Cómo construyeron poder los Moyano y por qué no hay gestión en Independiente

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¡Cuidado con el camión!

30/08/2020 | 15:16 | Los Moyano transitan su última etapa como dirigentes de Independiente, chocando en cada esquina el prestigio de ese club. Hay desgobierno, soberbia y un denominador común: no saben de fútbol. 

Gabriel Rodríguez

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Cómo construyeron poder los Moyano y por qué no hay gestión en Independiente

Su primer empleo, a los 11 años, fue limpiando tripas para embutidos. Su madre era evangelista y su padre un camionero y bombero de Mar del Plata, que repetía a los gritos por la ventana los discursos de Juan Domingo Perón.

Es fanático del tango, el boxeo y el fútbol. Estuvo tres veces en la cárcel. Le dicen el “Negro”. Se llama Hugo Antonio Moyano. Tiene 74 años. Y consiguió en este país lo que su mayor inspiración, el famoso sindicalista estadounidense Jimmy Hoffa, se propuso al iniciar su carrera: que todo lo que ande sobre ruedas, sea de Camioneros.

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Si se contara con una mano a las personas más poderosas de Argentina en la última década, Moyano entra en el quinteto, controlando camiones, peajes, fronteras, distribución de gasolina y recolección de basura. Los conocedores dicen que su obsesión empieza por ser el sindicalista más poderoso y termina por convertirse en presidente. Claro, hasta lo que sabemos, de Independiente.

Casado tres veces, tiene siete hijos. Pablo, el mayor, es secretario adjunto del sindicato, titular del club Camioneros de Luján y el tipo que hoy maneja los destinos de Independiente. Paola, la segunda, está casada con Claudio Tapia, presidente de AFA. O sea, Moyano no sólo es yerno del titular de la casa madre del fútbol sino que es uno de los vicepresidentes de la entidad. Y Facundo, el quinto, es diputado, vicepresidente de Alvarado y figura recurrente de las revistas de la farándula.

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Afronta denuncias por enriquecimiento ilícito en la gestión del enorme sistema de salud del sindicato de camioneros y lavado de dinero a través del club que preside. Pero él niega los cargos. El ex líder de la barra brava del Rojo, “Bebote” Alvarez, está preso y su testimonio documenta una de las denuncias contra la persona de Moyano.

Debe estar experimentando que es más factible tener contentos y satisfechos a los afiliados al gremio que a los hinchas/socios de Independiente, porque el fútbol es una materia menos controlable y más cambiante que el sindicalismo. Acostumbrado a recibir loas en el gremio por las condiciones de trabajo y los altos salarios, Moyano habrá pensado que su buena gestión durante el primer mandato –entre 2014 y 2017-, que incluye una inobjetable reelección con el 89% de los votos, lo exculpaba indefinidamente contra algún malestar.

Nada más alejado de la realidad porque hoy el hincha del Rojo y con razón, está enojado y decepcionado.

A ver. Así como fue responsable de reconstruir el predio de Villa Domínico, de terminar las obras del estadio, de oxigenar la tesorería y de volver a ser competitivo con Almirón, Pellegrino y Milito; y coronar con un par de títulos en la era Holan, interpretando el “paladar negro” y la mística; también es responsable de que esas bases sólidas terminaran construyendo un castillo de naipes.

El 13 de diciembre de 2017, noche de la consagración ante Flamengo en el Maracaná comenzó el desconcierto, una suma de desaciertos permanentes, como si los Moyano hubieran arrancado una etapa de caracterizada por la autodestrucción. Holan se reconvirtió en un técnico que exhumaba el perfume de los que se creen que se la saben todas. Lo embriagó el triunfo, lo mareó la gloria efímera y lo persiguieron fantasmas tan crueles como la soberbia, el ego y la superficialidad para observar todo el horizonte. Y empezó el naufragio.

