Villa 31, en Retiro, entre la urbanización y el control de las bandas narcos.
Villa 1-11-14, ciudad de Buenos Aires entre la urbanización y el control narco.
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Inseguridad en Argentina

El impactante control narco al interior de la villa 31

17/02/2023 | 09:20

A pesar del inédito proceso de urbanización, en las profundidades del asentamiento resisten tres poderosas organizaciones. Tiene tres anillos de seguridad y decenas de "empleados". 

Redacción Cadena 3

Juan Federico

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El interior de la villa 31

Son tres grupos, perfectamente organizados. En dos de ellos, los cabecillas son peruanos. En el restante, paraguayos. Argentinos integran sus filas. Son los que tienen el mayor flujo de dinero al interior de la villa 31, en Retiro, la pirámide de pobreza que nunca dejó de crecer a un costado de la Terminal de Ómnibus y de la autopista, a la vista de todos, en medio de abundantes promesas de hace décadas.

El narcotráfico es su principal negocio: cocaína peruana, paco, marihuana y ansiolíticos forman parte del menú que ofrecen a los compradores de adentro y de afuera que a diario peregrinan hacia alguna de las canchas en la que el comercio se hace efectivo.

Nada está librado al azar. Tienen tres anillos de seguridad para impedir el acceso de policías, investigadores o meros curiosos. Ni siquiera una ambulancia puede ingresar en los pasillos que llevan a los lugares en los que se fracciona la cocaína.

Quienes hace más de una década investigan esta dinámica ilegal, no dudan en definir que allí se cocinó un Estado Paralelo, en el que los delincuentes tienen el poder de la fuerza.

En la fiscalía federal N° 1, ubicada en el quinto piso de Comodoro Py, se lleva adelante una de las causas narcos más grandes de todo el país. Un expediente de múltiples cuerpos que termina por revelar, acaso sin proponérselo, cómo opera sociológicamente el narcotráfico.

Entre 2012, cuando llegó la primera denuncia que apunta a un par de vendedores de droga fraccionada hasta 2017, se fueron acumulando 35 causas por narco en la villa 31.

"La venta de drogas no es un asunto de freelance", resalta un investigador. Se refiere que allí no hay nada improvisado, librado al azar. Sino que se trata de un caos organizado.

Las bandas buscan el control territorial para operar a campo completo. Aquellos que venden drogas, al comienzo tienen problemas con el ejército de consumidores dispuestos a todo. Hasta que aparece la "protección" a cambio de dinero mensual y todo se soluciona.

Las tomas de terrenos son organizadas. Los traficantes terminan por controlar las viviendas ajenas, a fuerza de extorsión. Las alquilan al mejor postor.

Pero no sólo lucran con el tráfico de drogas y las casas que van acumulando por la fuerza. También son prestamistas, en un sector donde siempre suele costar demasiado la segunda quincena del mes.

Los más de 30 mil habitantes que surcan los pasillos de la villa 31 suelen ser rehenes de una minoría, en proporción. Aunque el volumen de estas bandas no deja de asombrar. 

En sólo una de estas organizaciones se han detectado al menos a 177 miembros directos. Si se les suman otros acólitos, la cifra asciende a 300 personas. El largo brazo del narco desparrama pronto, aunque luego siempre exige a fondo.

Los más de 30 imputados que terminaron condenados, entre ellos algunos de los capos, no fue suficiente para impedir que estas bandas continuaran operando.

En la "cancha", la zona de venta ubicada en las profundidades de la villa, todo está organizado para evitar visitas indeseadas. En la punta de la pirámide de ese búnker aparece el encargado, que a su vez tiene un ejército de custodios por debajo. Antes, figuran los "marcadores", aquellos que reciben a los consumidores y los llevan al lugar de la venta. Pero en un primer anillo de seguridad, en los ingresos, están apostados los "soldaditos" de rango inferior, cuya misión es mirar y hacer de "campana" cuando observan la presencia policial o cualquier intruso que los haga sospechar de una investigación o una vendetta.

En total, hasta llegar a la "cancha" donde la cocaína fraccionada siempre se consigue, hay que sortear tres anillos de seguridad.

Hoy, el ingreso a la villa 31 impacta. Una feria, carpas del Gobierno de la ciudad, una abundante presencia policial dan la bienvenida hacia un estrecho bulevar que lleva al ahora llamado barrio Mujica, acaso el mayor plan de urbanización de una villa que se haya visto en todo el país. 

El imponente Ministerio de Educación aparece rodeado por una serie de monoblocks revestidos de coloridas chapas. 

Un ejército de trabajadores aún continúa las obras y se encargan de mantener los espacios públicos. Se mueven en motos que tiran carros, las mismas que utilizan otros que sobreviven juntando cartones y otros desechos. Hasta los vehículos en esta parte del país no tienen nada que ver con los que se ven en el resto de la ciudad. 

Una cancha de fútbol sintética, con tribunas, también forma parte de este nuevo panorama.

El ambicioso plan de urbanización impacta. Hasta extranjeros, turistas, se atreven a ingresar allí para observar esta transformación.

Un total de 1.500 policías de la ciudad, divididos en tres turnos, están destinados al control interno. Aunque en la realidad, la presencia de los informados sólo se advierte en el ingreso y en la zona urbanizada. Al recorrer los pasillos internos, ya no hay efectivos a la vista.

