La casta sigue invicta en el interior de Argentina

Las elecciones recientes en Argentina, desde Santa Fe hasta Corrientes, reflejan un escenario político complejo donde los oficialismos provinciales lograron imponerse, con una sola excepción: la Ciudad de Buenos Aires. Allí, el PRO, liderado por los primos Jorge y Mauricio Macri, sufrió una derrota inesperada frente a La Libertad Avanza de Javier Milei. 

Este resultado no solo sacude el tablero local, sino que también resuena a nivel nacional, dado el peso simbólico y mediático de la capital. ¿Fue una elección local? Sí, pero también un termómetro del pulso político entre dos fuerzas ideológicamente cercanas, donde Milei se impuso sobre Macri.

El caso de Corrientes, donde se eligió gobernador, es paradigmático. El oficialismo radical, encabezado por Gustavo Valdés, logró un triunfo contundente con su hermano Juan Pablo Valdés, intendente de Ituzaingó, como gobernador electo, obteniendo más del 50% de los votos. La Libertad Avanza, que podría haber capitalizado una alianza con el oficialismo local, quedó en cuarto lugar con apenas un 10%, superada incluso por el peronismo kirchnerista y una lista radical disidente. Este traspié evidencia una oportunidad perdida para los libertarios, quienes, en su afán por exigir demasiado en las negociaciones, se quedaron sin un acuerdo estratégico.

En otras provincias, como Chaco, La Libertad Avanza tuvo éxito al aliarse con el gobierno provincial de Zdero, mientras que en San Luis optaron por un acuerdo tácito que les permitió mantenerse al margen. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los libertarios oscilaron entre segundos y terceros puestos. Pero el resultado de Corrientes marca un límite: el oficialismo provincial sigue siendo una fuerza imbatible en su terreno.

Ahora, el foco se traslada a la Provincia de Buenos Aires, donde el próximo domingo se jugará una elección clave, con el 40% del electorado nacional en juego. Aquí, Axel Kicillof y el kirchnerismo se enfrentan a un desafío crucial para mantener su hegemonía, mientras que el gobierno nacional de Milei pone en riesgo su capital político. El escenario cambió para el oficialismo: inicialmente confiado en que la baja de la inflación sería su carta ganadora, el Gobierno enfrentó críticas por su gestión errática y una comunicación deficiente frente a los reveses legislativos. 

La estrategia de "Milei y la deflación" se diluyó, y ahora el discurso libertario se centra en polarizar contra el kirchnerismo, un rival que les resulta conveniente, pero que entraña un riesgo: revitalizar a un adversario que, aunque golpeado, no está definitivamente fuera de combate.

El kirchnerismo, por su parte, parece recurrir a tácticas cuestionables, como el escrache y la violencia política, para contrarrestar el avance libertario. Episodios como los piedrazos a Milei o agresiones a supuestos simpatizantes libertarios en la Provincia de Buenos Aires no son hechos aislados, sino parte de una estrategia que busca deslegitimar al adversario. Esta escalada es preocupante: la violencia, ya sea verbal o física, no tiene justificación. La historia reciente, con el intento de magnicidio contra Cristina Kirchner, debería ser un recordatorio de que no hay "balas buenas" ni "piedras lindas". La sociedad debe rechazar cualquier forma de violencia política para no retroceder a capítulos oscuros de su historia.

El gobierno de Milei, que apostó por listas con candidatos poco conocidos y una narrativa centrada en la confrontación, enfrenta ahora un desafío doble: sostener su programa antiinflacionario en un contexto recesivo y navegar un escenario electoral donde el viento no siempre sopla a favor. La elección bonaerense no será definitiva, pero sí un termómetro crucial. 

Si los libertarios logran capitalizar la polarización contra el kirchnerismo sin caer en la trampa de la violencia o la deslegitimación, podrían consolidar su posición. De lo contrario, corren el riesgo de ceder terreno a un adversario que, lejos de estar vencido, espera su oportunidad para resurgir.