Guillermo Farré, entrenador e ídolo celeste.

Belgrano campeón

Guillermo Farré: amor pirata

02/10/2022 | 15:34 |   

Redacción Cadena 3

Jorge Parodi

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Guillermo Farré: amor pirata

Siempre hay un día, un minuto, un instante, un momento en la vida que marca un antes y un después.

Luego, cada uno lo etiqueta o califica como quiere: destino, suerte, oportunismo, casualidad o causalidad.

Como en la película “Match Point”, en la que la pelotita de tenis bailaba tambaleante sobre la faja de la red, amagando a caer de un lado o del otro.

A veces, ese momento inolvidable se puede ubicar en el tiempo, en el espacio y en la memoria emotiva.

La tarde del 26 de junio de 2011 fue la fecha.

El Estadio Monumental de River, el lugar.

El ascenso de Belgrano y el descenso de River, la circunstancia.

Un gol, inolvidable y eterno que significó un ascenso de ensueño y un descenso de pesadilla, el motivo.

Un futbolista vestido de celeste, con su cinta de capitán, el protagonista.

La felicidad con forma de “Pirata” de media Córdoba y la tristeza de medio país “Millonario” por sufrir una afrenta a su inmaculada historia, la consecuencia.

Guillermo Farré fue el protagonista.

Guillermo Farré fue el héroe y el villano de la misma película.

Respetuoso y respetable, el volante central escribió en el campo de juego historias para contar y una rica biografía para repasar.

Guillermo Farré nació en Colón, Provincia de Buenos Aires, el 16 de marzo de 1981.

Como suele ocurrir con gran parte de los chicos argentinos, la pelota era su juguete preferido.

En su infancia un baldío cercano a su casa fue su all inclusive.

El Fortín fue el club de barrio, con el que salió campeón de su Liga a los 17 años.

La primera parada de su exitoso destino futbolístico fue en Central Córdoba de Rosario.

El 15 de marzo del 2003 debutó en la B Metro ante Estudiantes de Caseros. Estuvo cuatro años en el equipo “Charrúa”.

De a poco el joven volante central se convirtió en líder y capitán.

Algo que repitió durante su carrera, por voz de mando, inteligencia y una matriz de buena persona.

Francisco Ferraro, DT de Belgrano en ese momento, mostró interés por ese volante central criterioso, notable lector del juego, buen administrador de pelotas, que tenía respetable media distancia.

Un 18 de agosto de 2007 debutó en la B Nacional con la camiseta de Belgrano, que venía de descender.

Fue un amor comprometido, incondicional y recíproco.

Guillermo Farré interpretó como pocos el espíritu del club, la particular idiosincrasia, la rebeldía estudiantil, con reminiscencias de serenatas y doctores del barrio Alberdi y aprendió enseguida en la “Escuela de la Lengua” de la calle, el idioma de los cordobeses, lleno de guiños y humor chispeante.

La pareja se extendió durante 317 partidos. Farre está tercero entre los que más transpiraron la camiseta celeste de los de Alberdi.

Su primer gol y su debut como capitán fue contra la CAI en 2009.

Pasaron dos promociones perdidas frente a Racing y Rosario Central.

El ascenso seguía esquivando como Nicolino Locche en alguna noche inspirada en el Luna Park, pero esta vez con un aditamento: Belgrano andaba con el bergantín casi hundido en el fondo de la tabla.

Con su sobriedad, su inteligencia táctica y junto a un grupo de jugadores comprometidos, llegó Ricardo Zielinski para enderezar a la flota “Pirata” y llevarla muy cerca del puerto.

El objetivo, que parecía una utopía, estaba más cerca, pero el último obstáculo significaba un remake de David y Goliat.

Había que derrotar a River en la Promoción, un campeón que nunca había caído a la lona de la Primera B Nacional.

Junto al capitán Farré, los nombres de Olave, Turus, Lollo, “Chiqui” Pérez, Tavio, Manzanelli, Ribair Rodriguez, Maldonado, “el Mudo” Vázquez y “el Picante” Pereyra se hicieron cargo, con hombría y fútbol, del complicado desafío.

Antes del histórico partido en el Monumental, la esposa de Farré le dio un sobre con una foto que debía abrir en el vestuario. Era la foto de su hijo Salvador, que había nacido ese año. La pegó en el locker y la miró antes de entrar a la cancha. No existió mejor motivación en la vida para derribar a un gigante en un estadio Monumental intimidante.

Guillermo Farré fue un león, que exhibió, una vez más, su espíritu indomable.

Mostró sus credenciales en el momento y en el lugar preciso.

Sin ser un goleador, ni mucho menos, un gol suyo fue como el viejo muro de Berlín que separó la alegría indescriptible de los menos en ese templo del fútbol, de la tristeza más profunda de los más.

El fútbol puede cambiar, como la vida, en un abrir y cerrar de ojos.

Y todo cambió en el minuto 17 del segundo tiempo, el del gol eterno.

El que convirtió a Farré en héroe y verdugo.

El que lo inscribió en la historia del fútbol argentino.

Todos sabemos que uno siempre vuelve al lugar donde fue feliz.

Guille también lo sintió así.

Pasó el tiempo, los años y Farré volvió cuando Belgrano más lo necesitaba.

En su primera experiencia como DT, arriesgando el derecho a tener su estatua en Alberdi.

Cuando el Pirata naufragaba en las oscuras aguas de la Primera Nacional.

El gran ídolo celeste, Luifa Artime, lo convocó y el Guille dijo sí.

Fue un largo camino hacia el ascenso, siempre primero, ganando con lo justo, llenando el Gigante en cada fecha, jugando a lo Belgrano.

Con la seguridad de Nahuel Losada, la firmeza de Alejandro Rébola y la sabia experiencia de Diego Novaretti, con la juvenil jerarquía de Bruno Zapelli, la entrega de Longo y la enorme capacidad goleadora de Pablo Vegetti.

El sueño se cumplió.

Farré volvió a hacerlo, Belgrano es nuevamente de primera.

Como ocurrió con aquel gol a River en el Monumental, esta vez desde el banco, fue el cerebro de esa procesión de fe, que llenó de pasión el Gigante de Alberdi en cada paso hacia el ascenso.

De aquel Farré de cortos, a este Farré de largos.

Siempre la misma esencia, siempre el mismo liderazgo, siempre la misma simpleza, siempre la misma honestidad.

Siempre el mismo amor pirata.

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