Siete viviendas que eran utilizadas para vender drogas fueron incautadas por la Justicia Federal. Allí se prometió montar una oficina de Acceso a la Justicia, una Biblioteca, un Centro de rehabilitación para adictos, entre otras políticas de índole social.

Cerca del viaducto que lleva hacia las canchas, irrumpe una oficina de la Anses.

Pero los habitantes de siempre, aquellos que conocen de sobra cada rincón de la villa 31, son escépticos de que todo el despliegue estatal vaya a transformar de verdad al sector. 

Basta comenzar a caminar con ellos hacia las profundidades del asentamiento para toparse con otra realidad, a la que no llegó la urbanización. En una pequeña calle "techada" de cables, en medio de las construcciones sin revoque que año tras año fueron creciendo hacia arriba, un verdadero mercado se abre paso: puestos de comida, artefactos electrónicos, verdulerías, celulares, panadería, ropa... un puesto al lado del otro a lo largo de 500 metros que muestran un andar incesante de personas. De fondo, los parlantes atronan con una cumbia infinita. 

"Acá encontrás lo que se te antoje", resume alguien que conoce de sobra el lugar.

A los costados, jóvenes y más grandes están doblados contra algún rincón. Decenas de personas arrasadas por el consumo de sustancias tóxicas que a esa hora del miércoles, media mañana, ya están perdidos en vaya uno a saber qué alucinación. Un escape, a ninguna parte, de una realidad que hace mucho se los ha llevado por delante. Invisibles derrotados.

Una combi lleva a las empleadas del Ministerio de Educación hasta la puerta del edificio. A la hora de salida, las pasa a buscar. Sólo en contadas ocasiones, algunas se animan a salir a pie, juntas, hacia el ingreso. Los vecinos aún ven al edificio estatal como algo ajeno a su realidad.

La urbanización todavía no trajo una institucionalidad fuerte en el sector. En los pasillos detrás del viaducto, y en toda la villa durante la noche, vuelve a prevalecer la ley del más fuerte, del más violento, de aquellos que ostentan el verdadero control territorial.

"Realmente falta mucho, siguen los manejos de la droga, que es siempre lo mismo: echan a perder a nuestros hijos, a los de familias amigas, eso nunca va a cambiar pese a que hagan obras. Lo que tienen que sacar acá es el manejo de la droga; hay sectores a los que no se puede entrar", cuenta una mujer que hace décadas vive en este sector. Años en los que ha escuchado promesas de todos los colores.

Ella no se amilana ante semejante realidad. Camina a la par nuestra mientras nos vamos cada vez más lejos de la zona urbanizada. Ella termina por convertirse en una guía improvisada de la verdadera villa 31. "Caminá conmigo y mirá", fue la consigna. Cuando damos vuelta atrás, ya ha quedado muy lejos en todo sentido la parte remodelada y tantas veces alabada. Estamos en el corazón de la 31 y la sensación de haber ingresado en otro mundo oprime.

No es simple lograr hablar con quienes todos los días tienen que dormir allí. Saben que los ojos de los "vigilantes" de los narcos están siempre abiertos, aunque a simple vista no sea fácil detectarlos.

Varios vecinos declinan responder cualquier consulta. Sus gestos hablan por sí solos. No es necesario ser un avezado investigador para detectar el temor en las miradas. Años en los que el código de ser ciego, sordo y mudo ante el delito fue penetrando por la fuerza.

"Si alguien habla, después se la agarran con la familia, te mandan a robar... Está todo muy lindo con las nuevas viviendas, con el Ministerio, pero hacia el fondo nada va a cambiar. Acá vemos jóvenes perdidos por la droga, a toda hora. Chicos de 9, 10 años que ya están perdidos por el paco", agrega otra mujer que pide apartarnos de los pasillos para poder grabar la entrevista.

Una vecina que ahora habita en los nuevos monoblocks de la zona urbanizada también hace su aporte a la descripción de la real vida cotidiana allí adentro: "Vivíamos antes abajo del puente y nos llevaron a las viviendas nuevas. Si bien tienen muchas imperfecciones, dentro de todo está bien, porque adentro de la villa es más peligroso. Hay muchos robos, las calles son muy estrechas y a la noche se pone peor. A los chicos, aunque sean más grandes, de 15 o más años, los tenemos que acompañar siempre, porque solos no pueden salir".

Un comerciante que ha montado un pequeño comercio en el interior de la parte remodelada de la villa 31, acota en la misma dirección: "Acá en la zona nueva hay más policías, pero adentro no. Y hay muchos robos acá. Ojo que acá hay mucha gente, laburante, que se levanta muy temprano y que sufre la inseguridad, porque no podemos no estar atentos. Acá hay miedo, muchas personas se conocen y no podemos señalar a nadie porque después se nos complica la vida".

Las dos caras de la villa 31. Una ciudad dentro de otra ciudad. Tan imponente y contradictoria una como la otra. 

Un desafío urgente que plantea interrogantes difíciles sobre cómo y por qué nunca se logró revertir tanto drama y tanta criminalidad en un punto central de la ciudad.

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