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26/11/2025 | 13:03
Redacción Cadena 3
Sergio Suppo
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El país que dejó morir a Maradona
La Argentina volvió a llenarse de Maradona. Entre el 30 de octubre —su cumpleaños, ese día en que habría cumplido 65— y el 25 de noviembre —el quinto aniversario de su muerte—, las redes sociales estallaron en homenajes, anécdotas, videos y emociones. Hubo producciones caseras nacidas del amor genuino y también mensajes de instituciones que, en los años de gloria, se beneficiaron de su talento para sumar prestigio y recursos. Cada uno a su modo intentó decir "Maradona vive".
Pero casi todos evitaron recordar cómo murió Maradona.
Decirlo sigue incomodando, pero es necesario repetirlo: Maradona no murió solo; lo dejaron morir. No se trata de discutir su derecho a elegir su destino, sino de reconocer que su final fue anunciado mucho antes del último día. Era evidente, dolorosamente evidente, que estaba indefenso dentro del entorno que lo rodeaba, un entorno que fue mutando a lo largo de los años y que, en su etapa final, se volvió abiertamente mafioso. Un entorno que no solo lo aisló, sino que exprimió hasta el último rincón de su vida.
El 30 de octubre de 2020, su última aparición pública fue una muestra brutal de esa degradación. En la cancha de Gimnasia, llevado para cumplir compromisos comerciales, expusieron a un hombre que ya no sabía dónde estaba, que apenas podía sostener la mirada. Quienes lo amaban reconocieron el espanto: la imagen de un ídolo deshecho, manipulado en nombre del espectáculo.
En este repaso aparece otra responsabilidad necesaria de mencionar: la política. El kirchnerismo convirtió a Maradona en un ícono propio y, al mismo tiempo, fue impulsor de una Ley de Salud Mental que, en este caso concreto, impidió que sus familiares pudieran intervenir cuando él ya no tenía capacidad de decisión. La ley, diseñada para proteger a las personas, terminó convirtiéndose en una barrera que dejó al astro en manos de quienes menos debían cuidarlo.
La muerte de Maradona no es solo la muerte de un deportista monumental ni de un símbolo popular incomparable. Es también el reflejo de un país que dice amar a sus ídolos, pero no logra protegerlos cuando más lo necesitan. La familia no pudo salvarlo. El fútbol, ese universo que lo adora y lo explota en partes iguales, tampoco. El Estado, que lo celebró como emblema, no estuvo cuando debía estar.
Maradona murió de la peor manera: solo, abandonado, a merced de quienes administraban sus restos mientras todavía respiraba. Él, al que llamaban “Dios”, terminó a la buena de Dios.
Cinco años después, mientras las redes vuelven a rodearlo de cariño, conviene hacerse una pregunta incómoda: ¿Qué valen las lágrimas y los homenajes si, cuando aún estaba vivo, nadie lo cuidó?
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