"Falucho", Monzón y Bonavena, entre los referentes del boxeo nacional.

Grandes del Deporte

Día del boxeador argentino: “Los artistas de narices chatas”

19/09/2020 | 13:23 | Desde el pionero Firpo hasta “Maravilla” Martínez, pasando por Monzón, Bonavena y el gran “Falucho” Laciar, nuestro homenaje a los púgiles que marcaron la historia del deporte nacional. 

Jorge Parodi

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"Falucho", Monzón y Bonavena, entre los referentes del boxeo nacional.

Dicen que el boxeo es el arte de pegar, sin dejarse pegar.

Si esa afirmación es cierta, los boxeadores son artistas de narices chatas, que saben que en ese escenario, en ese ring, en ese cuadrilátero, tanto como en la vida siempre hay que pelearla hasta el final.

Están los que lo discuten y ni siquiera consideran al boxeo como un deporte.

Argumentan que una disciplina que puede llegar a ser brutal, no puede considerarse como un arte.

Presenciar boxeo in situ suele llevarnos a límites inexplorados de adrenalina y a una revolución de sensaciones primitivas.

Cada boxeador, más allá de sus aptitudes y de sus logros, tiene una historia de vida que merece ser contada.

El boxeo es el deporte que ofrece los mejores guiones dentro y fuera del ring.

El boxeo y sus protagonistas han sido fuente de inspiración de grandes obras literarias y de inolvidables películas.

El gran escritor argentino Julio Cortazar definía al boxeo como un deporte noble y honesto: “Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro”.

Sylvester Stallone encontró en Chuck Wepner, un mediocre e ignoto boxeador, que era vendedor ambulante y tuvo la oportunidad de combatir en 1975 con el gran Muhammad Ali, la inspiración para la inoxidable saga de películas de Rocky.

Al igual que en la película de Stallone, ante el daño sobre las cejas de Wepner, el árbitro concurrió a la esquina a preguntarle al retador cuantos dedos ve. Totalmente ciego, Wepner responde tres, gracias a tres pellizcos de su preparador.

Las vidas de los boxeadores, casi siempre son historias de superación que merecen ser contadas, aunque los finales, muchas veces, distan de ser felices.

Como decía Ringo Bonavena: “Cuando subís al ring, te sacan hasta el banquito”

El histórico combate entre Firpo y Dempsey.

El boxeo argentino tuvo su alumbramiento un 14 de septiembre de 1923 en Polo Ground con la épica batalla en la que Firpo sacó a Dempsey fuera del ring.

El combate se transformó en la primera transmisión deportiva que se hizo por radio en la Argentina y, además, sirvió para que el boxeo dejara de ser una actividad ilegal en nuestro país.

El mismo Julio Cortazar lo narró así: “La pared de ladrillos (como llamaba a Firpo) empezó haciendo algo increíble: despidió a Dempsey por entre las cuerdas, lo tiró sobre las máquinas de escribir de los reporteros (sí, joven amigo, en ese entonces se llevaban las maquinitas al ringside), y si no hubiera ocurrido que el árbitro era yanqui y además perdió la cabeza, en ese mismo momento Firpo hubiera sido campeón del mundo, pues el marqués de Queensberry, papá de Bosie Douglas, tenía bien establecido que un boxeador defenestrado ha de volver por cuenta propia al ring, y en cambio treinta manos levantaron a Dempsey, que estaba “groggy’, y lo devolvieron cariñosamente a la lona, donde la campanilla lo salvó”.

En conmemoración de ese combate, el 14 de septiembre es el día del boxeador argentino.

Después vinieron los campeones olímpicos: desde Victor Avendaño en Amsterdam 1928, hasta Pascual Perez veinte años después en Londres.

Pascual Pérez, un pionero.

El boxeo es el deporte que mayor cantidad de medallas le ha dado al deporte argentino en toda su historia, 21 en total, 7 de las cuales fueron doradas.

En el ámbito profesional el boxeo de nuestro país ha consagrado a 45 boxeadores como campeones del mundo en las 5 principales entidades que rigen la actividad.

Entre los profesionales, Justo Suárez fue el primer gran ídolo del boxeo argentino.

