Sede Vacante
03/05/2025 | 07:27
Redacción Cadena 3
Marcos Calligaris
Alberto me había dicho que seríamos cuatro. "A las 13, en Il Papalino", me dijo por WhatsApp, como si dijera "en el Sorocabana", sin darle demasiada importancia al hecho de que uno de los comensales era el arzobispo de Córdoba. Llegué con unos minutos de retraso.
Ellos ya estaban ahí, sentados con una naturalidad casi provocadora. El cardenal Ángel Rossi –camisa clerical blanca, gesto pausado, mirada más cansada que severa– asintió con la cabeza y me hizo lugar en la mesa como quien recibe a un amigo. Nos hemos cruzado en varias etapas de este viaje.
Il Papalino es un restaurante en Borgo Pío, a pasos de los muros vaticanos, donde los turistas se confunden con prelados discretos, periodistas hambrientos y camareros que manejan seis idiomas y un solo código: el de la discreción.
Comimos en la segunda sala del local, una especie de limbo entre el salón principal y la reserva del fondo. Un territorio ambiguo, como casi todo en estos días.
La picada que trajo Antonio, un simpático mozo italiano de unos 60 años, fue generosa: quesos duros, jamón crudo, pancitos.
La última feta de jamón, por algún motivo más simbólica que sabrosa, me fue cedida por Rossi con un gesto elegante, casi episcopal.
Luego él pidió spaghetti alla carbonara y una Coca Zero. A veces el siglo XXI se filtra, incluso entre cardenales. Lo seguimos con la elección.
Estábamos ahí, almorzando, mientras del otro lado de la muralla vaticana se cocinaba algo infinitamente más decisivo: el próximo cónclave.
Porque elegir un papa –lo pienso mientras me limpio la boca con una servilleta de tela– no es nombrar a un líder, sino decidir una dirección espiritual, política y simbólica para más de mil millones de personas.
Mientras giraba distraídamente el tenedor en los spaghetti, el cardenal recordó una charla reciente en la que alguien le dijo que solo el Mundial y un cónclave detenían al mundo. Hizo una pausa, sonrió con cierta ironía, como quien concede que quizás ni el Mundial tanto.
Y sin embargo, allí estaba él, "Bayín" como le dicen sus allegados, riendo con un chiste malo de Néstor, el periodista-diplomático colombiano que completaba la mesa, y hablando de Belgrano, el club de sus amores, como si estuviera en la Ruleta de Pancho. Alzó las cejas, sorprendido, cuando le conté que el club había anunciado la compra de unos terrenos para ampliar la popular.
Hablamos del Taborín, el colegio que ambos compartimos, y de su fundador, el hermano Gabriel, a quien le confesé que de niño veía como una suerte de pontífice.
Rossi asintió, otra vez con esa cabeza que parece estar pensando siempre en más de un plano.
Conversamos entonces sobre las congregaciones generales, las reuniones previas al gran día. Me confesó que vio la película Cónclave, y que algunas cosas se parecen a la realidad, como esa escena en la que se agrupan por lenguas o regiones. Es inevitable, dijo. Pero no se vota de acuerdo a la lengua o la región.
Ahí me explicó un detalle sobre las exposiciones en esos conciliábulos, que cuentan con un 80 por ciento de cardenales que participarán por primera vez de un cónclave: cuando uno quiere hablar, aprieta un botón y a su turno aparece en una pantalla gigante su rostro, junto con su nombre, país de origen, edad y una breve referencia a su trayectoria.
Es un sistema práctico pero cargado de simbolismo. En cada intervención, se despliega no solo la voz de un hombre, sino también el peso de una Iglesia local, de una historia, de una región. Algunos, contó, son muy claros en sus exposiciones e intenciones, aunque eso no significa necesariamente que estén haciendo proselitismo.
