Cultura y patrimonio
01/05/2025 | 14:23
Redacción Cadena 3
El Monumento al Aborigen, ubicado en el Parque España en Buenos Aires, es una de las esculturas más representativas de la ciudad. Esta obra, erigida en 1910 por el escultor argentino Hernán Cullen Ayerza, simboliza no solo el arte, sino también la historia y la resistencia de los pueblos originarios.
Tallada en mármol de Carrara, la escultura retrata a un guerrero montado en un caballo encabritado, empuñando una lanza con gran dinamismo y expressividad. La pieza muestra una notable precisión anatómica, capturando la vitalidad de ambos, el jinete y el caballo, en un estilo que evoca influencias del barroco.
Desde su llegada a Buenos Aires en 1912 como donación, el recorrido del monumento ha sido tumultuoso. Inicialmente se instaló en la Plaza Miserere antes de ser trasladado a la Plaza Garay en 1928, debido a la colocación de una nueva obra, el monumento a Bernardino Rivadavia.
En 1959, por daños considerables, la escultura fue retirada del espacio público. La rotura de la lanza y la mano del aborigen llevaron a su restauración, que se realizó en los depósitos de la Municipalidad. Finalmente, fue reinstalada el 8 de febrero de 1961 en su actual ubicación en el Parque España, donde permanece protegida por una reja.
Hernán Cullen Ayerza, nacido en 1879, fue un destacado escultor argentino que también dejó huella como educador, siendo director de la Escuela Nacional de Arte Manuel Belgrano. Su formación en Roma, bajo la tutela del renombrado escultor Ernesto Biondi, moldeó su carrera artística.
A lo largo de su trayectoria, Ayerza creó varias obras destacadas, incluyendo monumentos en homenaje a figuras locales. A través de su trabajo, también introdujo a Argentina la famosa escultura de Biondi, ‘Saturnalia’, un hito en la escultura argentina.
El Monumento al Aborigen ha sido objeto de diversas interpretaciones a lo largo del tiempo. En el contexto de su creación, la figura del aborigen estuvo marcada por prejuicios y estereotipos. Sin embargo, la obra busca representar a un guerrero resiliente, cuyo gesto desafiante se erige como símbolo de dignidad y resistencia cultural.
A pesar de los traslados y los desafíos, el monumento se ha consolidado como una pieza fundamental del patrimonio escultórico porteño, un legado artístico que perdura y que continúa inspirando la reflexión sobre la identidad cultural y la historia de los pueblos originarios de Argentina.
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