La Argentina, Hoy
07/11/2025 | 21:51
Redacción Cadena 3
Desde Zaragoza, Irene Vallejo habla con la serenidad de quien conoce el poder de las palabras. Filóloga, escritora y autora de El infinito en un junco, la obra que conquistó a millones de lectores en todo el mundo, Vallejo se ha convertido en una de las voces más lúcidas de la literatura contemporánea.
Hace tiempo queríamos hablar contigo. Descubrí El infinito en un junco hace un par de años y, como suele pasar, empecé a recomendarlo. Pero me ocurría que muchas personas llegaban antes a recomendármelo a mí. Sé que el libro ha tenido una gran repercusión. ¿Es tu obra más exitosa? ¿La que más satisfacción te da?
El infinito en un junco es el libro que me cambió la vida. Hasta su publicación, todos mis libros anteriores apenas habían tenido repercusión, incluso en España. Vivía en las trincheras de la literatura, viajando a ferias pequeñas, clubes de lectura y colegios. De esas experiencias nació la inspiración para escribir este ensayo híbrido, que, sinceramente, parecía reunir todos los ingredientes para no ser un éxito. Lo escribí con absoluta libertad, sin expectativas, y su repercusión fue una maravillosa sorpresa para mis editores y para mí. Aún hoy me cuesta explicar por qué un ensayo sobre la historia de los libros y las bibliotecas ha viajado tanto y ha cruzado fronteras. Estoy muy agradecida a los lectores que lo recomendaron con entusiasmo; esos fenómenos de boca en boca son regalos inesperados.
Es uno de esos libros que uno recomienda, pero que evita prestar, por temor a perderlo. Para quienes no lo han leído, diría que es un ensayo, pero con la fuerza narrativa de una novela. ¿Esa fue tu intención, escribir un libro de ensayo con alma de narradora?
Exactamente. En El infinito en un junco quise unir las dos etapas de mi vida: mi trabajo académico como investigadora de la historia del libro y mi experiencia como narradora. Estudié el tránsito de la cultura oral a la escrita, la invención del libro y sus efectos sociales, pero también me formé en la escritura literaria y el periodismo. De esa fusión surgió este texto: una crónica histórica y, al mismo tiempo, unas “mil y una noches” sobre los libros. Porque detrás de cada conocimiento hay una historia, un relato, una aventura humana.
El libro comienza con la historia de los “cazadores de libros”, enviados por reyes en la antigüedad para capturar ejemplares ajenos. Es fascinante cómo rescatás el valor del libro a lo largo del tiempo, incluso en plena era digital...
Cuando empecé a escribirlo, predominaba un tono apocalíptico sobre el futuro del libro. Se decía que iba a desaparecer. Pero yo, como historiadora, intuía lo contrario: los libros son grandes supervivientes. Han resistido guerras, censura, analfabetismo y saqueos, y aun así persisten. Quise reivindicar su capacidad de resistencia y recordar lo prodigioso que es este invento. La costumbre nos impide ver su magia. Las bibliotecas, las librerías, la lectura silenciosa… todo eso tuvo que ser inventado. Y me interesaba narrar esa aventura colectiva: la de quienes, desde los egipcios hasta nosotros, salvaron los libros y las palabras del olvido.
/Inicio Código Embebido/
/Fin Código Embebido/En tu libro, Borges aparece como un compañero de viaje. ¿Qué papel tuvo en El infinito en un junco?
Borges es un fantasma que invoco en el libro para que me inspire y me guíe. El título original de la obra, Una misteriosa lealtad, provenía de una frase suya sobre los clásicos. Finalmente se cambió, pero el espíritu sigue ahí: una cadena de personas anónimas que, a lo largo de los siglos, salvaron los libros sin conocerse entre sí. Esos “justos” de los que habla Borges, los que sin saberlo están salvando el mundo. Además, la estructura del libro, con sus saltos temporales y digresiones, es también un homenaje a la literatura argentina —a Cortázar y su Rayuela—, porque puede leerse de muchas formas, como un viaje libre y gozoso.
Gracias a El infinito en un junco te descubrimos como escritora. Después leí tu novela El silbido del arquero, de 2015, sobre la huida de Eneas de Troya. ¿Cómo surgió esa historia?
La idea nació cuando, trabajando en el periódico, vi las primeras imágenes de los refugiados de la guerra de Siria. Recordé entonces que el mito fundacional de Roma habla justamente de refugiados: los troyanos que huyeron de la guerra. Me pareció una metáfora poderosa. En un momento en que crecía el racismo hacia los migrantes, quise recordar que nuestra civilización se funda en un exiliado. Los mitos nos permiten releer el presente con otra mirada, más amplia y menos visceral.
En la novela, Eneas aparece como un héroe distinto, más humano...
Sí. Eneas no es el héroe guerrero clásico, sino un héroe cuidador: huye con su padre y su hijo, protegiéndolos. Es un héroe estoico, sin grandes victorias, que enfrenta la adversidad cotidiana. Y su historia con Dido, una reina extranjera y también refugiada, invierte los roles tradicionales: es ella quien lo rescata. Esa inversión de papeles me pareció fascinante. Además, la novela reflexiona sobre cómo el emperador Augusto usó ese mito con fines políticos, transformando la épica en propaganda.
¿En qué estás trabajando actualmente?
Sigo interesada en los libros híbridos, que mezclan géneros. Estoy escribiendo una obra a medio camino entre el ensayo y la novela, con investigación y narrativa. Aún viajo mucho por las traducciones y presentaciones de El infinito en un junco, lo que me resta tiempo de escritura, pero me ofrece una oportunidad maravillosa de conocer lectores y editores en todo el mundo.
Antes de despedirnos, ¿podrías recomendarnos un libro?
Recomiendo Hasta que empiece a brillar, de Andrés Neuman. Es la historia de María Moliner, la mujer que creó sola un diccionario del uso del español. Es un personaje que admiro profundamente: estudió y vivió en los mismos lugares que yo. La novela recorre su vida y la época de la República Española, las bibliotecas, las misiones pedagógicas y la dictadura franquista. Moliner descubrió que transformar las definiciones de las palabras es también una forma de transformar la sociedad.
Entrevista de Sergio Suppo.
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