China reactiva su plan educativo de "habilidades para la vida"

La discusión educativa en China volvió a girar hacia un terreno que en muchos países aparece apenas como un comentario lateral: la incorporación de habilidades cotidianas a la currícula formal. El gobierno decidió que en las escuelas primarias y secundarias haya clases obligatorias de cocina, limpieza y otras tareas domésticas. La medida se justifica en dos objetivos complementarios: aliviar la carga académica tradicional y, al mismo tiempo, dotar a los alumnos de herramientas prácticas que, según las autoridades, facilitan la vida diaria y reducen la dependencia de los adultos.

El planteo parte de una constatación sencilla pero contundente: muchas habilidades básicas no se desarrollan por falta de tiempo, acompañamiento o estructura familiar. Por eso la reforma no se limita a sumar contenidos, sino que también alcanza a las academias que brindan apoyo extraescolar. Se busca que esos espacios no se enfoquen únicamente en reforzar matemática o lengua, sino también en aspectos mundanos que forman parte de la rutina de cualquier persona. Para la lógica china, un adolescente que sabe cocinar algo simple o gestionar tareas elementales está mejor preparado para la autonomía que exige la adultez.

La idea contrasta con debates que se repiten en otros países, incluida la Argentina. Cada tanto aparece la pregunta sobre por qué la escuela no enseña educación financiera, oficios básicos o destrezas cotidianas que pueden ser tan determinantes como aprender a conjugar verbos. El ejemplo cercano de las escuelas técnicas suele mostrar cómo ciertas competencias manuales o prácticas pueden convertirse en herramientas reales para la vida. La escuela, dicen algunos, educa para el futuro; pero el futuro también incluye saber desenvolverse en lo doméstico.

El caso chino pone una discusión más profunda: qué lugar ocupa la escuela en la construcción de la autonomía personal. Para algunos, esas tareas deberían enseñarse en casa; para otros, la escuela puede —y debe— intervenir allí donde la familia no llega. En sociedades urbanas donde los padres pasan gran parte del día fuera, la ausencia de ciertos aprendizajes no siempre se debe a desinterés, sino a una imposibilidad material. Y cuando eso ocurre, el déficit queda en los chicos, que crecen sin saber resolver cuestiones mínimas de su vida cotidiana.

La pregunta es si estas habilidades deben formar parte del sistema educativo o seguir siendo un asunto estrictamente familiar. No todos los hogares están en condiciones de transmitirlas, y que muchos niños desarrollan autonomía solo cuando la necesidad los obliga. Historias como la del chico que, por falta de alternativas, aprende a levantarse solo, a usar un microondas o a organizar su mañana mientras espera el horario escolar, muestran que la realidad ya está imponiendo ciertos aprendizajes, aunque sin acompañamiento ni continuidad.

China enfrenta ese dilema con decisión: la escuela se convierte en el espacio donde se formalizan destrezas que antes se consideraban externas al aula. Pero lo hace sin sacrificar los niveles de rendimiento en las materias centrales, algo que recuerdan las evaluaciones internacionales. La apuesta es que las habilidades prácticas no resten, sino que sumen a una formación integral. Que aprender a cocinar una milanesa no implique saber menos matemática, sino convivir con ella en un modelo educativo más amplio.

La discusión invita a repensar el sentido de la educación en un mundo donde los chicos pasan horas frente a pantallas, con cada vez menos experiencias directas con la realidad tangible. Si la escuela prepara para la vida, y la vida está hecha también de lo cotidiano, quizá no sea descabellado que esas habilidades tengan un lugar en el aula. ¿Otros países estarán dispuestos a dar ese paso o si seguirán esperando que esos aprendizajes sucedan solos, aun cuando la experiencia muestra que muchas veces no suceden?