León XIV: historias desde la chimenea del mundo.

El nuevo papa

León XIV: historias desde la chimenea del mundo

08/05/2025 | 21:52

 

Redacción Cadena 3

Marcos Calligaris

En el Vaticano, como en casi todas las historias que terminan bien, la espera se hizo larga. Y luego, de golpe, todo pasó demasiado rápido. Cuarta votación. Fumata blanca. Papa. El 267º sucesor de Pedro apareció desde el interior de la Capilla Sixtina y, con él, el suspiro colectivo de una Iglesia que llevaba días conteniéndose entre carabineros, rezos en inglés, balcones de 500 euros al día y gaviotas reincidentes.

Roma amaneció con ese cielo que no es ni gris ni celeste, sino Vaticano. Nubes dispersas, una llovizna inesperada que los meteorólogos no vieron venir y las columnas de Bernini que, por costumbre, siguen abrazando a los fieles con su mármol frío y maternal. A las nueve ya no cabía un trípode más. Se hablaba de nombres, de nacionalidades, de carismas. Pero el humo –que como la historia, siempre es elocuente cuando quiere y opaco cuando no– todavía se guardaba el desenlace.

El rito era conocido: a las 10, votación; a las 12, humo. Negro. Otra vez. El mundo no tiene Papa. Pero tiene paciencia.

La espera era una coreografía de detalles: un joven leía ‘La canción de Aquiles’ y dejaba que el viento le pasara las páginas como si supiera leer. El padre Javier Soteras me habló del perfil que esperaba del nuevo papa. Horas después, lo volví a cruzar y su alegría ya no necesitaba adjetivos. El sacerdote riojano Diego Olivera me regaló una reliquia de Carlo Acutis: un pedazo de tela que cubrió su féretro. Me la guardé en el bolsillo del corazón, junto a un ticket del panini que comimos minutos antes de que el humo cambiara el mundo.

Porque cambió. A las 18:41, la chimenea habló. Blanca, inequívoca, jubilosa. La gente primero gritó, después lloró, después se abrazó. Era jueves. Era Roma. Era uno de esos momentos en los que el pasado y el futuro se mezclan en presente perfecto. Aún no sabíamos su nombre. Pero sabíamos que había Papa.

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El elegido fue Robert Francis Prevost. Estadounidense de nacimiento, peruano por vocación y pasaporte desde 2015. Agustino. Cardenal de Francisco. Prefecto de Obispos. Con pasado misionero en Trujillo, experiencia canónica en Roma, y carisma suficiente para que su nombre estuviera en boca de más de un vaticanista que se precie.

"Yo creo que mañana vamos a tener Papa", me dijo el vaticanista Javier Martínez-Brocal el día anterior. Acertó. Él había incluido a Prevost entre los dos nombres más viables. Lo mismo que su colega, el irlandés Gerard O'Connell, quien me mencionó al estadounidense-peruano entre los principales candidatos, y coincidió en que no sería un cónclave largo. Esta vez no fue necesario tanto suspenso como otras ocasiones. Como reza el viejo dicho romano, Pietro Parolin entró Papa y salió cardenal. Prevost entró cardenal… y salió Papa.

Se llamará León XIV. No es un nombre frecuente. El último León fue el número XIII, hace más de un siglo. Y eso dice algo: o quiere reivindicar un estilo, o marcar uno nuevo. Quizás ambas. El León anterior, el de 1878, fue el gran modernizador de la doctrina social. ¿Y este? Veremos. Por lo pronto, el humo lo ungió y el mundo aplaudió.

Hubo tiempo, entre una fumata negra y la blanca, para que la historia hiciera memoria: solo dos papas fueron elegidos en mayo en toda la historia. Uno en 1342, en Aviñón. Otro en 1605, en plena Contrarreforma. León XIV es el tercero. Y lo hace desde la Roma que lo vio nacer como cardenal y lo transformó en pontífice, bajo las bóvedas donde Miguel Ángel pintó el Juicio Final. A veces la historia también elige sus escenarios.

Ahora vendrá la misa con los cardenales en la Sixtina, el rezo del Ángelus el domingo, la renovación de la Curia. Y quizás –como hizo Francisco en 2013– una visita a Santa María la Mayor para rezar a la Virgen y recordar al papa saliente. Pero por ahora, lo esencial ya ocurrió. El humo habló. Y los 1.400 millones de fieles del mundo ya tienen nuevo pastor.

Lo demás será biografía. Esto fue historia. Vivida, contada en radio, y respirada desde la plaza más observada del planeta.


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