Redes sociales, fin de año y la felicidad editada: un llamado a la empatía

El cierre del año se convierte, cada vez más, en temporada alta de publicaciones en redes sociales. Fotos perfectas, mesas abundantes, sonrisas impecables y encuentros ideales inundan pantallas y timelines. Pero detrás de ese desfile de imágenes cuidadosamente seleccionadas, aparece una pregunta clave: ¿cuánto de eso representa la realidad cotidiana de las personas? En un contexto donde las redes funcionan como un amplificador de antiguos mandatos sociales —ahora visibles, escritos, fotografiados y filmados—, el fin de año parece imponer una obligación tácita de felicidad perfecta.

En Argentina, el impacto no es menor. Hacia fines de 2025, se contabilizan cerca de 33 millones de identidades digitales, lo que representa más del 70% de la población con presencia en redes sociales. Esa masividad habla de una penetración profunda en la vida diaria, pero también de un poder enorme para moldear deseos, expectativas y percepciones. En ese escenario, surge otra inquietud: ¿qué pasa con quienes atraviesan estas fechas en soledad, sin reuniones, sin festejos o con cargas emocionales distintas a las que muestran los posteos?

Para profundizar en esta mirada, dialogamos con la psicóloga Anabella Serventi, quien advierte que las redes sociales no solo muestran imágenes, sino que construyen aspiraciones. “Somos bombardeados por imágenes que se nos terminan convirtiendo en deseo. Si tu vida tiene menos brillo que eso que ves, parece que no es válida o sabe a poco”, explica. Según la especialista, ese modelo de felicidad escenográfica y perfecta abre al menos dos caminos: quienes eligen pasar las fiestas solos y deben dar explicaciones por ello, y quienes no tienen opción, ya sea por trabajo, tareas esenciales o circunstancias personales.

Serventi subraya que, en muchos casos, la soledad no es sinónimo de tristeza, sino de necesidad de pausa, de silencio, de elaboración emocional o simplemente de descanso tras un año intenso. Otras veces, responde a obligaciones laborales que impiden compartir estas fechas como se desearía. En todos los casos, el punto central es no suponer ni juzgar: “No tenemos que dar por sentado el estado emocional del otro. Ha sido un año complejo para muchas personas y debemos contemplar todas las posibilidades del ser humano”.

El mensaje que deja este cierre de año es claro y necesario: mirar más allá de las redes, entender que lo que aparece en pantalla es apenas un recorte editado de la realidad y, sobre todo, ejercitar la empatía. Reconocer que no todos están en la misma situación, que no todas las historias son visibles y que acompañar, respetar y comprender al otro puede ser el gesto más valioso para despedir el año.

Informe de Verónica Maslup