La importancia de fomentar el hábito de la lectura en jóvenes

En un mundo donde TikTok, Instagram y el zapping capturan la atención sin pedir esfuerzo, el libro de papel parece estar perdiendo terreno, especialmente entre las nuevas generaciones, según nos cuenta la especialista en educación Liliana González. 

Comprar un libro sigue siendo un acto de fe en su valor, pero no todos lo ven así. Los chicos de hoy, inmersos en un universo digital, a menudo le huyen al papel. No es solo una cuestión de preferencia: muchos egresan del secundario con dificultades para comprender lo que leen, con un vocabulario limitado o atrapados en una lectura silábica. 

¿Cuál es el resultado? Los libros no les interesan. Leen chats, navegan pantallas, pero no se sumergen en autores. Las consecuencias de esta desconexión cultural se hacen evidentes en la pobreza de la cultura general, en la dificultad para responder preguntas básicas o en la falta de curiosidad por mundos más allá de lo inmediato.

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La imagen fascina porque no exige nada; es inmediata, envolvente, invasiva. A diferencia de la lectoescritura, que es un enigma a descifrar con esfuerzo, la pantalla entrega todo masticado. 

Alfabetizarse, en cambio, requiere trabajo, como intentar leer un texto en japonés o árabe sin conocer el idioma. Ese desafío, que puede ser tan rico como arduo, queda relegado frente a la inmediatez del video o el meme.

Escribir un libro, como criar un hijo, es un acto de pasión, deseo y sueños. Pero un libro solo cobra vida cuando encuentra un lector. Sin él, es apenas papel con marcas. Un libro leído, en cambio, abre mundos, revive cada vez que se lo hojea, y a diferencia de las pantallas, que irrumpen sin permiso con contenidos como la violencia o la pornografía, el libro permite elegir. 

En mi infancia, Mujercitas fue una puerta a mundos de emociones y personajes con los que me identificaba; luego vinieron El Principito y Mi planta de naranja lima. Pero hoy, cuando regalé Mujercitas a mi nieta, no conectó. Quizás está “fuera de época” para ella, atrapada en un presente de estímulos rápidos.

Por eso, eventos como la Feria del Libro son una oportunidad dorada. Llevar a los chicos, dejarlos ojear, elegir su propio libro –aunque sea sobre fútbol o con dibujos– es más valioso que imponer lecturas obligatorias. 

La lectura debe ser un placer, no una tarea. Los padres tienen un rol clave: si nunca te ven con un libro, sino pegado al celular, ¿cómo esperás que lean? Crear el hábito de la lectura, especialmente en la noche, es un regalo. 

Un cuento antes de dormir, sin pantallas que interrumpan el sueño con su luz artificial, puede encender “fueguitos lectores”. La escuela también puede ayudar, llevando autores o narradores, pero sin mezclar la literatura con ejercicios gramaticales que maten el deseo de leer.

Enseñar gramática está bien, pero no a costa de arruinar El Principito. Y no es solo para los chicos. Los adultos, atrapados en el insomnio, buscando melatonina o clonazepam, podrían encontrar en un libro un somnífero natural. 

Leer una historia, aunque sea medio capítulo, relaja, invita al sueño, mientras que la luz del celular lo aleja. La receta es simple: menos pantallas, más libros. En un mundo que nos bombardea con imágenes, la lectura es un refugio, una forma de elegir nuestros mundos y encender la imaginación. Hagamos el esfuerzo de avivar esos fueguitos lectores antes de que se apaguen del todo.