“Siempre tendremos Madrid”: 5 años de la final de la Libertadores River - Boca.
“Siempre tendremos Madrid”: 5 años de la final de la Libertadores River - Boca.

Al diván

"Siempre tendremos Madrid": a 5 años de la final de la Libertadores entre River y Boca

09/12/2023 | 16:21

 

Redacción Cadena 3

Diego Borinsky

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“Siempre tendremos Madrid”: a 5 años de la final de la Libertadores River - Boca

“Siempre tendremos París”. La frase más romántica de una de las películas más emblemáticas de Hollywood se la ofrendó Humphrey Bogart a Ingrid Bergman. Nos referimos a Casablanca, ganadora de tres premios Oscar en 1942. En una noche de niebla y llovizna, en la despedida en pleno aeropuerto, la frase es un grito de amor y nostalgia anticipada. La protagonista debe irse de Marruecos y regresar con su esposo, pero así no se vuelvan a ver nunca más en la vida, en la memoria de ambos amantes siempre habrá un espacio para revivir aquella aventura ardiente y fugaz, imposible de borrar, en la ciudad de las luces.

River y Boca afrontaban la final más espectacular de la que se tenga memoria. No existían antecedentes similares en la historia del fútbol. ¿Qué otro duelo se podría asemejar por el grado de rivalidad entre los contendientes y por la jerarquía de la competencia? Una final de Mundial entre las selecciones de Brasil y Argentina. Sí, seguro. Una final de Champions League entre Barcelona y Real Madrid. Pues claro. Pero ninguna de esas se había disputado hasta el momento. Ni se volvería a disputar hasta aquí. Nada más potente, entonces, que un River-Boca para dirimir quién alzaba la Copa Libertadores de América.

Como si no fuera suficiente la carga emocional que acarreaba semejante contienda, diferentes circunstancias obligaron a planificar 5 veces los partidos en vez de las 2 habituales, la ida y la vuelta, porque primero un diluvio, luego una agresión al micro de Boca y al día siguiente la presión sobre el presidente el mismo club para que el partido no se jugara obligaron a tres postergaciones sucesivas. Y encima esta película de suspenso interminable, no recomendable para espectadores con inestabilidad cardíaca, se extendió por 39 días: desde el 31 de octubre, instante en que Boca se transformó en el segundo finalista tras empatar con Palmeiras en Brasil hasta la noche madrileña del 9 de diciembre. Insomnio, pastillas, promesas, taquicardia. Un suplicio de 39 días que se hizo eterno.

Mientras la mayoría de los hinchas de River prefería, en la previa, conservar el status quo y esquivar el compromiso, porque venían de tres eliminaciones consecutivas a Boca en mano a mano, y esta cuarta mataba de un plumazo a todas las anteriores, entonces para qué andar desafiando así al destino, Marcelo Gallardo convencía a sus jugadores justamente de todo lo contrario.

Después de un empate 2-2 en la ida que dejó un sabor mucho más placentero en las huestes del Muñeco que en las del Mellizo porque el equipo debió remontar dos veces la desventaja y porque en el último minuto Franco Armani le tapó un mano a mano a Darío Benedetto, llegó la revancha en el Monumental, la zona liberada, los piedrazos, la incredulidad del propio presidente de la FIFA en el lugar de los hechos, la suspensión, el pacto de caballeros entre D’Onofrio y Angelici para jugarlo al día siguiente, la rotura de ese pacto unas horas después, la presentación de Boca para cobrarse el viejo pagaré del gas pimienta y ganar la Copa sin jugar la revancha y la renuncia del ministro de seguridad porteño.

Era tal la incertidumbre que, en un momento, el miércoles 28 de noviembre, el siempre calmo Rodolfo D’Onofrio rompió su diplomacia habitual y se despachó ante las cámaras de televisión con una declaración que pasaría a la historia como una de las más resonantes de su mandato de 8 años: “Vengan a jugar, no somos tan buenos. Nos pueden ganar”.

Y hasta al propio Gallardo, que se mordía los labios para no decir lo que pensaba y sentía de verdad, se le escaparon algunas palabras ese mismo día, unos minutos después de ser eliminado por Gimnasia en Mar del Plata, por la Copa Argentina: “Yo juego en cualquier lado, hay que ver si Boca se presenta”.

Al día siguiente, jueves 29 de noviembre, la Conmebol descartó la opción “escritorio” y confirmó que la final se dirimiría en la cancha. El 9 de diciembre. Y en el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid, con público de ambas parcialidades. La resolución marcaba un hecho inédito: por primera vez, en una final a doble partido, uno de los equipos no dispondría el derecho de ser local. Jugaría un partido como visitante y otro en campo neutral.

