héroes de un día para toda la vida

Dicen que la clave es estar en el lugar indicado, en el momento preciso. Pero nadie sabe dónde queda el lugar, ni cuál es el momento. 

El fútbol tiene mil historias de jugadores que supieron estar en el lugar indicado, en el momento preciso, pero solo una vez. Se encontraron con la gloria, la abrazaron, y después nunca más. Fueron héroes por un día y pasaron a ser recordados para toda la vida.

El caso más emblemático de la historia del fútbol argentino está cumpliendo 30 años. El miércoles 13 junio de 1990, a las 21:11, en el Estadio San Paolo de Nápoles había 55.759 espectadores observando a 22 futbolistas en el campo, más otros 22 en los bancos. Esa noche, en aquel lugar, a una sola persona —solo a una— le cambiaría la vida para siempre.

A los 11 minutos del primer tiempo, la cámara de la televisión le mostró al mundo un número doce blanco sobre una espalda verde. Del otro lado, aunque no podíamos verlo, estaba el rostro tensionado de un tal Goycochea, que entraba para reemplazar a Pumpido, el arquero titular que se había lesionado con un compañero.

Lo primero que vio el suplente de Argentina en su carrera hacia el arco fue el gesto de Caniggia, que desde el primer palo le gritaba “vamos Goyco, vamos”. Lo segundo que vio fue una pelota volando desde afuera del área. Esa sería su primera atajada en un Mundial.

Después vendría la única tarde tranquila, contra Rumania, y a partir de octavos empezaría a escribirse el mito. Goycochea jugó un partidazo ante Brasil, con los palos como aliados, y frente a Yugoslavia descubrió que tenía súper poderes como ataja-penales. Contra Italia llegaría la consagración definitiva de Goyco, que todavía está corriendo con el puño enguantado al aire después de atajarle el penal a Serena.

En apenas 25 días, Goycochea se convertiría en Sergio Javier Goycochea (deletreado con voz de Araujo) y al final pasaría a la eternidad, simplemente, como “Goyco”.

La selección argentina, en los Mundiales, es un escenario propicio para las apariciones fugaces que hacen ruido y después terminan diluyéndose con el tiempo sin alcanzar el nivel que supieron tener. Pasa mucho con las figuras de los Juveniles, un caso testigo es el de Diego Quintana, que nunca pudo dejar de ser “Quintanita”, aquel del gol contra Uruguay para ganar el título en Malasia 97.

Otro rubro con muchos expedientes es el del “arquero del futuro”. El mejor arquero del futuro de la historia de la Selección fue Oscar Ustari, que salió campeón juvenil en 2005, tuvo una gran aparición en el arco de Independiente y lo llevaron como tercer aquero al Mundial del 2006 porque su turno le llegaría en el del 2010. Lo vendieron en una millonada al fútbol español, ganó el Oro en los Juegos de Beijing, pero Ustari nunca llegaría a ser lo que se suponía que podía ser: el arquero titular de Argentina.

En cada club hay al menos un héroe que tuvo su tarde de gloria y le alcanzó para ganarse el cariño de los hinchas, aunque después no haya aportado mucho más. En River, por ejemplo, las circunstancias convirtieron a Rubén Norberto Bruno en el autor del gol más buscado durante 18 años: el del campeonato. En medio de una huelga de profesionales, Bruno, con sus jóvenes 19, hizo delirar a más de 50 mil personas en la cancha de Vélez y a millones en todo el país. El pibe Bruno entraría a la historia grande de River casi sin volver a jugar, y sería para siempre el Pibe Bruno.

Otro que se eternizó en la memoria de la gente con un solo gol fue Claudio Edgar Benetti en Boca. El cordobés jugó apenas 9 partidos con la camiseta del Xeneize y el único tanto que metió sirvió para ganar el Apertura, cortando una racha de 11 años sin campeonatos. Aquella tarde-noche del verano del 92, la imagen de Benetti trepado al alambrado, de cara a los hinchas, quedaría para siempre en la historia del club.

Más acá en el tiempo, tanto los bosteros como los millonarios tuvieron otros dos ídolos de un día que quedarían para siempre en el recuerdo. Los de Boca asociaran por los siglos de los siglos el apellido Donnet con la Intercontinental contra el Milan: esa madrugada Matías Donnet —“Pucherito”— empató el partido, después convirtió su penal y levantó la copa, además de llevarse la llave del auto por ser el mejor jugador del partido.

Los de River cuando escuchan Cuevas automáticamente reproducen en sus cabezas: “Hacelo, Cuevitas. Por Dios, hacelo…”. Y vuelven a verlo a Pipino Cuevas corriendo, a campo traviesa, por el Monumental para ganar un partido épico contra Racing.

Meter el gol del campeonato significa una marca, un sello indeleble, en la piel del protagonista, sin importar cuántos goles haya hecho antes o cuantos haga después. Además, deja al jugador asociado con el club para siempre. Algo de eso pasó con el Gallego González, que tuvo etapas importantes en Ferro y en Vélez, pero la imagen de su vida será el cabezazo que le dio el título a San Lorenzo, después de 21 años, en una mágica noche rosarina.

Por una cuestión matemática, hay más posibilidades de que al gol del campeonato lo meta un delantero goleador, pero a veces la ruleta se detiene en el casillero de algún defensor con olfato. Gabiel Loeschbor fue uno de esos: hizo 14 goles en su carrera como marcador central, pero ninguno será tan recordado como aquel que cortó los 35 años sin campeonatos de Racing.

En el álbum de los ídolos eternos de un día, hay figuritas increíbles como la de Roberto Luis Oste en Talleres. El Lute había llegado como refuerzo desde la contra, hizo 19 goles en su primera temporada —nada mal—, pero en la segunda había hecho apenas 4. Hasta que le tocó patear el penal decisivo de la final contra Belgrano y metió el último gol de su vida con la camiseta de Talleres. El último y el más importante.

Algunos jugadores quizás no alcanzan la categoría de ídolos, pero se ganan el cariño eterno de los hinchas por haber hecho algo muy importante, en un momento muy especial: como un gol para salvarse del descenso. Eso pasó con Julio Humberto Mugnaini en Belgrano. Sí, el del gol agónico a Quilmes en la Promoción.

Estuvieron en el lugar indicado, en el momento preciso. No importa cuántas veces porque con una sola les alcanzó para convertirse en los héroes de un día para toda la vida.

Informe de Mauricio Coccolo.

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