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Reflexiones sobre inclusión educativa

La tecnología en el aula: ¿herramienta o distractor?

22/05/2025 | 16:44

Un estudio revela que el uso diario de tecnología en las aulas puede disminuir el rendimiento académico. Liliana González reflexiona sobre el papel del docente y del alumno en el uso efectivo de herramientas digitales en educación.

Redacción Cadena 3

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La tecnología en el aula: ¿herramienta o distractor?

Un reciente estudio en España, basado en el informe PISA, ha encendido un debate que resuena más allá de sus fronteras: en las comunidades autónomas donde el uso diario de la tecnología en las aulas es mayor, el rendimiento académico de los estudiantes de 15 años ha disminuido en la última década. Este dato, lejos de ser una verdad universal, nos invita a reflexionar sobre cómo integramos la tecnología en la educación y si realmente está cumpliendo su propósito de mejorar el aprendizaje.

No es lógico extrapolar automáticamente los resultados de España a otros contextos, pero sí es pertinente preguntarnos: ¿más tecnología en el aula equivale a menos aprendizaje? La respuesta no es sencilla. La tecnología, en teoría, debería ser una aliada para potenciar la educación, pero su impacto depende de tres factores clave: el docente, el alumno y la herramienta misma.

El docente es la pieza central. Un maestro capacitado puede transformar la tecnología en un recurso poderoso, promoviendo la investigación, el pensamiento crítico y la creatividad. Sin embargo, si no está preparado para usarla de manera efectiva, la tecnología puede convertirse en un obstáculo. El desafío es enorme: los docentes deben diseñar actividades que vayan más allá del “copio y pego”, que desafíen a los estudiantes a reflexionar y a construir conocimiento propio. Con la irrupción de la inteligencia artificial, este reto se intensifica. Las herramientas digitales pueden resolver tareas en segundos, pero un docente hábil debe plantear preguntas que obliguen al alumno a ir más allá de las respuestas automáticas, fomentando un pensamiento original.

Por otro lado, está el alumno. La tecnología puede ser una herramienta poderosa para quien quiere aprender, pero un distractor para quien no tiene interés. Un celular en manos de un estudiante motivado es un portal al conocimiento; en manos de otro, una puerta al entretenimiento vacío. La diferencia radica en la intención y en la guía que recibe. Si un chico termina rápido una tarea para chatear con amigos, la tecnología no está cumpliendo su función educativa. Como en mi infancia, cuando usábamos el transportador para medir ángulos y no para hacer dibujitos, la clave está en el uso que se le da a la herramienta.

El “copio y pego” no es un problema nuevo, pero la tecnología lo ha potenciado. Antes, repetíamos lo que decía el manual o el docente; hoy, las respuestas están a un clic. Esto no fomenta la creatividad ni el pensamiento crítico, que son los verdaderos objetivos de la educación. La escuela debe despertar mentes originales, no entrenar en la repetición. La tecnología, ya sea un celular, un pizarrón o un libro, no es el problema; el problema es cómo se usa.

El desafío actual es mayor porque la tecnología está en la mochila de cada estudiante, tentándolos a distraerse. Pero no podemos excluirla: es parte del mundo en que vivimos. La solución pasa por docentes bien formados y alumnos motivados. Sin esa combinación, cualquier herramienta, por moderna que sea, será un distractor.

Por otro lado, un informe reciente destaca que provincias argentinas como CABA, Córdoba y, sorprendentemente, Formosa, son más eficientes en el uso de recursos educativos, mientras que Chaco, Catamarca y Tucumán lo son menos. ¿Cómo explicar que provincias con realidades socioeconómicas similares, como Formosa y Chaco, tengan resultados tan disímiles? La respuesta no está solo en los recursos, sino en cómo se utilizan. Un aula llena de tecnología con un docente desmotivado no logra nada; un maestro apasionado con un pizarrón puede hacer maravillas. La educación no se mide solo en números, sino en la vocación y el encuentro entre un docente que quiere enseñar y un alumno que quiere aprender.

En este contexto, también debemos mirar a los más pequeños. La tecnología precoz, presente en la vida de niños desde los dos o tres años, está retrasando el desarrollo del lenguaje oral, lo que impacta negativamente en la lectoescritura. Chicos de 7 u 8 años llegan a la escuela con dificultades para hablar, leer o escribir, algo que no veía en mis 50 años de experiencia. La exposición temprana a pantallas, sin el acompañamiento de adultos que les hablen y lean, está generando una generación con problemas simbólicos y de aprendizaje. Por eso, insisto: atrasemos la tecnología en los más chicos, leamos cuentos, hablemos con ellos. Una niñez adicta a las pantallas es una adolescencia en riesgo.

La tecnología no es el enemigo, pero tampoco es la panacea. Es un medio, y su éxito depende de cómo lo usemos. El desafío está en formar docentes capaces de aprovecharla y en motivar a los alumnos para que la vean como una herramienta de aprendizaje, no como un distractor. Solo así transformaremos las aulas en espacios de creatividad, reflexión y crecimiento. 

Columna de Liliana González 

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