Castillo, D’Alessio y Samid, gurúes del posperiodismo

Opinión

Samid, Castillo y D’Alessio, gurúes del posperiodismo

04/04/2019 | 12:22 |

El candidato a gobernador de Córdoba Cambia dijo que Schiaretti "no quiere debatir porque se esconde de la inseguridad que no deja a los cordobeses tranquilos".

Carlos Sagristani

El posperiodismo hace a un lado los cánones clásicos de la profesión. No informa ni interpreta la realidad, la actúa. Sobre todo en la tele, sacudida por el ocaso sin remedio frente a las plataformas digitales.

Importa menos el rigor de la información, la autoridad de los opinadores y la solidez de sus argumentos, que una puesta en escena “rendidora” en la batalla por el rating. A veces, por migajas de rating.

El “éxito” necesita  figuras estelares, como el teatro de verano. El casting suele imitar a la política en la búsqueda de outsiders. En general, famosos sin expertise pero dotados del carisma que proveen la palabra filosa y el histrionismo.

Hay diferentes categorías de entrevistables “atractivos”. 

Una de ellas se nutre del establishment propio de la televisión.  Jorge Rial, Mario Pergolini, Marcelo Tinelli, Moria Casán, Florencia Peña, entre otros, cumplen cada año el ritual de pontificar sobre los temas más complejos de la vida pública en los programas “serios”. Sin el compromiso de tener que respaldar sus opiniones en el conocimiento, la ética y la conducta. 

Los límites se fueron corriendo para lanzar a la estelaridad otra categoría de personajes: “mediáticos” dispuestos a inmolarse hasta el ridículo para mantener activo el circo. El economista Javier Milei, por caso, no tuvo problema de tirar a la hoguera un prestigio académico bien ganado. O un actor en declive como Ivo Cutzarida, que pasó de promover la mano dura, aconsejar en cámara a un motochorro y trompearse con un comisario en los pasillos de un canal, a una candidatura improbable.

La índole más curiosa de opinadores seriales es la de algunos ex gurúes del posperiodismo que vivieron con un pie en los sets televisivos y otro en el delito.

Alberto Samid, siempre sospechado de negocios turbios en el submundo de la carne, saltó a la fama en los medios cuando golpeó en pleno programa a Maurio Viale al grito de “judío de mierda”.
 
Con esas credenciales se movió en los suburbios de la política –bajo el ala de Menem y Scioli– y desfiló por los micrófonos dando cátedra sobre cómo combatir la inflación, incentivar a la industria y eficientizar el comercio. Tanto se apegó a los micrófonos que no para de dar entrevistas desde la clandestinidad, fungiendo de “perseguido político”.

Las de Samid, el “Rey de la carne”, y Jorge Castillo, el “Rey de La Salada”, son vidas paralelas, en la política, los negocios y los medios. Sólo los separan las rejas. Castillo quedó del lado de adentro después de resistir la detención a balazos, cual  “Scarface”. Samid se victimiza y huye de un juez que lo señala como jefe de asociación ilícita para evadir impuestos.

Castillo, antes de cambiar a la fuerza de alojamiento, promovía en las misiones comerciales de Guillermo Moreno su modelo empresario exitoso, con ganancias que se sospechan basadas en la evasión, el empleo precario, la falsificación de marcas y el tráfico de mercadería ilegal.

Tal era la “chapa” de este gurú televisivo para prescribir por doquier la fórmula mágica que haría trizas la inflación, de un tincazo, y abriría las puertas del consumo a los excluidos.

Marcelo D’Alessio, un hombre habituado a nadar en las cloacas del poder repartiendo carpetazos y extorsiones e intoxicando a periodistas con información manipulada, también tuvo su hora de fama como presunto abogado y experto en narcotráfico.

Invitados truchos para un periodismo trucho --o posperiodismo, si se prefiere un eufemismo más elegante-- que no hizo aún su mea culpa. Después de todo, unas migajas de rating justifican los medios.