La pena de muerte solía ser ejecutada con elefantes

Pena capital

El elefante del rey: la brutal historia de ejecuciones por aplastamiento

11/04/2025 | 08:37

Durante milenios, el uso de elefantes como ejecutores de penas de muerte fue común en Asia. Este método brutal, que combinaba justicia y espectáculo, revela una época donde la vida y la muerte estaban en manos de estos majestuosos animales.

Redacción Cadena 3

Durante casi 4.000 años, en regiones del sur y sudeste asiático, la muerte no solo era dictada por el rey: también era ejecutada por un elefante. El método, hoy inconcebible, fue una práctica común de castigo capital —y espectáculo público— en la India, Sri Lanka, Birmania y otras regiones de influencia imperial.

"Cuando el sultán condena a cualquier persona a la pena de muerte, le dicen al elefante: 'Esta persona es culpable', y el animal eleva al acusado con su labio y lo mata", escribió en el siglo XII el rabino Petachiah de Ratisbona, tras presenciar una ejecución en el norte de Mesopotamia.

En Sri Lanka, el viajero inglés Robert Knox describió en 1681 cómo "el rey los utiliza para las ejecuciones; atraviesan el cuerpo con sus colmillos y luego lo destrozan en pedazos y le arrancan miembro por miembro". Añadía que los elefantes usaban un hierro afilado con tres bordes adherido a sus colmillos para hacer más efectiva la mutilación.

James Emerson Tennent, funcionario colonial británico, recogió otro testimonio en el siglo XIX: "Un jefe de Sri Lanka, que había sido testigo de esas escenas, ha asegurado que los elefantes en ningún caso usaron sus colmillos sino que, poniendo el pie encima de la víctima postrada, arrancaban uno a uno sus miembros con movimientos repentinos de sus patas".

El poder simbólico era claro. Como señala el artículo, los elefantes blancos todavía son reverenciados en Tailandia como símbolos del poder real. El propio rey Akbar, del Imperio mogol, solía usar elefantes para castigar a los rebeldes sin matarlos. "Al final a los prisioneros, presumiblemente muy castigados, se les perdonaba la vida", relata el texto. En una ocasión, incluso, Akbar arrojó a un hombre a los elefantes durante cinco días antes de perdonarlo.

Pero las escenas más gráficas están registradas en los testimonios británicos de la colonia. Sir Henry Charles Sirr, por ejemplo, visitó a uno de los elefantes ejecutores del último rey de Kandy. "El elefante levantó su trompa… colocó su pata donde habrían estado los miembros del condenado… y al final, a una orden, colocó un pie sobre el abdomen de la víctima y el otro sobre su cabeza, aparentemente usando toda su fuerza para terminar con el sufrimiento del condenado".

En India, las Leyes de Manu, compiladas alrededor del siglo II a. C., ya prescribían esta pena para delitos como el robo: "el rey haría que cualquier ladrón capturado en conexión con dicha desaparición fuese ejecutado por un elefante".

Un viajero francés del siglo XVIII presenció cómo el emperador mogol Jahangir ordenaba estas ejecuciones “para su propio entretenimiento”. En ocasiones, los animales eran modificados para maximizar el horror: "En el sultanato de Delhi los elefantes también se entrenaban para cortar a los prisioneros en pedazos mediante el uso de cuchillas afiladas adheridas a sus colmillos".

En un caso documentado en The Percy Anecdotes, se cuenta la historia de un esclavo que había asesinado a su amo. "Cada ocho o diez pasos le dislocaba algún miembro... aunque cubierto de lodo, mostraba todos los signos de vida... Tras una hora de tortura, el elefante avanzó marcha atrás y puso su pata encima de la cabeza del criminal".

Aunque el Imperio Británico fue suprimiendo progresivamente este método, hay registros de su uso hasta finales del siglo XIX. En 1868, el francés Louis Rousselet lo documentó gráficamente en un bosquejo publicado por Le Tour du Monde.

Hoy, las muertes provocadas por elefantes continúan en zonas donde los humanos y estos animales conviven, como Sri Lanka. Según el Smithsonian, "entre 50 y 100 personas al año" mueren en ese país por enfrentamientos con elefantes salvajes.

Pero lo que ocurrió durante siglos con elefantes domesticados, entrenados no para el circo sino para el castigo, habla de otra época. Una en la que la justicia podía pesar —literalmente— varias toneladas.

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