El drama de la inseguridad

Inseguridad

Rodeados por el delito

22/08/2022 | 12:55 | Cómo la proliferación de todo tipo de inseguridades termina por afectar la dinámica de la vida cotidiana.

Redacción Cadena 3

Juan Federico

“Ya llegué”. “Ya entré”. “Ya cerré”. Cada anochecer, el mensaje se replica como ninguno otro entre los celulares de los argentinos. La certeza de que alguien pudo entrar a su hogar, sano y a salvo de la delincuencia, termina por convertirse en un objetivo cotidiano.

Cuando caminan al colegio o esperan que el ómnibus aparezca, esconden el teléfono celular entre las ropas y dejan en el bolsillo un aparato vetusto, en desuso, para que los motochoros se lo puedan llevar. 

En cada vez más casos, los padres siguen a través del GPS cada paso que sus hijos van dando.

Si van a bailar, no entrar con el teléfono. En medio de las rondas de grupos, hay bandas que en segundo te sacan el celular. Pero, entonces, ¿cómo los padres saben a qué hora volves, que estás bien? Bailá con el celular aferrado a la mano, sin distraerte.

No sólo que tuvieron que comprar bulones antirrobo, sino que ya salen a la calle sin la rueda de auxilio en el baúl. Cuando estacionan el vehículo, hay que poner la alarma, trabavolante y apretar cada puerta para asegurarse que no haya inhibidores merodeando.

Mientras tanto, la póliza de seguro no para de trepar y con cada vez más restricciones. Sólo se cubren dos sustracciones de ruedas por año.

Perro, rejas, puertas de doble chapa y traba, alarma monitoreada, perro, cerco electrificado, pinches en los techos, guardia privado...

Si tenés suerte de viajar, poner luces inteligentes, dejar el pasto corto y pedirle a un vecino que retire los folletos, que riegue el frente, que mire y avise si algún sospechoso se acerca. Antes de las vacaciones, nada de emocionarse y andar contando en la despensa del barrio. De eso no se puede hablar. Durante el viaje, tampoco se puede postear ni compartir. Alguien se puede enterar que la casa ha quedado sin moradores.

Eso sí, por las dudas siempre hay que tener unos pesos adentro del hogar. Si los delincuentes entran, es mejor darles algo así se van rápido y nos golpean menos.

Si llaman por teléfono y no es un número agendado, hay que cortar. Siempre puede ser un estafador. Nada de atender ni dar el menor dato personal. No hay lugar para las emociones: cualquier premio es una mentira.

El celular es cómodo para comprar y vender, pero por las dudas es más seguro ir a una sucursal bancaria o al comercio y perder todo el tiempo disponible.

Por las redes sociales, eso que parece una oferta puede terminar por convertirse en una gran emboscada.

Los adolescentes no pueden chatear en soledad. Nunca se sabe quién está realmente del otro lado de la pantalla.

La calle más próxima ya no es un espacio de juego. Los chicos hoy no saben jugar. Los especialistas nos enseñan que una pantalla jamás podrá reemplazar la emoción y el aprendizaje de un juego cara a cara. Pero la calle es hostil, ajena. Y la pantalla termina por ser un cable de seguridad.

Los ancianos no deben contestar el celular. Esa persona amable que llama, seguro que es una estafadora.

¿Te estafaron? Culpa tuya por haber atendido.

¿Te arrebataron el celular? Cuántas veces te dijimos que no lo sacaras en la calle.

¿Te robaron el auto? Cómo vas a haber estacionado ahí.

¿Entraron a tu casa? No se entiende cómo no pusiste más rejas y alarmas.

¿Una entradera? Ya sabías que no tenías que volver de noche.

¿Quedaste en medio de un tiroteo? Cómo vas a haber entrado en ese barrio.

El hastío es cíclico. Crimen, protestas, más policías, compras millonarias de móviles y armamentos, cámaras públicas, más promesas. Nuevo crimen, nuevo ciclo.

La industria del delito es, en estos tiempos de crisis sin piso, la más próspera de un país en caída perpetua. Motochoros, primero inferior. Reducidores, segundo grado. Bandas, tercero. Sicarios, ladrones, narcos, crimen organizado, las especialidades. La nueva escolaridad. Una marca de identidad.

Otros chicos y más grandes saben que la calle es un atajo para conseguir un celular. Un arrebato que se convierte, en minutos, en un salario mínimo vital y móvil.

El delito les quita el sueño a los argentinos. La rutina de todos los días ha sido moldeada por una sombra siempre latente, al acecho, de la que mucho se habla a nivel político desde hace años, pero que continúa reproduciéndose a un ritmo que a veces parece imparable. E insoportable.

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