Los reglamentos y sus cambios, una historia que se repite

Opinión

Fútbol sin reglas

28/07/2019 | 15:42 |

Argentina tiene un problema histórico con las reglas y su respeto, con cambios repentinos en las normas y adecuaciones para algunos dirigentes. 

Mauricio Coccolo

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Argentina tiene un problema histórico con las reglas. Con el respeto a las reglas. Una parte del ser nacional siente que no hace falta cumplir todo el tiempo con las leyes. Además, recurriendo a la famosa picardía criolla, muchos piensan que se deben moverlas normas si molestan demasiado. Solo hace falta encontrar un motivo medianamente razonable que ni siquiera necesita convertirse en un argumento sólido. Pasa en el país, pasa en el fútbol.

La última de una larga lista de historias retorcidas del fútbol argentino empezó cuando algunos dirigentes notaron que sus clubes tendrían que sumar muchos puntos para quedarse en Primera. El miedo a descender los unió detrás de un objetivo muy claro: cambiar el reglamento que habían aceptado hace un par de años para buscar condiciones legales más ventajosas. La lógica es tan burda que genera gracia.

Cuando se creó la Superliga Argentina de Fútbol, a fines de 2016, uno de los aspectos más elogiados por los propios dirigentes era que la nueva estructura, con profesionales a cargo, serviría para darle un salto de calidad a la competencia y terminaría con los vicios de la vieja época de Grondona. En líneas generales: el futuro había llegado para transformar las arcaicas estructuras de la AFA.

La primera gran oportunidad que tuvieron las autoridades de la Superliga para demostrar que no eran más de lo mismo fue con los expedientes de Huracán y San Lorenzo. Ambos clubes cometieron irregularidades en sus declaraciones juradas, dijeron que tenían sus planteles al día cuando en realidad les debían plata a algunos jugadores o habían pagado con cheques. Básicamente, lo que hicieron fue burlarse del reglamento y sacar una ventaja económica.

El fallo a mitad de camino del Tribunal de Apelaciones sentó un mal precedente para el futuro. Encontraron responsables a los dirigentes por no cumplir con las reglas y, por lo tanto, haber competido en condiciones ventajosas con relación a los que si cumplieron, pero decidieron que una multa económica sin perjuicios deportivos era la sanción correcta. Como si fuera una plastilina, moldearon el reglamento según las caras de los infractores.

Se sabe que en el mundo del fútbol lo único que duele de verdad son los castigos deportivos, cualquier otro chas-chas no provoca más que un sonrojo de 24 horas. Además, se supone que las leyes prevén sanciones como métodos para corregir y mejorar las conductas. En este caso el efecto premio/castigo no fue el correcto, al contrario: muchos dirigentes respiraron aliviados cuando descubrieron que las cosas seguían siendo más o menos como siempre.

Otra consecuencia de la irrisoria pena que debieron pagar los incumplidores fue que los demás dirigentes se envalentonaron. Como los chicos en la escuela, cuando advirtieron que la maestra no era tan estricta como decían, todos se sintieron liberados para avanzar con sus macanas. Los que miraban con temor la tabla de promedios pensaron que esta era una buena oportunidad para sacar alguna ventaja y lo intentaron.

A menos de dos semanas para empezar el campeonato se suponía que los dirigentes debían reunirse para ratificar el reglamento que había sido aceptado por todos, pero la novela tuvo un final casi patético. Mientras directivos de 12 clubes no podían avanzar porque no tenían quórum, los de los otros 11 (más un ausente) tomaban café en un bar a la vuelta y rosqueaban buscando la manera de sacar alguna ventaja.

A nadie le interesa cumplir con los reglamentos y tampoco parece que sea grave cambiarlos, siempre y cuando los cambios generen algún rédito. Esa idea de que no importa cuán justa sea la ley, sino cuanto beneficio produzca tuvo su punto máximo de expresión cuando la AFA dio pista libre para cambiar el reglamento de la B Metropolitana en el medio del campeonato. Lo que en cualquier país del mundo provocaría un escándalo, en Argentina fue una anécdota.

Mientras Estudiantes, Gimnasia, Central, Newell’s, Lanús, Banfield, Argentinos, Patronato y Colón entre otros—justamente los peores en la tabla de promedios—, buscaban caminos alternativos para ventajear, apareció una solución salomónica: tres descensos en lugar de cuatro y todos contentos. Los que tienen miedo de bajar suponen que ahora tendrán más posibilidades y las autoridades se contentan apuntando a una Primera de 20 clubes en 2023.

Mantener los promedios para definir los descensos es un primer y esencial acto de justicia. Sacarlos, cómo y cuándo, es otra discusión. El sentido común indica que debería hacerse con un aviso previo y un plazo estipulado para que todos puedan prepararse en la transición. ¿Eso sería lo lógico, o no? Bueno, parece que para Claudio Tapia no es tan así porque en las categorías de ascenso la AFA borró los promedios de un plumazo y nadie dijo ni mu.

Al final, dos días antes de empezar el campeonato, los dirigentes se pusieron de acuerdo y partieron la diferencia: los descensos no serán cuatro ni dos, sino tres. La progresión terminaría con el engendro del Torneo de 30 después de ocho años, para volver a tener un campeonato medianamente normal, pero la cuestión de fondo es que una vez más se impusieron los intereses de algunos por sobre el bien común del fútbol argentino.

El próximo 30 de julio se cumplirán apenas cinco años de la muerte de Julio Grondona. Solo cinco años en los que la Primera División nunca tuvo dos campeonatos iguales. Cuando la cosa vuelva a la normalidad se habrán utilizado no menos de diez formatos: transición, largo anual, transición en zonas, largo a la europea, de 28, de 26, 24, 23, 22, 21… Más la nueva Copa Superliga que ya es vieja y será la primera copa de la historia que sume para los promedios.