¿Los padres deben controlar a los docentes?

La propuesta de que los padres notifiquen las ausencias de los docentes generó en Liliana González, experta en educación, una mezcla de sorpresa y horror. 

Se aboga por un lugar significativo para los padres en las escuelas, pero no como informantes o espías, sino como aliados en la educación de sus hijos. La escuela no debería ser solo un lugar donde se informa el proyecto educativo o se llama a los padres cuando un chico se porta mal. 

Hay que construir un espacio de diálogo y colaboración. Es importante el valor de los talleres con padres, donde, una vez al mes, se dedican dos horas a reflexionar sobre lo que pasa en el aula y en casa. Se daba un lugar en la libreta para opinar, en la fiesta de fin de año para participar. 

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Convertir a los padres en denunciantes de docentes, en cambio, es un error. La palabra “denuncia” implica un delito, transforma a los padres en adversarios, en “la vereda de enfrente”. Es alejarlos de la escuela, no integrarlos.

En Córdoba, los sistemas de control ya existen, y esta medida no solo es innecesaria, sino indeseable. Familia y escuela deben ser socios educativos. La maestra es mi aliada en la educación de mis hijos, no alguien a quien debo vigilar. Si un docente falta, la escuela lo sabe; no hace falta que los padres actúen como detectives. 

Usar a los hijos —o a los padres— como espías es tóxico y destruye la confianza. Además, me preocupa la doble vara. Nadie habla de los padres que, en plena época de clases, se llevan a sus hijos de vacaciones quince días, como si lo que pasa en el aula fuera insignificante.

Si queremos educar entre todos, necesitamos compromiso, no control policial. 

Se proponen talleres mensuales de dos horas, un tiempo razonable —como un capítulo de Netflix— para que los padres participen, no para retarlos ni aburrirlos, sino para construir junto a los docentes. 

La solución no es alejar a los padres que son tóxicos, sino integrarlos en un proyecto educativo claro, donde sepan que inscribir a sus hijos implica involucrarse. La escuela no es un plazo fijo donde dejas a tu hijo en marzo y buscas “ganancias” en diciembre. Es un espacio vivo que requiere presencia y compromiso. Solo así, familia y escuela serán verdaderos socios.