Editorial
18/11/2025 | 21:35
Redacción Cadena 3 Rosario
Claudio Giglioni
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La doble moral: enfermedad crónica del fútbol argentino. Por Claudio Giglioni.
Hay postales del fútbol argentino que funcionan como radiografías del país. No lo digo con optimismo —porque sería ingenuo— sino con la certeza amarga de que seguimos eligiendo transitar la misma doble vía moral que nos indigna en público y nos seduce en privado. El arbitraje de Andrés Gariano en Barracas Central–Huracán fue apenas el último disparador, pero no es el fondo de la cuestión: lo verdaderamente grave es la naturalidad con la que convivimos entre la queja y la complicidad.
Hagámonos cargo: no es solo culpa de Tapia. Es más profundo, más cultural, más incómodo. El fútbol argentino —antes de Tapia, con Tapia y probablemente después de Tapia— convive con una doble moral instalada.
La misma mano que señala la injusticia es la que cierra el puño con orgullo cuando “tenemos el dato” de que alguien “arregló” algo a nuestro favor. Lo dije con crudeza y lo repito: se ponen contentos cuando están del lado del ventajero. Cuando se sienten parte del privilegio opaco. Cuando creen que eso, incluso, es una virtud.
Ahí reside la esquizofrenia colectiva que define nuestra relación con el fútbol. Funcionamos como una suerte de Dr. Jekyll y Mr. Hyde: durante la semana, pedimos asado ancho de primera; el fin de semana, celebramos si nos sirven un corte de dudosa procedencia con tal de ganar los tres puntos.
Señalemos al presidente de la AFA, es fácil. Pero Tapia no es más que el resultado, el producto final de lo que el electorado futbolístico demanda. Es el candidato que pone en la mesa lo que los comensales piden a gritos. Si la moneda de cambio en la tribuna, en la conversación cotidiana, es la habilidad para “arreglar” las cosas, para tener “vivos” a los dirigentes, entonces no nos sorprendamos cuando la dirigencia se especialice precisamente en eso.
La foto con el poder no se busca por convicción, sino por cotización. Y en este mercado, la picardía ilegítima cotiza muy alto.
La pregunta incómoda, la que duele, es directa: ¿de qué lado queremos pararnos? ¿De la cola que exige un mejor fútbol, transparente y justo, o de la fila que, en secreto, se enorgullece de tener la “viveza” de su lado? No se puede estar en ambas. Quien lo intenta, simplemente hace el ridículo y perpetúa el círculo vicioso.
Vivimos en un país libre. Cada uno puede pararse donde quiera.
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