Ese jueves, en la comunidad riverplatense reinaba un desánimo total. Perder la chance de ver campeón a tu equipo en tu cancha ante el rival de toda la vida fue un golpe durísimo. El Muñeco llegó por la tarde al club y comenzó a levantarles el ánimo a todos. A transmitir su convicción. Se puso el equipo al hombro. Les habló claro. “Basta de llorar, basta de quejarnos, basta de victimizarnos, basta de que nos durmieron, basta de ¡uh, qué cagada! No. ¡Qué suerte que tenemos la chance de jugar esta final, vamos a aprovecharla, vamos a Madrid!”, les dijo, poniendo en fila a jugadores, colaboradores, dirigentes, utileros, al manager y hasta a los propios hinchas, con una rueda de prensa encendida el 2 de diciembre.

La diferencia entre los planteles era notoria. Por caso, a la final, Boca llegó con 7 hombres de ataque para armar la fórmula que deseara: Benedetto, Wanchope, Mauro Zárate, Villa, Tevez, Cardona y Cristian Espinoza. River tenía a Scocco desgarrado, a Mora lesionado a un par de semanas de anunciar su retiro y a Borré suspendido. Sólo disponía de un delantero para el partido, Lucas Pratto, más un joven de Calchín llamado Julián que sumaría sus primeros minutos en Copa Libertadores.

River no pudo tener a su líder en el vestuario en ninguno de los dos partidos. Recibió por duplicado una piña durísima sobre el cierre de cada primer tiempo, el famoso “gol psicológico”, como suelen definirlo en la psicología deportiva, y pudo levantarse. Siempre debió correr de atrás. Y sólo estuvo adelante en el resultado durante 11 minutos de los 210 que duró la serie. Justamente fueron los últimos 11 minutos de la misma: los que transcurrieron desde el gol de Juan Fernando Quintero hasta el pitazo final.

Juanfer llegó a Madrid con lo justo por una sobrecarga en el gemelo izquierdo. En Madrid no hizo ningún trabajo táctico, el alta se la dieron el día anterior al partido. Aquel 8 de diciembre, según me lo contaría el propio Juanfer para el epílogo del libro Gallardo Eterno, se quedó pateando al final de la práctica con Gallardo y con Rodrigo Mora. El colombiano metió 3 o 4 goles muy parecidos al que terminaría convirtiendo.

-Quedate con ese pateo, quédate con eso -le dijo el Muñeco.

“Lo recuerdo y se me eriza la piel”, se emocionó Juanfer. Se lo quedó.

Muchas veces, las cosas parecen escritas antes de que sucedan. La de Juanfer fue una de esas señales. Las tres desventajas que debió remontar, la pérdida de la localía, la ausencia del entrenador en el vestuario fueron otras. Ni hablar el tiro de Leonardo Jara en el palo en la anteúltima bola de la noche: con dos hombres menos, después de que River desperdiciara cuatro contras claritas, a veces el destino canta “palo y adentro” y otras “palo y afuera”. En los penales, ya sabemos quién hubiera ganado.

Por suerte para su salud mental, el Muñeco no llegó a ver esa jugada. Tampoco la corrida eterna del Pity Martínez. Estaba bajando las escaleras desde el palco en el que había visto el partido. Y, sabemos, el Santiago Bernabéu es muy alto.

El 9 de diciembre era una fecha marcada en negro en el calendario histórico de River. Una fecha para pasar por alto lo más rápido posible. El 9 de diciembre de 1962 fue un martirio para muchísimos hinchas que por esa época comenzaban a padecer el inicio de la noche oscura de los 18 sin títulos. Aquella tarde del 9 de diciembre de 1962, en la Bombonera, por la anteúltima fecha del campeonato, Antonio Roma dio tres pasos hacia adelante y le atajó el penal al brasileño Delem sobre la hora que prácticamente sentenció el título para Boca.

Unos días después de la victoria en Madrid, el historiador riverplatense Osvaldo Gorgazzi realizó un paralelismo que enterró para siempre los demonios de aquel penal fatídico. Escribió: “9 de diciembre de 1962, 9 de diciembre de 2018. Un 10 nuestro abrió el ciclo y un 10 nuestro lo cerró. Uno puso la pelota en el punto del penal; el otro tocó la bocha por última vez a centímetros de ahí. Pero el arquero, esta vez, estaba tan pero tan adelantado que ni siquiera salió en la foto”.

“Siempre tendremos Madrid”.

Lo podrá susurrar o gritar a los cuatro vientos el Muñeco, a lo Humprhey Bogart,. Al hincha de River no le importará si su equipo juega mal, si ninguno de los número 4 funcionan, si es eliminado con baile en la Copa Libertadores o si una derrota sobre la hora en el superclásico le roba horas de sueño. En realidad sí le importará, porque las pasiones futboleras viven reciclándose y se nutren del presente. Pero pasarán años y más años, y aún en momentos de bronca y desilusión, de impotencia y ganas de patear un sillón, en algún momento de cada uno de los días que le queda por vivir, al hincha de River seguramente le aparecerá como un flash alguna de las mil postales que le dejó Madrid. Y ese grito de amor y nostalgia que nunca terminará de soltar.

Siempre tendrá Madrid el hincha de River.

Claro, si Madrid es la Casa Blanca del fútbol.

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