“El Torito de Mataderos” tiene una plazoleta y una calle frente a la cancha de Nueva Chicago que llevan su nombre.

El superclásico del boxeo argentino fue Gatica-Prada.

El Mono Gatica era amado por la popular, Prada era el ídolo del ringside.

“El Mono” y Alfredo Prada no se podían ni ver. A lo largo de seis peleas (dos como aficionados), con tres triunfos para cada uno libraron tremendas batallas, entre 1946 y 1953.

Una vez retirados ambos, Prada ayudó muchas veces a Gatica, quien solía llamarlo “padre”. Así suele ser el boxeo.

Nicolino Locche, "el intocable".

Otros clásicos inolvidables de nuestro boxeo los protagonizaron Eduardo “El Zurdo”Lausse- Andrés Selpa, González (Gonzalito) -Alfredo Brunetta, Horacio Saldaño- Abel Cachazú, y Ringo Bonavena frente a Goyo Peralta.

Pascual Pérez se consagró como nuestro primer campeón del mundo en noviembre de 1954.

Su victoria ante Yoshio Shirai en la lejana Tokio y sus enormes cualidades boxísticas lo convirtieron en una referencia en los años 50.

El boxeador mendocino es el único campeón olímpico y del mundo de Argentina.

En los 60, los sábados del Luna Park eran una infaltable cita para los porteños que acudían elegantemente vestidos para la ocasión.

"Martillo" Roldán y "Tito" Lectoure. 

Cirilo Gil, Luis Federico Thompson, “El intocable” Nicolino Locche, La Pantera Saldaño, Abel Cachazú, Carlos Cañete y Ringo Bonavena eran algunos de los nombres que engalanaban las noches de Corrientes y Bouchard que tenían al gran empresario Tito Lectoure como anfitrión.

Horacio Acavallo, logró en Tokio, en 1966 el segundo título a manos del japonés Takayama, cuyo nombre terminó asociado al de una recordada publicidad de planchas Atma que terminaba con un japonés diciendo “Takayama mentiroso.”

Nicolino Locche, genio y figura, boxeador de galera y bastón, fue estrella indiscutida del Luna, con sus visteos y sus esquives tuvo su noche de gloria también en Tokio en el 68 frente a un desconcertado Paul Fujiii y se trajo el título welter juniors.

Nicolino Loche fue un artista fue un artista del ring y la de Tokio su obra suprema.

Ringo Bonavena se les atrevió a los mejores en la época de oro de los pesados y en EEUU. Joe Frazier, Mohamed Alí y Jimmy Ellis sintieron en carne propia el poder de los puños de uno de los más grandes ídolos del boxeo argentino de todos los tiempos.

"Ringo", en la previa del enfrentamiento con Ali. 

En septiembre de 1965 el duelo Bonavena-Goyo Peralta provocó el récord de concurrencia histórica en el Luna Park,eran casi 30.000 las personas que se hallaban apiñadas en el estadio, más otras 5.000 que al no poder ingresar siguieron la pelea con sus radios portátiles.

Llegaron los años 70 y con ellos el gran Carlos Monzón (hablamos del boxeador, por si vale aclararlo) el campeón más extraordinario e implacable que tuvo nuestro boxeo, para reinar durante 7 años en la categoría de los medianos y retirarse con el cinturón del campeón.

Sus peleas con Benvenutti, Grifith, Briscoe, Mantequilla Nápoles y Rodrigo Valdez, entre otros, paralizaban al país para verlas.

Victor Galindez con su épica batalla ante Richi Kate en Sudáfrica en el 76, se anotó en el registro de las hazañas.

Carlos Monzón, un campeón inigualable. 

En los 80, la guapeza de Sergio Victor Palma, la solidez de campeón de Santos Falucho Laciar, la sapiencia de Uby Sacco, la exquisita elegancia del boxeo de Gustavo Ballas y la pegada de Juan Martín Latigo Coggi, marcaron una época.

Un 10 de diciembre pero de 1994, Jorge “Roña” Castro, acorralado contra las cuerdas estaba recibiendo una tremenda paliza por parte de John David Jackson, cuando logró sacar un golpe letal que quedó en la historia del boxeo argentino.