Hablamos del gran candidato de la prensa italiana, Pietro Parolin y cómo lo inflan los medios. "En ese punto, todo es política", terció Alberto. Alberto Roselli es periodista, compañero de la radio, diácono de la Iglesia y, por estos días, colaborador necesario de Rossi.
Después de uno de esos momentos de silencio que suelen preceder a las intervenciones más consistentes, y mientras saboreábamos un postre de pistacho, también surgió el nombre del cardenal Doménico Battaglia, de Nápoles.
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/Fin Código Embebido/Su nombre me quedó resonando. Porque unas cuadras más allá, tras terminar el almuerzo, me toparía con un reconocido vaticanista italiano que, por cuenta propia, comentó que el nombre de Battaglia había empezado a sonar más fuerte en las últimas horas. A Doménico "Mimmo" Battaglia, lo llaman el Francisco del Sur… Habrá varios Francisco en el cónclave.
También se mencionó el caso del cardenal Giovanni Becciu. Aunque fue condenado por malversación de fondos, como informó el Vaticano, sigue participando activamente de las congregaciones generales. Pero no estará en el cónclave, del que fue excluido por decisión expresa del papa Francisco, quien dejó por escrito esa determinación.
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/Fin Código Embebido/El temario que acompañó a los spaghettis fue variopinto. Al punto que en algún momento me dio pie a preguntarle si tenían grupos de WhatsApp entre los cardenales. Hubo risas.
En el cónclave de 2013, los prelados no tenían ese sistema de mensajería, su uso era incipiente. Hoy todos andan con celular en mano.
"Creo que bloquean todo en la Capilla Sixtina", dijo Rossi buscando nuestra aprobación. Entonces hablamos de las medidas extremas de seguridad. Todos menos él, que asintió otra vez, como si pensara en otra cosa. Como si ya estuviera allí.
El cardenal hablaba cada tanto en italiano con Antonio, cada vez que este se acercaba a la mesa.
Al retirarnos de Il Papalino, me crucé con Anna María, la dueña del restaurante, quien el día anterior —cuando le pregunté si allí solían comer cardenales— me había respondido con una sonrisa evasiva que no podía dar nombres.
Esta vez, al despedirse, me estrechó la mano, sonrió con picardía y dijo simplemente: "¿Viste? No podía".
Caminamos por Borgo Pío. Rossi de civil, con una cruz sencilla colgando del pecho. Sin sotana, sin solideo. Eso le otorgaba una libertad impensada: la de moverse sin ser abordado como un rockstar. Quien sí se le abalanzó en la esquina fue Antonio, quien no nos vio salir y no quería dejar de despedirse fraternalmente del prelado.
Nos dirigimos juntos hasta la sala de prensa del Vaticano; algunos periodistas lo miraban con atención, como si estuvieran a punto de reconocerlo… pero no. Dudaban un segundo, y volvían a lo suyo.
Era raro, después de estar persiguiendo cardenales todos los días, que uno de ellos se metiera en la boca del lobo. Salvo dos periodistas argentinas que lo reconocieron, el resto se perdió una buena nota.
En esa breve caminata me di cuenta de que hablábamos del cónclave como si ninguno de los dos fuera parte, como si estuviéramos de espectadores.
Y sin embargo, Rossi es uno de los 133 hombres que elegirán al próximo papa. Más aún: podría ser elegido, aunque no figure entre los candidatos. Esa categoría de "tapado" que tanto fascina a los analistas. El que nadie nombra pero todos observan de reojo.
Nos despedimos. Se fue hacia la Basílica de San Pedro, para asistir a la séptima misa del novenario por el papa Francisco que televisan para todo el mundo. Lo vi alejarse como si nada.
Como si no fuera uno de los pocos hombres sobre la Tierra que, en los próximos días, no solo votará a un papa, sino que podría ser elegido.
Quizás ese almuerzo, más allá de la carbonara, el pistacho o los chistes malos, era eso: un último instante de simpleza antes de entrar en una decisión colosal. Un respiro terrenal.
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