Un grave hecho de censura

La otra mirada

Un grave hecho de censura

01/06/2020 | 09:04 |  

Fernando Genesir

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Un grave hecho de censura

Desde que se declaró la pandemia y desde que en Argentina se impuso la cuarentena, los periodistas informamos y opinamos sobre las consecuencias sanitarias y económicas más urgentes.

A diario hablamos del número de contagiados y de muertos, de los brotes en las villas de emergencia, de los testeos, de las fases para volver a la nueva normalidad, de los que retoman sus trabajos y de los que pierden su trabajo, de la ayuda del Estado y de todas las cosas que los gobiernos aprovechan para hacer en este tiempo.

Obviamente, entre esas noticias tan relevantes no está la suspensión de la charla que iba a dar el ex juez y ex ministro de Justicia de Brasil, Sergio Moro, en la Facultad de Derecho de la UBA.

Había sido invitado para exponer sobre “Combate contra la corrupción, democracia y Estado de Derecho”, en una convocatoria organizada por el Centro de Estudios sobre Transparencias y Lucha contra la Corrupción.

Pero se suspendió la charla tras el repudio de académicos y de dirigentes cercanos al kirchnerismo y ante la amenaza de renuncia de algunos miembros de ese Centro de Estudios, que está dirigido por Carlos Balbín, ex procurador del Tesoro en el gobierno de Macri.

La Facultad de Derecho se despegó del tema aduciendo que fue una decisión de los que organizan esos espacios de reflexión.

Sergio Moro fue el juez que condenó por corrupción y lavado de dinero al ex presidente Lula da Silva en el marco de la trama conocida como Lava Jato. Después de esa investigación, aceptó el cargo de ministro de Justicia que le ofreció Bolsonaro. Y hace poco renunció, acusándolo a Bolsonaro de abuso de poder y de querer interferir en la Policía Federal que investiga a dos de sus hijos.

Los partidarios de Lula culpan a Moro por la detención del ex presidente y por impedirle su candidatura. Sin embargo, fue la Cámara de segunda instancia la que confirmó el fallo y aumentó la pena de Lula. Y no fue Moro sino el Supremo Tribunal el que impidió que Lula fuera candidato a presidente.

De todas maneras, la verdad es que Sergio Moro nunca me resultó un personaje muy atractivo. Más aún después de haber aceptado ser parte de un gobierno autoritario, como el de Bolsonaro.

Aunque yo no hubiese participado de la charla, me parecía atractivo el motivo de la invitación realizada por Jorge Fontevecchia: "Una parábola académicamente interesante la del juez Moro que, investigando a un ex presidente, contribuye a la llegada del poder de otro presidente de signo contrario. Y este presidente, Bolsonaro, para aprovechar su popularidad, lo nombró ministro de Justicia, pero termina siendo investigado por ese ministro de Justicia".

Sin embargo, la charla se suspendió.

A partir de la suspensión me pareció interesante reflexionar sobre la envergadura que eso tiene en una democracia.

La abogada Alicia Cano se formuló varias preguntas que me ayudaron a pensar: "¿Quién decide quién puede hablar y quién no?, ¿Quién se erige en autoridad para decidir a quién le concede la palabra y a quién se la quita?, ¿El derecho a la libre expresión solo merece tutela si se trata de expresiones con las que estamos ideológicamente de acuerdo?".

Graciela Fernández Meijide se preguntó este fin de semana "¿cuánto mejor nos iría si fuéramos capaces de discutir sin vedarnos, de razonar sin descalificarnos, de compartir reconociéndonos como personas capaces de construir en conjunto aun en las diferencias? Para eso está la Universidad. Para aprender a pensar con las diversidades".

Moro me puede gustar o no. Y de hecho me parece un personaje controvertido que no está entre mis favoritos. Más aún después de haber aceptado ser parte de un gobierno autoritario, como el de Bolsonaro.

Pero no puedo negar que es un referente con méritos suficientes como para que alguien considere ilustrativo escucharlo en un ámbito de libertad, debate y crítica.

¿No es importante escuchar al que piensa distinto?

¿Por qué alguien me tiene que decir a quién escuchar y a quién no?

¿Por qué alguien me tiene que decir qué pensar?

¿Cómo lo considero al otro? ¿Hay que orientar su pensamiento o hay que considerar que el otro va a tener la capacidad de formarse su propio pensamiento crítico?

Pasaron varios días y todavía no escuché que los principales dirigentes de Argentina salieran a repudiar semejante acto de censura.

Y traigo el tema al desayuno porque me parece que es algo que no debería pasar desapercibido para una sociedad que todos los días debe renovar su inquietud acerca de qué cosas le importan y que cosas no.

Es un hecho que trasciende el ámbito académico: refiere a la pluralidad de ideas, a la coexistencia, al disenso, al respeto por el otro, al intercambio de opiniones aún divergentes.

Y todo eso forma parte definitoria de la democracia. Define una forma de pensar un país, una forma de entender la existencia del otro, una forma de vivir en conjunto. Y define nuestra calidad de vida democrática.

Lo contrario es el autoritarismo.

Y ya sabemos, los gobiernos autoritarios no son buenos espejos donde mirarse. Ni los de derecha como el de Bolsonaro ni los de izquierda como el de Maduro.

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