El sello de esa década de los 90 lo imprimieron el “Roña” Castro, el “Zurdo” Julio Cesar Vazquez y Marcelo “El Gordo” Dominguez, magníficos campeones del mundo.

A principios de 1997 apareció el peso pesado cordobés Fabio “La Mole” Moli, un simpático y carismático personaje que llenó estadios, pero que estaba vacío de buen boxeo.

Omar Narvaez, con su clase indiscutida y su récord de defensas del título mundial, le dio brillo a un boxeo que comenzaba a decaer en la Argentina, en el comienzo del nuevo siglo.

Al igual que la jerarquía de Julio Pablo Chacon, la valentía del Cotón Juan Carlos Reveco, el histrionismo de la Hiena Jorge Barrios y la potencia del Chino Marcos Maidana.

"Maravilla", el mejor de los últimos 20 años. 

Sergio Maravilla Martinez es el mejor boxeador argentino del siglo XXI y llegó a ser uno de los pugilistas más completos del mundo libra por libra.

La clase y el marketing de Maravilla Martinez fueron los últimos vestigios de un boxeo argentino que perdió predicamento con el paso de los años.

Nació el boxeo femenino, para que el boxeo dejará de denominarse “el viril deporte de los puños”.

La Tigresa Acuña le dio vida a la actividad, fue la primera campeona mundial y luchó mucho para conseguir la reglamentación en nuestro país, que salió en 2001.

La "Tigresa" Acuña, referente del boxeo femenino.

Su gestión valió la pena: Argentina se posicionó con grandes campeonas, como Yésica Tuti Bopp, Alejandra “Locomotora” Oliveras o la cordobesa Carolina “Chapita” Gutierrez.

Actualmente, Argentina tiene un solo campeón del mundo vigente, se trata de Jeremías Ponce titular superligero de la irrelevante Organización Internacional de boxeo (IBO).

El minimosca Agustín Gauto y el ex campeón superwelter Braian Castagno son nuestros mejores representantes y esperan su chance.

Mientras nos entretenemos con el regreso de Maravilla Martinez, con su nostalgia de luces y fama, y los amagues de viejos dinosaurios que quieren volver como la Hiena Barrios y el Chino Maidana, ya no están los grandes maestros como Paco Bermudez, Amilcar Brusa o Carlos Tello.

Añoramos las noches de boxeo del Córdoba Sport y del Luna Park.

Las voces de la radio de Osvaldo Cafarelli, Horacio García Blanco, Ruben Torri, Ricardo Arias, de Ulises Barrera o de la televisión como Walter Nelson, Osvaldo Principi, o Carlos Irusta cada vez se escuchan menos en las grandes veladas.

Castro, figura en los años '90.

Mientras tanto hay miles de jóvenes que transpiran en los gimnasios detrás de sus sueños.

No sé si el boxeo es hijo de la miseria, como dicen algunos, pero sí que tiene casi siempre un factor de necesidad y suele convertirse en una tabla de salvación.

No hay nada más noble y honesto que un boxeador sobre el cuadrilátero.

El abrazo al final de cada combate y después de fajarse duramente, es el mejor certificado.

El boxeo es todo eso, el arte de pegar sin dejarse pegar, que a veces puede ser brutal y primitivo.

La tabla de salvación de muchos jóvenes que ven en él una honesta puerta de escape de una vida indigna y llena de necesidades.

Es la adrenalina al máximo nivel, la lucha de uno contra uno, con el poder de los puños para defender tu propia bandera.

Son horas y horas de perseverancia, tenacidad y aprendizaje para brillar luego sobre un ring.

Son historias de vida que no siempre tienen un final feliz.

Pero hay quienes sí saben capitalizarlas como “Falucho” Laciar o como “Martillo” Roldán, que una vez retirados construyeron una vida edificada sobre el afecto y la familia.

Dicen que el boxeo es el arte de pegar sin dejarse pegar.

Si esa afirmación es cierta, los boxeadores son artistas de narices chatas, que saben que en ese escenario, en ese cuadrilátero, en ese ring, tanto como en la vida siempre hay que pelearla hasta el final, aunque te saquen hasta el banquito.

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