Holan, enemistado con su preparador físico, se fue y volvió, dicen que por dinero y también por ego. Una política de refuerzos desastrosa con futbolistas onerosos y de rendimientos paupérrimos y una comisión directiva que implosionó, con dirigentes que se fueron corriendo denunciando que al club lo maneja el triunvirato de Hugo Moyano, Pablo Moyano y “Yoyo” Maldonado.

En enero de 2018 llegaron, en dólares, Gaibor por 4,2; Silvio Romero por 4 millones; Menéndez por 3 millones; Brian Romero por 2,3 millones y Gonzalo Verón, libre. A la mitad de ese año se sumaron Benavídes por 2,3 millones, Pablo Hernández por 1,4 millones, Cerutti por 500 mil, Milton Alvarez por 150 mil, más Burdisso y Francisco Silva en condición de libres. En el último mercado de pases de Holan, quien junto a su representante Francisco Hidalgo tenía las llaves para hacer y deshacer tras ganar la Suruga Bank, Independiente contrató a Cecilio Domínguez por 6 millones y a Pablo Pérez por un millón.

Es cierto que se vendió por casi 50 millones de dólares entre Barco, Tagliafico, Rigoni, Meza y Gigliotti, pero ese dinero se despilfarró por la desastrosa política ejecutada en los mercado de pases, con errores flagrantes a la hora de las contrataciones. Ese despropósito fue estrangulando al club que vendió individualidades de probada eficacia y sumó cantidad que por el valor de las transferencias y por los altos contratos en dólares, perforaron la barrera del equilibrio económico y financiero pese al pago de algunas deudas y el levantamiento de la convocatoria de acreedores, que motivó a Moyano a asegurar que no se iba a ir nunca.

Luego vino Beccacece porque tenía buena prensa tras dirigir a Defensa y Justicia y, como Holan, aconsejó, sugirió o directamente pidió a jugadores que no estuvieron a la altura de la camiseta. Entonces se invirtieron unos 16 millones de dólares para quedarse con Barboza, Palacios, Chávez, Roa y Lucas Romero, a los que Beccacece dejó para irse al vecino.

La desprotección que expuso a Independiente, por supuesto no fue solo errores de cálculo. La dirigencia denunció no saber manejar un área tan sensible como el fútbol. Fernando Berón agarró interinamente por un tiempo y un par de victorias llevaron a Pablo Moyano a mofarse con un “y quién te dice que no nos saca campeón”.

Para llegar a Burruchaga y Pusineri, los Moyano siguieron improvisando sin ser conocedores como para darse ese lujo. Quisieron armar una secretaría técnica y desfilaron Montenegro, Forlán y Frutos; y en el medio un rotundo “no” para agarrar el equipo de Mauricio Pellegrino. Es decir, pueden improvisar de manera inteligente aquellos que están capacitados para hacerlo. Ellos, no tienen ese don, nunca lo tuvieron y no lo tendrán.

Hay una sensación de desgobierno, con jugadores que no están comprometidos con la causa, que no se sienten identificados con el proyecto y que sólo esperan irse. Gastón Silva habló de extorsión, Martín Campaña intimó tres veces, Cecilio Domínguez nunca más volvió y el “Chino” Romero les dijo de todo aunque prefirió quedarse promesas mediante.

Hugo y Pablo, en vez de aprender, caen en la soberbia. El presidente trata de “gansos y boludos” a los hinchas que lo cuestionan; y el vice dice que si el equipo pierde, como ante Racing con nueve hombres, no es responsabilidad de ellos.

Moyano construyó su poder basado en la desconfianza y la falta de pleitesía ante poderosos y empresarios. Olfato, reflejos, cinismo, trabajo de hormiga, un café allá, otro acá… así se hizo en la política. Pero maneja un camión llamado Club Atlético Independiente, el Rey de Copas, que desde hace dos años viene agarrando todos los pozos sin poder esquivarlos y, por ende, chocando esquina de por medio.

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