Braden o Perón: un eco del pasado que persiste

Las elecciones de ayer dejaron en claro que el kirchnerismo necesita urgentemente mirarse al espejo. La vieja bandera de “Braden o Perón”, que marcó la victoria de Perón en 1946 tras su pulseada con el embajador estadounidense Stuart Braden, fue desempolvada por el kirchnerismo en esta campaña. Cristina Kirchner, en sus audios, intentó revivir ese relato, agitando la idea de una nueva confrontación entre la soberanía argentina y la influencia de Estados Unidos.

La narrativa parecía clara: los viajes de Javier Milei a EE.UU., los préstamos del FMI y del Tesoro norteamericano, y los encuentros con Donald Trump serían el talón de Aquiles del gobierno. Pero el resultado electoral dio un volantazo inesperado: lejos de castigar esa cercanía con Washington, los votantes la premiaron.

Argentina siempre tuvo una relación ambivalente con Estados Unidos. Por un lado, hay un rechazo visceral a cualquier injerencia extranjera, una defensa de la soberanía que resuena en frases como “no me empujes, no me toques”. Por el otro, amamos Disney, las hamburguesas, los cómics y las superproducciones de Hollywood.

Es una contradicción que el kirchnerismo quiso explotar, pero el pueblo no compró el relato. El paradigma chauvinista de votar contra EE.UU. se derrumbó. Lejos de ser un lastre, la relación de Milei con Trump y el Tesoro, que incluso compró pesos devaluados que ahora se revalorizan, jugó a favor. Trump no perdió la oportunidad de sacar pecho: felicitó a Milei por su “aplastante victoria” y dijo que el pueblo argentino justificó su confianza en él.

Mientras tanto, el riesgo país baja y Argentina parece, al menos por ahora, “codo a codo” con Estados Unidos. En el kirchnerismo, las reacciones no se hicieron esperar. Comunicadores como Julia Mengolini especularon con que los argentinos votaron por temor a que Trump “sacara la alfombra” si Milei perdía.

La bronca contra los votantes, ese mismo “pueblo soberano” que antes defendían, es palpable. Pero el voto, como siempre, fue imprevisible. Ni los escándalos, ni las derrotas previas de Milei en provincias como Buenos Aires, ni las encuestas pudieron frenar la voluntad popular.

Ayer, Milei repitió la hazaña de 2023: tras una racha de derrotas, dio la sorpresa en las PASO, perdió la primera vuelta y arrasó en el balotaje con 12 puntos sobre Massa. Ahora, tras el traspié en Buenos Aires, volvió a remontar a nivel nacional. Mientras tanto, Cristina Kirchner protagonizó una escena que desconcertó: salió al balcón, sonriente, casi bailando, mientras abajo había gente llorando por el resultado. Fue un contraste brutal. No había nada que festejar, y los balcones de otros tiempos, repletos, eran un recuerdo lejano.

La gente se fue raleando, y ella, en un gesto que algunos interpretaron como desconexión o incluso desafío, no optó por un saludo sobrio. ¿Estaba contenta por la derrota de Kicillof, a quien no apoyó con entusiasmo? ¿O fue un intento de no “dejar pagando” a los pocos que seguían ahí? Sea como fuere, la imagen fue elocuente: mientras el país esperaba al presidente, ella danzaba en su propio mundo.

El kirchnerismo necesita un replanteo urgente, está atrapado en un laberinto conceptual. Cristina, con su liderazgo y su condena judicial, parece ser más una traba que un motor para el peronismo. Las provincias intervenidas por su conducción no lograron buenos resultados.

La estrategia de usar la provincia como un “paso” para frenar a Milei funcionó a medias, pero no alcanzó. El peronismo necesita pasar la página, buscar nuevos líderes y dejar atrás las banderas roídas por el tiempo. Porque, como muestra esta elección, los votantes siempre tienen la última palabra.

Y Argentina, con sus tornillos flojos, sigue siendo la montaña rusa más imprevisible y divertida del mundo.