¿Por qué Papá Noel vive en el Polo Norte?

Todo empezó con una de esas preguntas que solo los chicos saben hacer.

Paulina tiene 6 años y, como tantos chicos en esta época del año, está completamente fascinada con la Navidad. Las luces, los regalos, Papá Noel… y, sobre todo, la magia. Y como toda magia verdadera, para ella venía acompañada de curiosidad.

Un día me miró y preguntó, muy seria:

“Papá… ¿por qué Papá Noel vive en el Polo Norte?”

No era una pregunta cualquiera. Era el inicio de un viaje.

Le expliqué que, en realidad, Papá Noel no vivió siempre ahí. Que su historia empieza hace más de mil quinientos años con San Nicolás, un obispo que vivió en un lugar que hoy es Turquía y que se hizo famoso por ayudar a los niños más necesitados, dejándoles regalos en secreto. Paulina escuchaba atenta… pero algo no le cerraba.

Entonces, con la lógica implacable de una nena de 6 años interesada en entender el mundo, volvió a preguntar:

“Pero en Turquía no hace frío, papi. ¡Hace un calorón!”

Y tenía razón. Ahí apareció la segunda parte de la historia. Le conté que, con el paso del tiempo, la historia de San Nicolás viajó por Europa y que los pueblos del norte —donde la Navidad coincidía con el invierno— lo imaginaron viviendo en un lugar como el suyo: con nieve, chimeneas, abrigo y noches largas. Así, poco a poco, Papá Noel fue mudándose en el imaginario… hasta terminar en el Polo Norte.

Paulina sonrió y, como si acabara de resolver un gran misterio, dijo:

“Ahhh… como que se mudó de barrio.”

Pero su curiosidad no se detuvo ahí. Quería saber más. Y entonces lanzó otra pregunta, con los ojos bien abiertos:

“¡Ahhh, ya sé! ¿Por eso usa renos, cierto?”

Le expliqué que sí. Que en esos lugares los renos eran animales fundamentales: fuertes, capaces de caminar sobre la nieve y sobrevivir al frío extremo. Y que, como en Navidad, todo es posible, esos renos también volaban para poder llegar a todos los hogares del mundo en una sola noche.

Paulina pensó un segundo… y volvió a preguntar:

“O sea que si Papá Noel fuese de Argentina… ¿podría andar a caballo?”

Y claro. Pongámosle que sí.

Pero todavía faltaba una última duda. Y como toda nena curiosa que ya entró en confianza con la magia, quiso ir un poco más allá:

“Papi… ¿y de dónde sale el pinito de Navidad?”

Le conté que en los países donde el invierno es muy duro, la gente se dio cuenta de algo especial: casi todos los árboles perdían sus hojas… menos los pinos. El pino seguía verde incluso en los momentos más fríos y oscuros. Por eso empezaron a decorarlo, primero con velas y adornos simples, como un símbolo de esperanza. Un recordatorio de que la vida sigue, aun cuando todo parece apagado.

Y entonces llegó la última pregunta. Tal vez la más profunda.

“¿Y por qué hacemos tantas cosas de invierno si acá estamos en verano?”

La respuesta fue simple:

Porque las historias viajan, Pau. Vienen de lejos. Y cuando llegan, cambian, se transforman, se adaptan… y se comparten. Y eso, al final, es lo más importante de la Navidad: compartir.

Que esta Navidad nos encuentre unidos, escuchándonos, haciéndonos preguntas y compartiendo historias.

 Feliz Navidad. ???

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